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Cinco Palmas salvadoras

Dentro de un pequeño sembrado de cañas se levantan, agrupadas como los dedos de la mano, cinco palmas. La finca que fue testigo hace 59 años del reencuentro de Fidel y Raúl, tras la dispersión de Alegría de Pío, tenía un nombre sublime: El Salvador

Autor:

Osviel Castro Medel

MEDIA LUNA, GRANMA.— «Fue aquí, de noche», acostumbran a decir los lugareños para marcar el sitio exacto en el que se produjo el hecho extraordinario, a unos 28 kilómetros de la cabecera municipal de Media Luna.

Ese punto posee un misterio hermoso porque dentro del pequeño sembrado de cañas se levantan, agrupadas como los dedos de la mano, cinco palmas. Además, la finca que fue testigo de aquel abrazo de hermanos tenía un nombre sublime: El Salvador.

Y aunque hayan pasado 59 años del reencuentro de Fidel y Raúl, la luna parece contarnos todavía, en la otrora propiedad de Mongo Pérez, la larga odisea que pasaron esos hombres para que el primero de ellos lanzara una de las profecías más grandes de la historia de Cuba.

«Me dio un abrazo y lo primero que hizo fue preguntarme cuántos fusiles tenía, de ahí la famosa frase: “Cinco, más dos que tengo yo, siete. ¡Ahora sí ganamos la guerra!”», nos dijo el General de Ejército Raúl Castro a un grupo de periodistas hace 19 años para referirse al vaticinio impresionante de su hermano.

El propio Raúl, al mencionar el suceso en su Diario, contó que cerca de las 21:00 horas de ese día «aparecieron algunos campesinos» para conducir a su grupo hasta donde estaba Fidel. «No caminamos mucho cuando se detuvo la vanguardia y emitió unos silbidos que contestaron a varios metros. Llegamos, y a la orilla de un cañaveral nos esperaban tres compañeros: Alex (Fidel), Fausto (Faustino) y Universo», escribiría él para relatar el momento cumbre.

Habían pasado 13 días después del revés de Alegría de Pío y 16 del desembarco del yate Granma. Aquellos ocho hombres desconocían el destino de los otros 74 expedicionarios y aun así juraron hacer la guerra contra un ejército compuesto por más de 10 000 soldados.

Hasta el mismísimo Fidel confesó en 1986 que decir eso, en medio de condiciones tan adversas, resultó un verdadero «arranque de entusiasmo». Y agregó que «éramos pocos, cuatro gatos por allá con unos pocos fusiles y en la cabeza la idea de derrotar la tiranía y el régimen opresor».

Contra aviones, hambre y sed

Al relatar la historia, tal vez hemos subrayado más los acontecimientos posteriores al 18 de diciembre de 1956 que las contingencias sobrevenidas con la dispersión de Alegría de Pío.

Sería imperdonable olvidar que los 82 miembros del naciente Ejército Rebelde se dispersaron en ¡28 grupos! después de que fueran sorprendidos en un sitio nada alegre. Incluso, algunos se retiraron solos del lugar del combate. Uno de los casos más notorios fue el de Juan Manuel Márquez, asesinado brutalmente el 15 de diciembre.

Apenas sin alimentarse, con una sed enorme, perseguidos y tiroteados por la aviación enemiga, los ocho hombres que llegaron a Cinco Palmas probaron la potencia de sus anatomías, pero también la de sus mentes, porque sin usar la inteligencia no hubieran llegado al sitio del reencuentro.

«Después de cuatro días, el jugo de los pocos tallos que los combatientes se atreven a arrancar, no atenúa el hambre. Por las noches, la sed se aplaca a medias con el rocío de las hojas. Enterrados en la paja, el calor los abrasa bajo el sol implacable del cañaveral. No pueden moverse, por temor a ser descubiertos en cualquier momento por la avioneta que no cesa su acecho. Apenas pueden hablar en susurros. Pero ese silencio forzoso es insoportable, y Fidel se pone a conversar quedamente sobre sus planes revolucionarios para el futuro de la Revolución», resumió el periódico Granma, en diciembre de 2006, lo acontecido el día 9 al grupo de Fidel, en el que se encontraban Universo Sánchez y Faustino Pérez.

