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¿Pequeños solitarios?

El autismo es una anomalía genética, pero las conductas autistas en quienes no la padecen son consecuencia de una deformación en la crianza de los pequeños que puede derivar en un retraso mental de no ser atendida consecuentemente, alertan especialistas a propósito del Día Mundial de Concienciación sobre este trastorno

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

«Mi niño no quería jugar con los demás en su salón del círculo infantil. La “seño” me decía que se mantenía aislado y con unos pocos juguetes pasaba las horas. Pensé que era tímido, pues en la casa, aunque mis amigas me visitaban con sus hijos, él también gustaba de estar a solas mirando películas de muñequitos o jugando en la computadora.

«Realmente comencé a preocuparme cuando su comportamiento fue igual en la escuela. En los ratos libres no era inquieto e hiperactivo como los demás, casi no hablaba y la profesora me alertó ante su negativa a participar en actividades con el resto del grupo. No me parecía un niño normal, como el resto».

La preocupación de esta madre, que puede ser la de otras muchas, la llevó en un inicio a propiciar espacios de intercambio con su hijo mediante el juego y los paseos. Sin embargo, la reacción de retraimiento persistía. Jugar con otros niños no lo motivaba, y perdía el interés rápidamente ante una función de payasos o magos en lugares públicos. Solo notaba el entusiasmo del pequeño ante un nuevo video-juego o más aún, ante un disco de dibujos animados.

«Ser madre es muy difícil —dice—. A veces no queremos darnos cuenta de los problemas que tienen nuestros hijos. Pensé que podía ser autista, imagínese, y que a lo mejor me había dado cuenta muy tarde. Por eso acudí a un especialista y supe que mi apreciación estaba errada, pero reconocer que yo era la principal responsable de su conducta me costó mucho trabajo».

¿Niños «raros»?

Cada 2 de abril se celebra el Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo, a partir de una propuesta de la Asamblea General de las Naciones Unidas, para contribuir a mejorar las condiciones de vida y atención de los niños y adultos autistas.

Este trastorno, según explica la doctora Nadieska Benítez Gort, especialista en Psiquiatría Infantil del hospital pediátrico Juan Manuel Márquez, en la capital cubana, es originado por una anomalía en las conexiones neuronales de un individuo y se debe a mutaciones genéticas. En consecuencia, se caracteriza por graves déficits permanentes del desarrollo.

El espectro de trastornos del autismo, ya sean de bajo o alto funcionamiento, es amplio y en él se describen distintos síndromes como el de Asperger, Kanner y Rett, y otros, que son detectables de manera eficaz en los individuos por medio de pruebas de marcadores, fenotipia, entre otras.

Su sintomatología más evidente, detalla Benítez Gort, se relaciona con la afectación de la comunicación, la incapacidad para la inte-

racción social y la reciprocidad emocional —incluso con la progenitora—, el aislamiento, las conductas repetitivas o inusuales y, en algunos casos, estereotipias, que son los movimientos incontrolados de alguna extremidad.

Si un padre nota en su hijo alguna de estas características, sobre todo aquellas que les parecen «raras» en los infantes, como escapar del juego en colectivo y mantenerse distante y retraído, es lógico que se alarme y piense que su pequeño puede ser autista. Sin embargo, ¿cuántas veces los mayores nos hemos preguntado a qué se deben esas rarezas?

«Si un individuo es autista, y por tanto, su condición genética lo demuestra y es innegable, pueden esclarecerse, desde el punto de vista científico, las especificidades de su cuadro clínico y su pertenencia o no a determinados síndromes relacionados. Pero los especialistas también podemos percatarnos de que realmente una persona no es autista, aunque lo parezca.

«Podemos encontrar a niños con conductas autistas sin que lleguen a serlo, diagnóstico al que se arriba —no fácilmente— luego de un exhaustivo interrogatorio a los familiares y exploraciones iniciales al pequeño. Las causas estriban, fundamentalmente, en la subestimulación, es decir, en la estimulación artificial a la que se somete al infante, desde que es un bebé», afirma la especialista.

La etapa más importante en el desarrollo psicológico, cognitivo, físico-motor, sensorial, en fin, integral de un individuo es la de sus primeros cinco años de vida, añade Benítez Gort. Desde el primero, e incluso antes, la interacción social es vital, inicialmente con sus progenitores, luego con otros familiares cercanos y más tarde, con otros infantes.

Al principio —agrega— el niño es torpe y se cae con facilidad, por eso necesita del juego, pues es una actividad que propicia la adquisición de habilidades motrices, tanto «groseras» como «finas», es decir, las que se refieren a la simple movilidad, el salto en un pie, el lanzado de una pelota con precisión, y las que tienen que ver con un control más específico como sostener un lápiz o jugar a las bolas.

