Jóvenes que cursan el último año en la Academia Naval Granma. Autor: Sonia Regla Pérez Sosa Publicado: 21/09/2017 | 05:19 pm
Desde hace cuatro años los guardiamarinas José Carlos, Andrés, Ramón y Jesús Miguel comparten ilusiones náuticas. Tal vez por eso se sitúan uno a continuación del otro cuando, al arribar a cada puerto, ordenan formación para saludo.
Ellos, como otros jóvenes que cursan el último año en la Academia Naval Granma, realizan el bojeo de instrucción en el buque escuela Carlos Manuel de Céspedes, el cual salió del puerto de La Habana el 22 de marzo, seguido por las embarcaciones tipo Lambda Tuxco y XIV Festival.
Esta mañana la alineación de los marinos en popa se nota más erguida y firme, quizá porque el atraque se realizará en el puerto de Santiago de Cuba, en víspera del 50 aniversario de la UJC y después de ser recibidos por la Sierra Maestra, el Castillo y el faro del Morro.
Desde el 2008 estos cuatro guardiamarinas estudian para graduarse como ingenieros en explotación de instalaciones energéticas navales. Y hoy, mientras la brisa sopla y por el altavoz escuchan las voces de mando, se imaginan en sus puestos en la cabina de máquina y el puente.
Saben que están en una bahía de boca angosta y seno amplio, del tipo de bolsa. Sus días de práctica les han enseñado a observar cuidado al navegar por canales estrechos y de bajo fondo. Sin más instrucciones, ya se sienten en maniobra.
Entonces recuerdan los consejos del teniente de fragata Reinaldo Aguilera González, jefe de máquina del buque escuela, y reconocen «el valor de orientar a los subordinados antes de iniciar el ejercicio sobre las plantas encendidas, el seguimiento a los indicadores de temperatura, presión, aceite, y de este modo, controlar los parámetros del sistema de propulsión y distribución de energía».
Tratan de fijar y tener en cuenta los detalles de los medios ingenieros y mecánicos de la embarcación. Eso les ha dicho el profesor de la cátedra de Ingeniería Naval, Giovani Palacio Rivaflecha: «Como maquinistas navales deben conocer las partes de los equipos del cuarto de máquinas; saber identificar y solucionar las fallas de estas; y trabajar con la energía y el sistema de locomoción del barco».
Han analizado que llegar hasta el puente de mando y ejecutar certeramente las indicaciones del comandante de la nave precisa de largas horas de estudio, reparaciones y dominio de las máquinas, así como sudar con sus altas temperaturas. Un intercambio obligatorio de energías y secretos entre la técnica y el hombre.
Mantener vivo el corazón de la embarcación requiere sacrificios. Sin embargo, nada detiene a «los máquinas» en su empeño. Entienden que el trabajo exige constancia, y sus overoles manchados constituyen símbolo de esfuerzo y saber, aunque algunos tripulantes lo olviden.
Por ello, desde su formación en cubierta los jóvenes repiten el «listo» dado por «su departamento de combate», visualizan los pasos de cada integrante y escuchan el sonido de la técnica cuando se les pide «avante» o «para».
Entonces repasan mentalmente los parámetros de corriente, potencia, voltaje, frecuencia, temperatura, presión y revoluciones monitoreados, recuerdan los niveles establecidos o preparan el diésel generador para el atraque.
A pesar de los pocos segundos entre tales acciones, recurren a los consejos del segundo maquinista, teniente de corbeta Rolando Echeverría Peguero, en las noches de guardia: «A pesar de formarnos para ser hombres ágiles, fuertes y con rápidas decisiones técnicas por las difíciles condiciones en las que trabajamos, debemos priorizar las medidas individuales de seguridad y protección contra el ruido, las vibraciones, el olor intenso a combustibles y el calor».
Los guardiamarinas aprecian los riesgos. Advierten que estar en su puesto de combate no les permitirá observar los lugares por donde navegan, pues no hay escotillas abiertas al exterior.
Sin embargo, les basta saber que el sonido del silbato que escuchan y avisa de la llegada a puerto, encuentra sus fuerzas en los balones de aire del cuarto de máquinas y desde allí se saluda primero.