Camilo fue un joven para todos los tiempos. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:30 pm
Lo que más uno ve en las fotos de Camilo Cienfuegos que han recorrido el mundo se resume en su sombrero alón, su barba legendaria y su sonrisa sincera y limpia. Pero el Héroe de Yaguajay y de la Invasión, obviamente, es mucho más que eso y se comprende mejor en las mil anécdotas que lo recuerdan.
En este 6 de febrero de su natalicio 81, no vamos a evocar al niño que atacaba imaginarios gigantes con su escopeta de palo en su Lawton natal. Preferimos reproducir algunas de sus más interesantes vivencias, porque, como escribiera el Indio Naborí —Jesús Orta Ruiz— en el soneto que le dedicara: «(…) los pueblos, ay Camilo, te dan rosas,/ poemas y canciones más por cosas/ de cumplesueños que de cumpleaños,/ pues la edad de los héroes y los genios/ no se miden por días ni por años,/ sino por largos siglos y milenios».
Cuando Camilo trabajaba en una tienda habanera, le aseguró a su hermano Humberto que allí era solo un simple mozo de limpieza, pero que iba a llegar a ser su primer dependiente. Mandó a hacer unas tarjetas que decían: Sastrería El Arte, Reina No. 61, entre Ángeles y Águila. La Habana, Camilo Cienfuegos Gorriarán. Dependiente.
Sus amigos preguntaban por «el dependiente Camilo», pero les decían que él era el mozo de limpieza y que no estaba. «¡Ah, si no se encuentra, entonces me voy; no me interesa comprar nada aquí». Y los dueños, al darse cuenta de su popularidad y de que estaban así perdiendo clientes, lo pasaron a ocupar esa plaza y llegó a ser el primer dependiente.
Por cierto, la última vez que Camilo trabajó allí —contó también hace años su hermano Humberto— habló con el mozo de limpieza, y le pidió que ese día lo dejara hacer la labor suya. Se vistió con la ropa apropiada y comenzó a hacerlo. Lo vio uno de los dueños y le preguntó por qué lo hacía. «Aquí entré como mozo de limpieza y, como ya me voy, quiero salir como empecé».
El bromista que era
Efigenio Ameijeiras evocó que un ex oficial de la Policía que se unió a la guerrilla, tenía cansado a Camilo preguntándole qué grado militar le correspondía como guerrillero. Camilo cogió en la cocina una cabeza de ajo, en el arroyo recogió dos piedras (chinas pelonas) y, harto ya de su insistencia, le contestó: «¡Chico, toma, estás nombrado “cabo machacador de ajo”; y si te portas bien, como esperamos, podrás llegar a “sargento machacador de tostones”».
Camilo y Che llegaron a ser grandes amigos, pero tuvo que pasar un tiempo. Camilo, por ejemplo, le comentó a William Gálvez en El Hombrito, campamento de Guevara, lo que consideró la primera jarana que le oía: «Me preocupa sacarme una muela con el Che»… «Él es médico y no vas a sentir dolor», le dijo William… «No, no es por el dolor, es que este “matasano” me puede sacar una muela buena y dejarme la mala», le aclaró Camilo.
Según contara el combatiente Manuel Bravo Yánez, en Juan Francisco, Yaguajay, Camilo dijo a un grupo de sus hombres de origen campesino que Fidel desde la Sierra Maestra le mandaba un «submarino» y no sabía para qué podía servir eso allí en las lomas de Yaguajay.
Uno de ellos abrió los ojos… «Sí, hay que traerlo, si Fidel lo manda, para algo tiene que servir», dijo Camilo y, dirigiéndose al asombrado, le encomendó: «Usted tiene que subirlo hasta aquí y ya veremos en qué lo utilizamos. Pero, usted lo trae, ¿no es así?» y aquel hombre afirmaba con la cabeza, disciplinadamente, sin saber qué rayos era un «submarino».
El 27 de septiembre de 1958, a las tres de la tarde, la tropa de Camilo detiene a tres hombres vestidos de civil que en realidad eran integrantes del ejército batistiano. El jefe rebelde pidió al médico Sergio del Valle el aparato para medir la presión arterial, se lo puso a uno de ellos, y le dijo que era un detector de mentiras… «¿Son ustedes guardias?»… «No». «Ustedes mienten, lo dice este detector de mentiras», le dijo Camilo y enseguida el guardia confesó: «Sí, somos del ejército, yo soy el cabo Trujillo». A partir de ese momento ese cabo se unió a la guerrilla, fue uno de los mejores prácticos y se sumó a la Columna de Camilo. Se jubiló en 1973.
El 30 de diciembre de 1958, en la tercera visita que Guevara hiciera a Yaguajay, el diálogo entre el Che y Camilo mostró mutua jocosidad y su amistad profunda. «Te voy a prestar mi boina, vas para el cuartel y cuando el chino (capitán Alfredo Abón Lee) te vea, comprobarás que se rinde enseguida»… «Eso mismo voy a hacer yo. Te presto mi sombrero, te presentas en el Regimiento Leoncio Vidal, y cuando ellos te vean, seguro se rinden de inmediato». Los dos se rieron de lo lindo.
