Nuiry recuerda bien su llegada a la Sierra Maestra. Foto: Mario Cremata Cuando se escriba más ampliamente la historia de todos aquellos que contribuyeron al triunfo de la Revolución, habrá que detenerse más en el papel que desempeñó la FEU. Igualmente, en la actitud de Juan Nuiry, presidente de la FEU en el exilio allá por los años 1957 y 58.
Nuiry fue uno de los que rápidamente reconoció el liderazgo del Movimiento Revolucionario 26 de Julio y se incorporó a la lucha en la Sierra Maestra, confiado en que esa alianza, en un momento trascendental, daría impulso a la batalla revolucionaria.
Ahora, cuando se cumplen 50 años de su arribo a las montañas de Oriente, evoca sucintamente momentos de su paso por la FEU, y explica en detalle cómo se produjo su llegada a las montañas orientales.
—En poco más de un mes fueron asesinados dos presidentes de la FEU —José Antonio Echeverría y Fructuoso Rodríguez— y Juan Nuiry asumió la jefatura de dicha organización. ¿Qué estrategia reclamaba el momento, cuando la mayoría de los líderes estudiantiles (incluso usted) marcharon al exilio?
—Permíteme retroceder un poquito en el tiempo. Allá por los años 1954, 55 o 56, cuando me desempeñaba como presidente de la FEU en la Facultad de Ciencias Sociales y Derecho Público, el Doctor Raúl Roa era decano de la misma. Una vez, allí mismo, un periodista le preguntó cuál era la diferencia entre los estudiantes de su tiempo (generación del 30) y los actuales (años 50). Roa, genial como lo fue siempre, respondió: «Los estudiantes son siempre los mismos; las que cambian son las épocas».
«Para nosotros, cada generación tiene sus propias definiciones y sus propios desafíos. Si te fijas en el desarrollo de los estudiantes universitarios que a la sombra del Alma Máter se reunieron para combatir a Fulgencio Batista desde el 10 de marzo de 1952, comprenderás que hay todo un proceso.
«Aquel tiempo era esencialmente de manifestaciones, y tomamos como bandera la Constitución de 1940, una de las más progresistas de su tiempo. No teníamos identificación o proyección política, pero nos animaba, eso sí, el hecho de que a solo 90 días de unas elecciones se había dado un golpe de Estado e instituido una dictadura militar que había hecho trizas la Carta Magna.
«Ahora bien, la lucha alcanza un matiz distinto el 30 de septiembre de 1954, cuando por primera vez asume la presidencia de la FEU José Antonio Echeverría. Creo que ese fue un momento de partida, como después lo sería la Carta de México, firmada el 29 de agosto de 1956 por José Antonio y Fidel Castro. Es la unión de dos personalidades que siempre plantearon que el problema de Cuba solo se solucionaría por la vía insurreccional.
«La Colina seguía siendo un centro de agitación y de conspiración. El 27 de noviembre de 1956 tuvo lugar la última manifestación estudiantil. Fíjate que esto sucede a tres días del levantamiento armado en Santiago de Cuba, y a cinco de la llegada del Granma.
«Como la Universidad se clausura definitivamente, se cierra con ella la etapa de las manifestaciones. Había que salir a la calle con un rifle en el hombro, como lo hizo Frank País en Oriente. Es un cambio de táctica y de estrategia».
—Tengo entendido que en el mes de abril de 1957 usted se asila en la Embajada de México, y el día 19 sale de Cuba. ¿Qué hechos, circunstancias concretas, obligan a esa determinación?
—En esa última manifestación no participamos ni José Antonio, ni Fructuoso ni yo, porque los tres estábamos acusados del ajusticiamiento del coronel Blanco Rico, jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM).
«Para colmo, tres días después el jefe de la Policía Nacional, Rafael Salas Cañizares, recibe una información falsa que daba cuenta de que en la Embajada de Haití se había refugiado Juan Pedro Carbó, uno de nuestros compañeros más buscados.
«Salas irrumpe en la sede diplomática, y aunque Juan Pedro no estaba allí, otro joven, un pinareño, le disparó de abajo hacia arriba, donde no lo protegió el chaleco antibalas. Así fue que en menos de una semana perecen el jefe del SIM y el de la Policía.
«La situación en la capital se complica. El mismo día 27 me llevaron a una casa desocupada en Línea y L, y me encerraron en un clóset, pues en aquel momento había un frío tremendo. Allí me entretenía escuchando la radio.
«Resulta que por miedo a que sucediera un hecho similar a lo de Blanco Rico, el régimen resolvió tender el cadáver en la Ciudad Militar de Columbia. Durante el velorio de Salas Cañizares, un periodista entrevista al dictador y se interesa por conocer algún indicio de quiénes habían ejecutado la acción. Él, con su voz engolada, responde: “Estoy seguro de que esto es resultado de la Carta de México. Ahí están involucrados José Antonio Echeverría, Fructuoso Rodríguez y Juan Nuiry. Si no fueron ellos los perpetradores, están muy cerca...”. Sus palabras fueron nuestra sentencia de muerte.
«Ahí comenzamos a preparar las acciones del 13 de marzo, que serían terribles en muchos aspectos. Después de eso, no nos quería recibir nadie. A Fructuoso y a mí nos esconden en casa de los hermanos Menocal en el Vedado, donde permanecimos poco más de una semana. De ahí nos sacaron y nos separamos. Me aceptan en otra casa con la condición de que no podía salir de mi habitación ni recibir a nadie.
