El perfeccionamiento de la técnica y la intensa preparación combativa de las dotaciones permiten realizar ejercicios cada vez más rigurosos. Autor: Atiénzar Viamontes Publicado: 21/09/2017 | 05:47 pm
A pesar de su pasión por la cibernética, Adrian Oramas Martínez no esconde la emoción que le causan los tanques. Tal vez podría no ser así, por el calor, el ruido, la oscuridad, el polvo, los golpes, la vibración y los gases fuertes a los que está sometido junto a su dotación, pero nada le ha hecho cambiar de idea. «Así es esta profesión», confiesa.
Hace nueve meses se desempeña como artillero de estos medios blindados, y cada vez más aumenta su curiosidad por aprenderlos de memoria. Claro que recuerda el asombro de aquella primera vez que estuvo dentro de uno, así como la satisfacción de saberse parte de los vehículos de combate más potentes de las fuerzas armadas mientras cumple su servicio militar activo.
Por ello comenta que es necesario estudiarlos de atrás hacia adelante y de adentro hacia afuera. Primero la historia, su evolución; luego las partes y las modernizaciones.
Así conoció de la primera escuela de esta especialidad, fundada en Managua con el asesoramiento de los comandantes Ernesto Guevara y Juan Almeida Bosque; de su influencia en Playa Girón, donde la valentía de aquellos tanquistas permite celebrar su día cada 18 de abril y recordar la victoria ante los mercenarios.
Entonces se imagina cómo aquellos jóvenes se fundieron con sus máquinas y pusieron los intereses libertarios por encima de las difíciles condiciones de la Ciénaga de Zapata.
Sabe también de las tantas huellas dejadas por las esteras cubanas en arenas, selvas y campos desérticos internacionalistas, combatiendo por la defensa de Siria, Etiopía, Angola...
Entonces habla de la evolución de la técnica a través de las características de los T-34, los autopropulsados SAU-100, los IS2M, los T-55, los T-62 y su «bien conocido» T-62 modernizado, «pues con todos estos se han preparado y defendido los cubanos por más de 50 años», se le escucha decir.
De esta manera él logra saber mejor dónde está, cómo surgió el arma, por qué se encuentra aquí y la significación de cada misión.
Pieza a pieza
Ya ha sacado bien la cuenta y tiene una conclusión: se pasa más de 12 horas al día dentro o alrededor de una mole de hierro de más de 30 toneladas que, aunque son compartidas con los otros tres integrantes de su dotación, no por ello les toca a menos.
Es cierto que cada cual vela por su pedacito delante, detrás o a ambos lados de la «cuna del cañón», y cuando participan en maniobra, casi ni se ven, por el espacio reducido en el cual deben operar, pero sus oídos siempre están dispuestos a las órdenes.
Así lo ha aprendido tanto en las clases recibidas en el regimiento de estudio, durante las ocho semanas de especialización, como en los intercambios con su jefe de pelotón en la unidad donde se desempeña.
Al principio fueron los simuladores y las clases de preparación de tiro, táctica, política, exploración, comunicaciones, química e ingeniería; después las obligaciones individuales: saber cómo y a qué distancia realizar fuego, qué munición emplear, conocer el estado del sistema eléctrico, los medios ópticos, paneles de mando, disparadores, y al final, la importancia de trabajar en equipo, «donde está la verdadera fortaleza del medio», asevera.
Posteriormente llegaron las prácticas en tancódromos, polígono de táctica, campos de tiro y maniobras tácticas. «Ahí unimos todos los conocimientos en los ejercicios de puntería directa y semidirecta… Entonces nos vemos conductores, cargadores, artilleros, jefes de dotaciones», afirma.
Dice que esta preparación combativa permanente basta para que las tropas respondan ante cualquier agresión, los hombres mantengan el conocimiento sobre la técnica y el armamento, y para garantizar el éxito del combate.
Sin embargo, no pocas veces se le ve repasar las materias con dibujos o movimientos, porque según les aclara a sus compañeros, «el tanque es un medio muy complejo, con muchos sistemas e instalaciones, por eso lo estudiamos hasta el cansancio, hasta identificarnos con él».
Se refiere también al apoyo encontrado en sus jefes de pelotón, compañía y batallón, muchachos casi tan jóvenes como él —pero preparados en las Escuelas Interarmas General Antonio y José Maceo, ambas con la Orden Antonio Maceo— «a quienes vemos como amistades y superiores», agrega.
Entonces repite el ABC del capitán Yariennis Fuentes Martínez: «Los subordinados tienen que sentir confianza en el jefe; por ello tratamos de dar siempre el ejemplo y trabajamos de manera personalizada».
Mano a mano
Como buen tanquista, sabe de las prioridades y las medidas de seguridad cuando el medio se encuentra en explotación o en obras protegidas.
Hoy tiene bajo su responsabilidad un tanque más efectivo, con mayor maniobrabilidad que aquellos vistos en el museo de su unidad, cómplices de las acciones defensivas de los cubanos dentro o fuera de Isla. Estas ventajas permiten cumplir las misiones combativas con más facilidad y asestarle el golpe final al enemigo.
«Cuando el medio está en movimiento, a medida que se explota, se perfecciona. En cambio, en las obras, debemos velar por su preservación, por darle mantenimiento a los medios ópticos, a los sistemas eléctricos y de comunicaciones, para alistarlos por si hay combate», así le ha enseñado su jefe de tanque, el sargento de tercera Leovannis Turro Noa.
Reconoce entonces la importancia de actualizar los formularios de los medios en los lugares donde se resguardan, el nivel de exigencia según la especialidad y los servicios de guardia.
Evoca a sus antecesores y piensa cómo su desempeño y hasta su tanque es resultado del accionar de las dotaciones anteriores a la suya, integradas tanto por soldados como por oficiales, pues «aunque digamos que solamente nos incorporamos por un tiempo específico, nos sentimos orgullosos de aprender sobre el trabajo en esta arma, a pesar de que es trabajosa e inmensa. Mas todo depende del interés y el amor que le pongamos».
«Nuestra misión está clara desde el primer día: no parar hasta convertirnos en aquella caballería mambisa que rescató al brigadier Julio Sanguily en los campos camagüeyanos. Solo que ahora nuestros corceles son puro acero, y los mostramos orgullosos en monogramas estampados en la frente y el pecho», asegura.