«Un niño que desde pequeño se somete a una estimulación artificial durante horas, por ejemplo, a un bombardeo de información como el que ofrece la televisión en sus variantes de dibujos animados, videos musicales, juegos de participación, entre otras, es un niño que deja de desarrollar las habilidades que le corresponden en sus diferentes etapas de vida, las que se logran con la socialización.

«Existen teorías que avalan, desde el punto de vista científico, que el desarrollo de las habilidades de un niño será mayor en la medida en la que sea más estimulado, es cierto, pero hay que tener en cuenta la calidad y cantidad de esa estimulación. Cada etapa requiere dosis diferentes y aumentarlas depende de la propia reacción del niño que, en todo caso, debe ser positiva», insiste la doctora Benítez.

La familia, añade, es la principal responsable de que un niño manifieste trastornos en su conducta, semejantes a los de un autista, pues muchas veces tiene el convencimiento —erróneo— de que la televisión hace a los pequeños más inteligentes desde edades tempranas, y en otras ocasiones encienden el televisor y acomodan al niño en su coche, su cuna o en un asiento propio frente a él, para que se esté tranquilo y no haya que vigilarlo en sus andanzas por la casa o fuera de esta.

Sucede con núcleos familiares en los que los padres están muy ocupados y delegan su función en abuelos, ya mayores, que prefieren la tranquilidad del pequeño pues así hay menores riesgos o peligros; o de padres que aunque sí asumen su rol, están igualmente ocupados en las labores de la casa o del trabajo y ven en la televisión o en la computadora sus mejores aliados.

«Cuando estos padres notan en el niño señales evidentes de aislamiento, rechazo a los juegos colectivos e introspección, en espacios del círculo infantil o escolares, o cuando son alertados por alguien, acuden a las consultas con el temor de que sus hijos sean autistas, sin que ellos se hayan percatado antes.

«Luego de las pruebas pertinentes que se les realizan, que arrojan resultados negativos, se sienten aliviados de saber que no son autistas, pues este es un trastorno congénito que no desaparece, aunque se logren muchas y buenas cosas mediante el trabajo especializado y diferenciado con estas personas, aún más en edades tempranas», especificó Benítez Gort.

Tecnología vs. estimulación adecuada

En los tiempos actuales vivimos de una manera muy rápida y agitada, en la que la televisión y, más recientemente, la computadora, casi siempre es el apoyo para esa falta de tiempo de la que siempre nos quejamos los adultos. Pero en el caso de un niño eso no puede ser siquiera una justificación, pues aunque los beneficios de la tecnología para los infantes son mundialmente conocidos, estos son los ejemplos más concretos de esa estimulación artificial que puede provocar en algunos que no son autistas conductas similares a estos.

Según explica la especialista Nadieska Benítez Gort, el niño desarrolla sus potencialidades de atención —aunque incompleta—, no muy detallada ni sostenida, a partir de los tres años de edad, aproximadamente. En ese momento, todavía la televisión debe ser asistida y comentada, es decir, un adulto debe acompañar al niño y preguntarle sobre lo que está mirando y oyendo, que debe ser acorde con su edad, para propiciarle el interés y despertar sus motivaciones.

«El niño que tuvo estimulación adecuada y en su momento, hace uso de los beneficios de la televisión destinada a él, por ejemplo, en lo que se refiere al lenguaje. Emplea vocablos propios de los materiales audiovisuales, aunque no sean de un uso frecuente en nuestra habla cotidiana como los adjetivos bello, fabuloso, genial para elogiar un par de zapatos, y eso nos llama la atención, para bien.

«Quien tuvo, antes de los tres años, la televisión “obligada”, son esos niños, adaptados a esa solitaria rutina de subestimulación, que pueden, por ejemplo, aprender de memoria y cotorrear, sin mucho sentido, esos vocablos, sin que tengan coherente relación con lo que hablan», precisó Benítez Gort.

El pronóstico para estos niños con conductas autistas provocadas por una subestimulación, enfatizó la especialista, es favorable, pues ellos cuentan con su componente biológico y neurológico, desde el punto de vista genético, en perfectas condiciones. Reaccionan a la interacción en consulta y luego de un diagnóstico precoz y una terapia y rehabilitación adecuadas, pueden ser niños normales. De no ser identificados y tratados a tiempo, su condición puede derivar en un retraso mental.

Sin embargo, insistió, aunque tengamos la certeza de una mejoría, es necesario cuidar más los hábitos de crianza de un niño porque, aunque pueden repararse los daños de los fallos que propiciamos en la primera etapa de su vida, estos también pueden evitarse.

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