«Siempre pensé verme con un estetoscopio y una bata blanca, no con tizas y adolescentes ávidos de conocimientos que te colman de metas hermosísimas, pero difíciles como casi todo lo hermoso».
Esto nos dice Yoandri Marrero Placencia, quien estuvo entre aquellos jóvenes que se ganaron el apelativo de Los valientes, dado por Fidel a quienes dejaron a un lado sus sueños personales para integrarse a los proyectos transformadores en la Secundaria Básica cubana.
Han pasado cinco años desde aquel momento fundacional, y este joven tiene ahora otra perspectiva: «Después de conocer la experiencia te aseguro que nací para educar», manifiesta.
«Soy maestro porque Cuba necesita maestros. Estudiaba en la vocacional de la Ciudad Escolar Ernesto Che Guevara, en Villa Clara, y podía escoger otra carrera, pero respondí al llamado que nos hicieron, para garantizar la continuidad de la enseñanza».
Hoy funge como profesor en la Escuela para la Formación de Profesores Generales Integrales (PGI) de Secundaria Básica José de la Luz y Caballero, plantel donde mismo se formó: «Somos un equipo de docentes y trabajadores de apoyo, que halamos parejo», afirmó.
El joven villaclareño advierte que ese interés es común en los muchachos que ingresan al centro para consagrarse al magisterio, y nos cuenta sobre su casamiento con la enseñanza.
La misma certeza la tiene Juan Emilio Yera Jiménez, secretario de la UJC, quien califica al centro como un taller donde se forman buenos cuadros, gracias a la exigencia predominante.
«Siempre quise ser maestro, porque a diferencia de algunos que dicen no haber tenido profesores que los motivaran, yo tuve muy buenos maestros, que con su ejemplo personal desataron mi vocación.
«Después de conocer la experiencia te aseguro que nací para educar», manifiesta Yoandri Marrero Placencia. «Trabajar para ser una referencia de cosas provechosas, debe ser el propósito de los que elegimos el camino del magisterio, de ese modo tendremos seguidores seguros», sugiere este espirituano que ha hecho de la escuela su hogar, y de sus compañeros y alumnos una familia.
Al acercarnos a la labor de esta Escuela para la Formación de Profesores Generales Integrales de Secundaria Básica hay que pensar en su bregar tras el sueño martiano de hacer de cada hombre una antorcha.
Entre las fortalezas de este centro —enclavado en Güira de Melena, en La Habana— no podemos soslayar la incondicionalidad de alumnos y profesores, quienes eligieron el oficio de ser padres intelectuales de las presentes y sucesivas generaciones.
Anécdotas que van desde los días inaugurales hasta hoy explicarían las causas de por qué siendo tan joven —apenas cinco años— esta escuela se siente dueña de una cultura organizacional inalterable, y ha sido Vanguardia Nacional durante dos cursos consecutivos.
Herencia de una culturaLos primeros profesores de la José de la Luz y Caballero no se escogieron al azar. Nutrían la vanguardia docente de varias provincias, por eso fue posible enrumbar sin tantos escollos los principios de una cultura organizacional sólida.
«Dejar nuestros lugares de residencia y familiares, fue una prueba de compromiso con la Revolución ante el llamado que se nos hacía», afirma Noel Camejo Valdés, profesor fundador del centro.
«La noche antes de la llegada de los muchachos nos reunimos de manera informal con Mario Luis Gómez, quien fuera nuestro primer director, y este nos convocó a trazarnos metas a partir del ejemplo personal.
«Consideramos que solo así podíamos cubrir todas las exigencias de los educadores, y contribuir a la formación del paradigma que nuestros alumnos debían tener.
«Defendemos desde entonces ese principio, hasta adueñarnos de una herencia laboral que se transmite a todos los que se integran al colectivo, ya sean alumnos, profesores o personal de apoyo a la docencia.
«Fíjate si es así, que ya Mario Luis no está con nosotros. Actualmente es el rector del Instituto Pedagógico en Pinar del Río, pero lo que aprendimos con él sobre la dirección participativa sigue vigente en este colectivo.
«Ser parte creadora de cuanto proyecto surja, ayudarnos a superar las dificultades, y trabajar como si fuéramos una familia, nos ha dado el sentido de pertenencia del cual tanto se habla, y que solo se alcanza con la creatividad colectiva».
