«Ningún joven conoce la historia de mi hermano, un héroe desconocido. Y muchos de los que pasan de 60 años solo saben que dio nombre al estadio de pelota Cristóbal Labra, de la Isla de la Juventud, pero ignoran quién fue y cómo murió».
Estamos en la cima de una loma, en la Finca La Tumba, en Artemisa, provincia de La Habana, conversando con un guajiro fuerte aún, no obstante sus 67 años de trabajo y la soledad en que vive, sin familia, rodeado nada más de cuatro perros satos, que considera sus amigos íntimos, y de unas cuantas gallinas.
Máximo Luis Labra Pérez es blanco, pero con la piel semirrojiza del sol que lo castiga en el paraje recóndito que lo rodea, aunque su parcela de tierra, por uno de los costados, linda con una guardarraya que lleva hasta la carretera.
«De todos mis hermanos, el más apegado a Cristóbal era yo, un año menor que él, y estábamos siempre juntos desde niños y durante los días que pasamos las escuelas de Milicias y las prácticas y atrincheramientos de los batallones, en los primeros tiempos de la Revolución».
Además de Máximo, viven Miguel, Jesús, Ángel y Bárbara, estos dos últimos en la Isla de la Juventud, donde murió Cristóbal.
«Nacimos en la finca La Moca, en Candelaria, Pinar del Río. Cristóbal, el 23 de noviembre de 1941, y yo el 16 del mismo mes, pero de 1942. Mis hermanos saben de la muerte de Cristóbal, pero el que estaba siempre con él, en todas las actividades, incluidas las movilizaciones como milicianos, era yo.
«En la Isla hay un monumento a mi hermano y allí posiblemente queden vivas algunas de las personas que fueron testigos de los días duros en que Cristóbal se ahogó con un gas tóxico, tratando de apagar un incendio en un almacén de abono. Estaba en unión de otros compañeros que intentaron salvarlo con respiración artificial y apretones en el pecho, pero no pudieron lograrlo, porque el lugar era intrincado, lejos de un hospital».
Fueron dos compañeras también de esa época quienes nos recordaron el suceso doloroso de la muerte de Cristóbal: Amalia Catalá Álvarez, entonces oficial del Estado Mayor de la Columna Juvenil del Centenario en Camagüey, primero, y del Ejército Juvenil del Trabajo después; una educadora de jóvenes, una experimentada dirigente de la juventud que tiene muchas cosas que contar.
Y también Luisa Herrera Martínez, durante muchos años secretaria de Jaime Crombet Hernández-Vaquero, actualmente vicepresidente del Parlamento, quien —como «Amalita»— investiga y escribe sobre el movimiento juvenil cubano, en particular acerca del quehacer columnista de las décadas de 1960 y 1970, fundamentalmente. Luisa es autora de un libro inédito: Columnas Juveniles Agropecuarias. Historia, Valores y Contemporaneidad, que sirvió para filmar el documental Una Isla en el Tiempo, realizado por Mundo Latino.
Por estas dos mujeres cubanas es que fuimos en busca de la casa vieja y desvencijada donde habita el hermano del hombre que se conoce más por el nombre de un estadio de pelota.
«Miren para allá —señala Máximo Labra—, precisamente por aquellas torres, en tierras de Candelaria, al bajar la Loma del Taburete, como le dicen, está La Moca, donde nosotros nacimos, más conocida en los últimos años porque por esos mismos lares nació y anduvo el cantante Polo Montañés, lamentablemente muerto luego de un accidente automovilístico, en plena fama».
«Allí vivimos hasta los ocho o nueve años, hasta 1950 o 1951. Después nos mudamos para Punta Brava, muy cerca de la ciudad de Marianao. Fue en esa zona donde empezamos a estudiar en una escuela pública, pero tuvimos que dejar los estudios para trabajar y ayudar a nuestros padres. Entonces 25 centavos eran 25 centavos, y había que buscarlos para poder comer y vivir.
«En eso del estudio Cristóbal era un millón de veces más inteligente y capaz de aprender que yo. Con un maestro marianense llegó al 5to. grado y yo apenas me quedé en el 4to.
