Javier ha sido seleccionado como uno de los 17 pioneros de Granma que asistirán, en abril, a la quinta cita cumbre de la OPJM. Autor: Osviel Castro Medel Publicado: 21/09/2017 | 05:06 pm
BUEY ARRIBA, Granma.— Allá, donde cualquiera puede sentir el suspiro de las nubes en la espalda, hay un refugio de sonrisas y pañoletas en el que 76 niños aprenden a escribir «verde» y «bandera».
Allá en plena Sierra Maestra, en un lugar que tiene nombre celestial, La Estrella, late el nervio talentoso de Javier Aguilar Soto, el jefe de colectivo de la escuela primaria Esteban Gallardo Medina. A esa casita de luces, situada a 14 kilómetros de la cabecera municipal de Buey Arriba, se llega después de cruzar ocho veces el río Buey, que bordea caprichoso el camino entre lomas.
Allá, con 11 años, Javier cursa el sexto grado y puede disertar sobre serranías y sombreros, pero también sobre ecuaciones y predicados, de mártires cercanos y edades doradas.
Por eso, no resulta extraño que haya sido seleccionado como uno de los 17 pioneros de Granma que asistirán, en abril, a la quinta cita cumbre de la Organización de Pioneros José Martí.
«En el Congreso yo quisiera hablar de nuestra experiencia con el apadrinamiento, que se basa en que cada pionero aventajado sea responsable de uno que esté rezagado. Y también quiero hablar de nuestros logros en la cultura», dice con un lenguaje que parece «grande» para su edad.
Javier se refiere al grupo musical Los Pequeños Turquinitos, en el que funge como director y que fue impulsado por Osvaldo Sánchez, el instructor de arte de la escuela.
«Los primeros instrumentos los hicimos nosotros mismos con la ayuda de nuestros padres, eran un guayo, unas maracas y un “tamborcito”, pero desde que llegó Osvaldo con su guitarra nos hemos superado porque él nos enseñó muchas cosas y ya montamos varios números complejos, con coro y todo», dice con el acento de un profesional.
También pudiera referirse, en la reunión pioneril, al círculo de interés sobre tránsito Vía a la vida, del cual es su principal promotor. «Mi profesor, Rolando Machado, y yo nos dimos cuenta de que los niños del monte pasábamos trabajo con las señales del tránsito cuando íbamos a la ciudad y decidimos crear símbolos con las principales señales para aprender de tránsito y que nos sirvieran para caminar mejor después por las calles».
O tal vez Javier intercambie con delegados de su edad sobre las amistades hermosas que ha tejido con los 15 pioneros internos que viven en su escuela. Ellos provienen de lugares remotos, a más de 15 o 20 kilómetros de La Estrella.
«Voy casi todas las noches a verlos, a saber sus preocupaciones y ellos me saludan contentos, a algunos les ha gustado tanto la escuela que no quieren irse los fines de semana».
Amante de las matemáticas y el ajedrez, Javier, como otros niños cubanos, tiene sueños que pellizcan la cumbre del Turquino y se trastocan en estrellas alcanzables: «Yo quiero seguir aprendiendo mucho para estudiar Medicina y convertirme en doctor», concluye con un gesto pícaro.