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La pequeña gigante galena

A pesar de las limitaciones físicas y de las trampas de la incomprensión, Dannelis Tousón Ortiz cumplió su sueño de estudiar Medicina

Autor:

Juventud Rebelde

  «Quemándose» las pestañas Dannelis puede recuperar las semanas perdidas por su ingreso tardío a la Facultad de Ciencias Médicas manzanillera. Y no hay dudas de que encontrará mucho apoyo en sus compañeros de aula. Manzanillo, Granma.— «Yo vivía prácticamente en el hospital. En tres años fui cuatro veces al quirófano y en total me hicieron siete operaciones.

«A los 24 meses medía apenas 70 centímetros y caminaba con los pies virados. Entonces me llevaron al médico y ahí diagnosticaron: no solo padecía de un tipo de enanismo; también tenía luxación congénita de la cadera.

«La primera operación fue a los cuatro años, la última a los siete. Me enderezaron algo los pies, aunque surgió un inconveniente: una pierna se me estiró tres centímetros y la otra 2,5. Hubo que emparejarlas. Después empecé a hacer rechazo a los pasadores y tuve que ir de nuevo al salón».

Las vivencias de Dannelis Tousón Ortiz, narradas por ella en un pasillo de la Facultad de Ciencias Médicas de Manzanillo, embelesan enseguida. Pero, sobre todo, pintan al ser humano capaz de atravesar las tapias tremendas que la vida le colocó en el camino.

Fue esta joven, nacida el 12 de julio de 1989, la que saltó hace tres meses a la sección Acuse de Recibo, de Juventud Rebelde, porque supuestas resoluciones impedían que una persona de su talla (un metro y 34 centímetros) estudiara Medicina.

«La lucha resultó difícil, pero aquí estoy: en la Facultad desde septiembre», dice gozosa esta muchacha del poblado de Vado del Yeso, en el municipio granmense de Río Cauto.

En su historia hay de todo: lágrimas, premios, sonrisas, incomprensiones, nostalgias, sopores...

A Clases Enyesada

La estatura le viene de su progenitora, quien ha sido más que sostén en momentos de tornados existenciales. «Mi mamá mide 1,33: un centímetro menos que yo. A ella también la operaron, aunque a los 15 años, y no creció más».

No hay certeza de por qué la madre nació así. Todos sus hermanos (diez) son de talla normal. «A mi abuela le dieron unas fiebres en el embarazo y la especialista en Genética dijo que había existido una mutación, o algo parecido», comenta Dannelis.

«Yo pesé siete libras al nacer, y caminé antes del año. Las operaciones no me impidieron ir a la escuela; porque mi mamá buscaba un coche y así, enyesada, me llevaba a las clases y me recogía luego. Ella jamás me limitó.

«Después de las operaciones hice ejercicios durante bastante tiempo».

Suelta estas frases con orgullo sano, como quien quiere mostrar que desde la cuna sembró empeños. Y nuevamente vuelve a descubrirse pertinaz: «Nunca falté a los turnos de Educación Física; hacía hasta donde me daban las fuerzas, si había que dar tres vueltas a la pista yo daba dos; jamás dije “no puedo”. La escuela al campo tampoco representó un problema; cogía el azadón como los demás...».

Esa fuerza y su capacidad mental hicieron que brillara durante la Primaria y la Secundaria Básica, en la que se hizo «célebre» por declamar los poemas que le hacía (y le hace) su padre. Y en noveno grado, incluso, llegó a ser la presidenta del colectivo de la ESBU Tania la Guerrillera.

El colofón de su constancia: ganó una plaza para el Instituto Preuniversitario Vocacional en Ciencias Exactas (IPVCE) Silberto Álvarez Aroche, de Bayamo.

No por gusto en estos tiempos uno de sus profesores la bautizó como la Pequeña Gigante, un mote que hoy recuerda con un guiño agraciado.

La más llorona

Precisamente en el IPVCE le brotaron los primeros lagrimones. «“Echaba tanto de menos” que me moría, y lloraba mares, sin exagerar. Cierta vez una profesora dijo delante de otros docentes: “Miren, esta es la niña que más ha llorado en toda la historia de esta escuela”. Eso me dio más tristeza todavía».

Llegó a tal punto su congoja lejos de los suyos que le propuso a su mamá el traslado para el preuniversitario de Río Cauto. «Ella, sin embargo, fue muy fuerte y con el llanto por dentro me dijo que no, que yo iba a terminar allí».

Así pasó. Al concluir el duodécimo grado Dannelis exhibía un envidiable 99,17 de índice académico. Pero aún con tal promedio llegaron otros pesares.

«En el momento de llenar la boleta de las carreras me dijeron en la secretaría de la escuela que creían que por mi tamaño no podía estudiar Medicina. Yo, porfiadamente, la pedí en primera opción. No obstante, siguieron insistiendo...

«Ahí vino mi otro océano de lágrimas. Me sentí discriminada por primera ocasión en la vida. Hasta ese instante mi único complejo había salido cuando tenía que bañarme en la playa, porque me apenaba enseñar las cicatrices, pero eso ya estaba completamente olvidado».

En ese minuto puso su mente en otros como ella, invalidados alguna vez de alcanzar una meta, por el tamaño... por un cuño físico... Y comenzó su diluvio de cartas a varias instancias. Mas no llegaba una «contraorden».

«Finalmente llené otra boleta, en la que optaba por una tecnología de la Salud Pública. Me dieron esa carrera y se esfumó la posibilidad de hacer las pruebas de ingreso para Medicina.

«Cuando mi caso apareció publicado en el periódico se produjo un cambio casi inesperado para mí. Me entrevistaron en la casa; días más tarde acudí a la Facultad, donde me vieron un psicólogo, un clínico y un especialista en Endocrinología. Ellos establecieron que estaba apta para estudiar la carrera».

Quedaban otros escollos: los dos exámenes de ingreso. Como ya le habían asignado otra especialidad, Dannelis llevaba meses sin prepararse. No obstante, aprobó ambos y terminó con un promedio general de 93,3 (la suma del índice académico más los resultados de las pruebas de ingreso).

En esos trámites transcurrieron semanas. Por eso matriculó en la Facultad manzanillera a finales de septiembre. «Ese tiempo yo lo recupero. Ya le he cogido la vuelta a los estudios; hay que “quemarse” muchísimo, aunque siempre se busca el espacio para todo: para salir, para leer algo y hasta para tener novio», sentencia con una risa maliciosa.

Futuro

Dannelis ya ha enfrentado incógnitas difíciles, unas mal intencionadas, otras no. Alguien le ha preguntado, por ejemplo, cómo pudiera ser cirujana o ginecóloga.

«Para operar, ya veré; me subiré en un banquito. Y si no puedo ser cirujana, que me gusta, me dedicaré a otra especialidad. Digamos, a la Pediatría. La Medicina es infinita.

«No veo dificultades mayores para ejercer. Mi mayor problema es controlar el peso; ahora estoy en 43,2 kilogramos, que es mucho para mi talla».

Dannelis —preguntas aparte— se pinta dentro de seis años vestida de esperanza, entre niños de su propia estatura, que la abrazan y la miman como hicieron con ella en un período duro. Y sus sueños se hacen miel en una sonrisa infinita.

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