Gildo Miguel Fleitas López. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:38 pm
Pedro Miret Prieto y Gildo Miguel Fleitas López pelearon juntos en el asalto comando al cuartel Moncada.
Los dos gozaban de la total confianza de Fidel y desempeñaron un rol importante en los preparativos de las acciones del 26 de julio de 1953.
Miret abrigaba los mismos principios patrióticos que el resto de los asaltantes de los dos cuarteles orientales. En su momento contó que la supuesta «oposición» al régimen batistiano no tenía planes insurreccionales.
Siempre vivaz, Miret era amable hasta en el combate, y bromista. El día del asalto situó tres armas en tres posiciones de tiro diferentes alrededor de la casa donde se refugió, al frente del Moncada, en unión de Gildo Fleitas, Fidel Labrador, Miguel Ángel Oramas y otros tres compañeros.
Ocupaban el jardincito de la casa más cercana a la posta 3 por donde se inició el asalto. De esta lo separaban unos 15 metros.
Al oír la voz de retirada, tuvo igual reacción que Abel: quedarse allí hasta agotar las balas, para cubrir la salida de los demás compañeros.
Comprendió que el factor sorpresa había fallado. Iba de un arma a la otra. En medio de la tremenda tensión, bromeaba con Gildo Fleitas, tan alegre como él: «Disparan sobre mí, disparo sobre los que disparan sobre mí».
Miret primero tomó posición detrás de la casa en un pequeño lavadero contiguo al edificio. Había un fregadero ancho y una pila. Detrás de esta, una pared que llegaba a la altura del rostro. De ahí se veían, a unos diez metros, las ventanas del cuartel. La casa cerrada y las persianas también. Nadie trató de entrar. Cada vez que le tiraban por la espalda, comprendía que estaba rodeado con los hombres que le quedaban. Vio que le disparaban desde la hendidura de una ventana y que el tirador era muy hábil. Miret levantó su gorra unos centímetros por arriba del muro y se la agujerearon. Pensó lo que debía hacer. Apuntó a la hendidura en la persiana y disparó. Puso de nuevo la gorra y ¡ya no le tiraron! Había neutralizado al tirador.
Solo quedaban Gildo, tres compañeros más y él. «Voy a echar un sueñito», le dijo Gildo, en broma. Y recalcó: «¡Mira a ver si puedes hacer que estos guardias se callen para echar un pestañazo tranquilo!». Miret se rió. Pero sintió una ráfaga a su espalda y habían matado «al gordo»: le dieron en la cadera, en el vientre y en el pecho. Nada más quedaban cuatro y al acabarse las balas, salieron de allí.
Fuentes: El Grito del Moncada, Mario Mencía, p.p. 274 y 275, tomo I, y 580 y 582, tomo II, Editora Política, La Habana, 1986; conferencia de Pedro Miret, MINFAR, 19 julio 1962, y revista Verde Olivo, 29 julio 1962.