La formación de estos muchachos durante diez meses tiene carácter intensivo. Diosvany Ortega González, quien dirige la escuela desde hace un trienio, enfatiza en el compromiso que tienen con las nuevas generaciones al habilitar durante cada curso alrededor de 350 PGI.
«La escuela se inauguró en marzo de 2003 con el objetivo de continuar el programa de formación de PGI, iniciado con los primeros cien jóvenes a los que Fidel llamó Los valientes.
«Desde entonces, somos responsables de ofrecer las herramientas fundamentales para que ellos puedan enfrentarse a las aulas, donde trabajarán en sintonía con las transformaciones en la educación, que conciben 15 estudiantes por aula, una atención diferenciada a cada uno y un vínculo muy estrecho con sus familias, entre otros preceptos que incluyen el uso de los medios audiovisuales para auxiliar la calidad.
«Nos nutrimos principalmente de estudiantes de los Institutos Preuniversitarios Vocacionales de Ciencias Pedagógicas, pero también de alumnos que cursan el último año de bachillerato en otros preuniversitarios.
«La selección de estudiantes en las distintas escuelas para sumarse a la nuestra, es otra de las tareas que asumimos con la responsabilidad que requiere un proceso donde está en juego la educación.
«Necesitamos profesores, pero los que se nos incorporen deben poseer actitudes y aptitudes valiosas, porque la influencia del maestro es imperecedera.
«En estos años hemos comprobado que nuestra cantera en los pre puede fortalecerse. En la medida en que el reconocimiento social a los maestros se fortifique, lo lograremos».
Espejo de la soledadLa formación de estos muchachos durante diez meses tiene carácter intensivo. Se levantan a las seis de la mañana y al poco tiempo ya están disfrutando de un matutino que cumple con las exigencias de la formación ética y estética requerida por un profesional que debe ser espejo donde se mire la sociedad.
«Diariamente recibimos cinco turnos de hora y media cada uno. Desarrollamos además actividades formativas que integran este proceso, entre ellas recreativas y deportivas. Más tarde vemos el noticiero y luego tenemos autoestudio hasta la hora que queramos. Regularmente terminamos sobre las 12 de la noche», explica Javier Vega, a quien el magisterio lo libró de la introversión y lo ha hecho más independiente y seguro.
Lisandra Hernández tiene una historia curiosa que contar. Estudiaba en el Instituto Politécnico de Economía Raúl Cepero Bonilla, en San José de las Lajas, cuando quiso cambiar de rumbo para seguir los pasos de casi todos sus familiares, e influir en la formación vocacional de su hermana que promete ser también profesora.
«Vine a la escuela de verano, que siempre tiene lugar en este centro, y me gustó. Regresé contenta a mi casa porque vi muchas perspectivas a corto y largo plazo.
«Habilitarnos como PGI nos da la oportunidad de matricular posteriormente en las microuniversidades existentes en los municipios, para estudiar la Licenciatura en Educación, en la especialidad de PGI.
«Luego podemos seguir superándonos hasta alcanzar la maestría y el doctorado. Tenemos, además, el reconocimiento de los estudiantes y la sociedad, porque los maestros siempre dejamos una huella por donde pasamos, especialmente en el recuerdo de los alumnos. Que sea venerable ese recuerdo, depende mucho del esfuerzo personal».
PerspectivasA la José de la Luz y Caballero, gran parte del país le agradece por haber habilitado en su primer curso profesores emergentes de Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Villa Clara, Cienfuegos, Sancti Spíritus y Ciego de Ávila.
Hoy celebran el quinto aniversario del centro. Tres estudiantes de la Academia Provincial de Artes Plásticas Eduardo Abela levantaron una antorcha metálica que simboliza los sueños de un lustro.
«Trabajar día y noche para eternizar una meta nos satisfizo. Los maestros merecen esto y mucho más, porque garantizan el conocimiento que nos hace antorchas, como Martí ansiaba», asevera Pablo Montes de Oca, uno de los escultores.
Sin embargo, el director del plantel está convencido de que todavía están alejados de la perfección y que queda mucho por hacer.
«Lograr convertir el estudio en una necesidad, y que la motivación de estos jóvenes no decaiga cuando salgan de las aulas de la José de la Luz y Caballero, es y será batalla de todos los días», afirma.