«Un día permitieron que el Doctor Raúl Roa fuera a verme para aconsejarme. Nunca olvidaré sus palabras: “Mira, ustedes tienen que hacer una retirada estratégica. Mientras permanezcan escondidos los van a seguir buscando, y las pocas armas y materiales que tengan se irán perdiendo. Además, no los van a coger vivos. Vete y luego regresas”.
«Entonces le planteé que lo mejor sería irme para la Sierra. Roa me miró serio y me dijo: “Chico, ¿y tú crees de verdad que con esa cara que todos los días sale en los periódicos, vas a poder llegar?”.
«Él habló con el Doctor Gilberto Bosque, embajador de México en La Habana, y envió a su esposa, Ada Kourí, para que me recogiera y me asilara allí. Como dices, el 19 de abril me marcho de Cuba, y al día siguiente ocurre la masacre de Humboldt 7».
—Reconfigurada la máxima dirección de la FEU, en una coyuntura adversa como resulta la vida del exilado, ¿afloraron contradicciones, tal vez criterios que discrepaban o se apartaban de la línea esbozada y propuesta por José Antonio?
—Podíamos tener diferencias tácticas, pero la línea de combate era la misma. El método de José Antonio, o sea, la insurrección, era también el nuestro. Con esa finalidad comenzamos a preparar condiciones para venir. La delegación que más tarde viajó a la Sierra con amplios poderes (compuesta por Omar Fernández, José Fontanills y Juan Nuiry), lo hizo con pleno respaldo.
—El programa trazado por la FEU en el exilio incluía, como una de sus cláusulas principales, la búsqueda de fondos para enviar una expedición armada a Cuba. ¿Este propósito pudo concretarse antes de octubre de 1958?
—Siempre manejamos esa idea, y que la llegada debía ser por Oriente. Aunque desde mediados de 1958 teníamos listo lo necesario, el viaje no pudo realizarse hasta el 13 de octubre.
—¿De qué manera se preparó y efectuó la travesía?
Juan Nuiry, en la foto junto a Fidel, fue uno de los que rápidamente reconoció el liderazgo del Movimiento Revolucionario 26 de Julio y se incorporó a la lucha en la Sierra Maestra. Foto: Cortesía del entrevistado «Nosotros contactamos a Haydée Santamaría, responsable del Movimiento en el exterior, y le planteamos nuestro deseo de marchar a la Sierra Maestra. La información se transmitió y se aprobó el envío urgente.
«En Estados Unidos nos fuimos a Fort Laudardale, al norte de Miami. Cerca había un aeropuerto que, a pesar de estar en buenas condiciones, permanecía desactivado desde la Segunda Guerra Mundial.
«El día señalado, un avión procedente de Canadá, con supuesto destino a la terminal aérea de Maiquetía, en Venezuela, se posó en la pista aproximadamente a las cinco de la tarde. Al ser horario pico, dificultaría al FBI realizar un operativo en caso de ser descubierto nuestro plan, como sucedería posteriormente al capturarse una expedición donde vendrían gente nuestra como Manuel Bisbé y Jorge (Yoyi) García Bango.
«Se cargó la nave con abundante parque militar y levantamos vuelo. Aterrizaríamos después de las seis y treinta de la tarde, cuando los aviones de la dictadura dejaran de volar.
«Después de largo rato sin que percibiéramos la señal y cuando el combustible se agotaba, Pedro Luis Díaz Lanz, el piloto, divisó unas mechas que indicaban el sitio de la bajada, en la zona conocida como Cienaguilla».
—¿Cómo recibieron los combatientes guerrilleros a los representantes de la FEU?
—Perfectamente bien, sin ningún contratiempo. Quizá porque casi todos los que estaban allí eran conocidos nuestros, a excepción de quienes nos recibieron, los capitanes Guerrita (Felipe Guerra Matos) y Braulio Coroneaux.
«Rumbo a La Plata, vimos al capitán Rodolfo de las Casas (Casitas), que había sido dirigente estudiantil. En el hospital, nuestros amigos íntimos, los doctores Julio Martínez Páez y Bernabé Ordaz. Cuando llegamos adonde estaba instalada Radio Rebelde, nos acogieron Jorge Enrique Mendoza, Violeta Casals, Orestes Varela... En Minas de Frío estaba Aldo Santamaría, y después vivimos en la casita de Faustino Pérez. Hasta los ayudantes del Comandante en Jefe eran viejos amigos nuestros: el Capitán Llibre y el Comandante Paco Cabrera.
«Lo único que nos diferenciaba era la inscripción FEU, debajo de nuestros brazaletes con la bandera del 26 de Julio. Y la identificación entre ambas partes creció aún más cuando se nos informó de la apertura del Cuarto Frente, con la Columna 32 José Antonio Echeverría bajo el mando del Comandante Delio Gómez Ochoa —antiguo compañero de la Universidad—, donde se incorporaron Omar y Fontanills, mientras yo permanecí en el Estado Mayor».
—¿Y a la hora de discutir grados y jerarquías?
—Cuando nos reunimos con Fidel, le plantea- mos que queríamos ganarnos los grados por lo que hiciéramos desde ese momento, y no por lo que hubiéramos hecho antes.
«Después de la Batalla de Guisa, él me nombra al frente de la zona de Charco Redondo, y me hace capitán».