Ambos conversaron entonces allí en Yaguajay para acordar los pasos a seguir. La presencia del legendario guerrillero argentino asombró al pueblo, que se aglomeraba para verlo de cerca y tratar de saludarlo. Camilo interrumpió al Che y bromeó con él: «¡Ah, ya sé a lo que me voy a dedicar cuando triunfemos: te voy a meter en una jaulita y recorreré el país cobrando cinco pesos la entrada para verte… ¡y me haré rico!». Ambos volvieron a reírse.
La Constitución que había que defender
Pero su jovialidad no le restaba seriedad alguna. Cuando Camilo se entrevistaba con el capitán Abón Lee en Yaguajay, uno de los oficiales batistianos, el teniente Mantilla, dijo que ellos «defendían la Constitución y las Leyes». Inmediatamente, sin pensarlo apenas, Camilo le contestó: «Esa Constitución debieron defenderla ustedes el 10 de marzo de 1952, cuando la violaron».
El coronel retirado Orestes Guerra González refirió a un periodista que Delfín Moreno le llevó a Camilo el mensaje de Fidel de que regresara a las montañas. De nuevo en la Sierra, en la zona de Casa de Piedra, el ejército los atacó duro. Allí fue herido el soldado José Pérez. Por un agujero trasero de su casco le salía la sangre. Camilo le dio el alimento que tenía destinado para sí mismo y para el propio Orestes. Este se puso muy bravo «La lata de leche se la di a ese soldado», le comunicó Camilo… «¿Cómo vas a hacer eso con un tipo como ese?», protestó Orestes Guerra… «Al menos nosotros podemos darle algo a él. Él no puede ya darnos nada a nosotros», repuso Camilo.
En su campamento del Escambray, Camilo le comentó al Che: «Vas a tener que tomarte un descanso. No te preocupes, te voy a regalar algunas armas (…)»… «Déjate de estar haciendo alarde delante de tu maestro. Y si por casualidad no tienes que seguir para Occidente, ¡vamos a ver quién llega primero a Santa Clara!».
Camilo quiso tener entre sus hombres a Manuel Espinosa Díaz, de la tropa de Guevara. Entonces, cuando ese compañero estaba cerca del argentino, apareció él, le dio un papel y le dijo en voz alta para que lo oyera el jefe guerrillero: «Espinosa, ve rápido adonde está Orestes Guerra y entrégale este mensaje mío. No regreses pronto, espérame allá, que yo voy enseguida». Y en voz baja le aclaró: «Oye, que el Che no vea el papel, está en blanco, quédate allá y no vires para atrás, que yo después hablo con él, no vas a tener ningún problema». Espinosa fue y después vino en la Invasión con Camilo.
El árbol que florece en octubre
De ese gran combatiente que fue Camilo asombra conocer que su primer cheque como Jefe de las Fuerzas de Aire, Mar y Tierra de la provincia de La Habana —nombrado por Fidel el 3 de enero cuando fue a Bayamo en avión desde la capital a ver al Comandante en Jefe— fue de 113 pesos y 61 centavos, cobrado por su secretaria Olga Llera, «Cuquita», el 30 de abril de 1959.
Su novia, Paquita, de San Francisco de Paula, al verlo llegar de la Sierra, el 2 de enero, le dijo: «¡Qué bueno, Camilo, que ya esto se terminó!», a lo que el héroe le dijo: «No, la Revolución empieza ahora». Y la última vez que conversó con ella fue la noche correspondiente al 26 de octubre, día en que habló al pueblo desde una terraza del antiguo Palacio Presidencial.
Precisamente en la casa de Paquita, según contara ella, Camilo sembró un árbol que, curiosamente, solo florece en octubre, el mes fatal en que desapareció en el mar.
El Che dijo un día: «Aun cuando después hiciera una serie de hazañas que han dejado su nombre en la leyenda, me cabe el orgullo de haberlo descubierto como guerrillero (…). No sé si Camilo conocía la máxima de Dantón sobre los movimientos revolucionarios: “Audacia, audacia y más audacia”. De todas maneras la practicó con su acción, dándole además el condimento de otras condiciones necesarias al guerrillero: análisis preciso y rápido de la situación y meditación anticipada sobre los problemas a resolver en el futuro».
Fuentes: Revista Moncada, Edición Especial, No. 6, octubre de 1989; ¿Voy bien, Camilo?, Editorial Capitán San Luis, 2009; Camilo, Señor de la Vanguardia, William Gálvez, Editorial Ciencias Sociales, 1979; Che, Obras 1957-1967; y El brillo de los ojos de Camilo, Luis Hernández Serrano, en JR, 27 de octubre de 2002.