No existen mediciones exactas, pero se calcula que entre el lugar del desembarco y el del abrazo, los sobrevivientes caminaron unos 100 kilómetros entre montes, cañaverales y accidentes geográficos.

El Comandante en Jefe, al narrarle aquellas jornadas al periodista Ignacio Ramonet, aseveró que «en mi vida había caminado tanto de madrugada cuando todavía no estábamos fuertecitos, porque el hambre nos había acompañado durante algunas semanas y llegamos precisamente allí a Cinco Palmas...». Es una referencia a la caminata de casi 40 kilómetros que junto a sus dos compañeros realizó entre las ocho de la noche del 15 de diciembre y las siete de la mañana del 16.

Por su parte, Raúl afirmó en Cinco Palmas en 1996, luego del acto político que evocó el reencuentro: «Era la Muralla China que nos encontramos en el camino, pero no los equis metros que tiene de altura sino desde una punta hasta la otra».

Entre las grandes vicisitudes de aquellas fechas, vale mencionar la del 6 de diciembre, cuando Fidel, aun con el sobrevuelo constante de los aviones enemigos, no soportó el cansancio y se quedó dormido debajo de la paja de la caña.

«Nos sepultamos bajo las hojas y la paja de la caña sin hacer movimiento alguno. Viví entonces uno de los momentos más dramáticos de mi vida. Me entra sueño, mucho sueño en aquel cañaveral a poca distancia del punto que había sido ametrallado (...) Era tal el agotamiento que dormí como tres horas», le contó a Ramonet cinco décadas después.

Raúl y sus compañeros —Ciro Redondo, René Rodríguez, Efigenio Ameijeiras y Armando Rodríguez— también estuvieron a punto de perder la vida en varias ocasiones, como cuando bajaron el farallón de Blanquizal luego de seis días de hambre, sed y cansancio, y casi caen en una de las tantas emboscadas tendidas por el ejército de la tiranía.

Ellos caminaron prácticamente de forma paralela al grupo de Fidel, hacia el este, sin saber el destino del líder, hasta que se enteraron vagamente el 13 de diciembre, por rumores de los campesinos, de la posibilidad de que el guía revolucionario estuviera vivo.

La red de salvadores

Sin la red de apoyo, de la que fue artífice Celia Sánchez Manduley, hubiera sido muy difícil que alguno de estos ocho hombres se salvara. Tampoco habría llegado a Cinco Palmas el grupo de Juan Almeida, Ernesto Che Guevara, Camilo Cienfuegos, Ramiro Valdés, Francisco González, Reynaldo Benítez y Rafael Chao, quienes pisaron ese punto el 21 de diciembre, aunque sin armas.

Entre los campesinos más conocidos que ayudaron se nombran Crescencio y Mongo Pérez, Guillermo García, Hermes Cardero y Primitivo Pérez. Pero en realidad constituyó un ejército de salvadores, algunos de los cuales permanecieron anónimos durante un tiempo.

Primitivo Pérez, fallecido en mayo de 2002, nos contó en 1996: «A mí, el día 18 me dan la cartera de Raúl, que él había entregado a Hermes Cardero como identificación, era una licencia de conducción mexicana y yo la llevo al campamento donde estaba Fidel desde el 16; él se emociona un mundo con la cartera, pero teníamos la duda de si era un guardia haciéndose pasar por él; entonces él me dice lo que tenía que preguntarle al hombre. Y allá fui, a la casa de los Cardero, a hacerle unas preguntas, sin hacer mucho aspaviento.

«Enseguida me doy cuenta: era Raúl. Y le pongo la nueva: “Fidel está cerca de aquí”. Se volvieron locos, querían ir a encontrarse con él. Pero le dije: “aguanta, a la noche venimos a buscarlos”. Y así mismito. Como a las nueve los conducimos hasta el Jefe, que estaba a unos dos kilómetros de distancia. Aquello fue lindo, de mucha emoción”.

Treinta años después de los sucesos, el 18 de diciembre de 1956, varios de esos colaboradores se juntaron en Cinco Palmas, donde presenciaron otro abrazo de los hermanos. En esa ocasión, luego del acto político, ante una entusiasta multitud, Raúl tomó la mano de su hermano y la alzó fuerte, con un grito de ¡Viva Fidel!, un símbolo que ha quedado para todos los tiempos, más allá de las cañas y las palmas.

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