«A mí el Comandante Vilo Acuña, aquel bravo que murió con el Che en la guerrilla de Bolivia, que al triunfo de la Revolución era casi un analfabeto, me decía que yo era “un tronco’eyuca”, imagínense lo bruto que yo era y lo bruto que parecía, porque hay inteligentes que no lo parecen y brutos que esconden su brutalidad. La mía se veía a mil leguas. Y creo que todavía se ve.
«Mi hermano no; él tenía otras luces y otros conocimientos. Mi padre, José Labra, conoció a Cepero Bonilla —después un intelectual revolucionario de principios de 1959— quien al saber su situación económica, le dio trabajo, aunque ganando dos pesos de salario, como barrendero de la ruta de ómnibus 58.
«El viejo nuestro cambiaba el turno en la Terminal de la 58 para trabajar un poco en el campo con nosotros. Eran los tiempos de harina con boniato nada más o de “rubia con ojos verdes”, harina con aguacate. A las doce del día nuestro padre iba para la ruta a barrer el piso.
«Cristóbal comenzó a trabajar fuera del surco a los 14 años, en la misma ruta 58. Los dueños de esos ómnibus pusieron a trabajar a un grupito de muchachos de ocho o nueve años, hijos de los empleados más pobres, entre ellos a mi hermano y a mí. Ganábamos una miseria. Los otros fiñes eran, si mal no recuerdo, “Colilla”, “El Mago” y un tal Jesús Caballero. Barríamos el taller de la Terminal y las guaguas; les echábamos aceite y recogíamos herramientas, hierros, tuercas, tornillos que se quedaban regados y ya en los tiempos cercanos a 1959 nos daban un peso diario que nos costaba una tonelada de sudor.
«Cristóbal quedó fijo como trabajador de ómnibus en los primeros meses de 1959. Durante la Huelga revolucionaria del 9 de Abril, el esbirro batistiano Salas Cañizares se llevó preso a mi hermano Cristóbal. Afortunadamente estuvo en manos de la Policía solo 72 horas, porque Amado León, el dueño de los ómnibus, habló y lo soltaron.
«Cristóbal tenía el brazo derecho casi lisiado, por un golpe que se dio o un halón mal dado que le dieron en medio del ciclón de 1944. Lo llevaron al médico, al hospital de Artemisa, pero no se lo pudieron enderezar ni componer. Por eso, y por un problema que yo tenía en los pies, no pudimos concluir los estudios en la Escuela de Milicias de Matanzas. Cristóbal era del batallón 132 y yo del 167. Participamos en la Limpia del Escambray».
Su muerte«Han rodado muchas versiones. Es verdad que mi hermano murió en la granja La Reforma, Isla de Pinos, tratando de apagar el fuego que surgió de pronto dentro de un almacén de abono. Él era integrante de una de las brigadas de la Columna Luis Ramírez López, nombre del joven asesinado en el Batallón Fronterizo que defendía el territorio cubano cerca de la Base Naval de Estados Unidos en la Bahía de Guantánamo.
«Esa Columna, compuesta por 1 500 jóvenes, se fundó el 6 de junio de 1966 para compensar los daños sufridos por el ciclón Alma. Aunque allí en la Vaquería 16, en La Reforma, laboraban presos por delitos contrarrevolucionarios, la candela no surgió por un sabotaje, sino por un hecho casual. Es falso que Cristóbal muriera porque le cayó una viga en la cabeza. Un preso, sin querer, al hacer el giro para lanzar el saco que cargaba, tumbó una lata encendida, un mechón que alumbraba el almacén, y se originó el incendio. El almacén era una nave grande, de tablas de palma y techo de guano, con cuatro tipos de abono para fertilizar pastos. No se quemó completamente la nave, pero un gas tóxico tremendo asfixió a mi hermano.
«Yo le puse la boina de miliciano en el ataúd. Jaime Crombet, entonces primer secretario de la UJC, despidió el duelo. Antes de que lo sepultaran en el cementerio de El Guatao, en Punta Brava, La Lisa, el 24 de junio de 1966, me fui a ocupar el vacío que dejó en la Vaquería 16. Lo hice con la ropa que tenía puesta. Mandaron a parar el último avión que iba para la Isla, con el fin de que yo fuera».