Santiagueras y santiagueros;
Compatriotas:
La Revolución se sustenta en el sacrificio supremo, una generación tras otra, de hombres y mujeres de todas las edades. Ellos ocupan el lugar de honor en el recuerdo de quienes hoy seguimos dispuestos a cumplir el mandato martiano de no dejar caer jamás la espada.
Ese compromiso perenne con nuestros muertos heroicos se ratifica cada año en dos momentos culminantes: el 7 de Diciembre, en memoria al infausto día de 1896 en que una bala enemiga tronchó en los campos habaneros la vida del general Antonio Maceo; y el 30 de Julio, cuando hace hoy exactamente medio siglo cayó Frank País García, víctima de los sicarios del tirano y consecuente con la convicción que proclamara meses antes, cuando dijo: «No esperamos la hora cero para ofrendar nuestras vidas».
Nuestro pueblo ha unido para siempre en la historia patria, al veterano de tres guerras de independencia con más de 830 acciones combativas y 27 cicatrices en su cuerpo, y a ese joven revolucionario, cuya muerte hizo expresar a Fidel la ya conocida frase: «¡Qué monstruos! No saben la inteligencia, el carácter, la integridad que han asesinado».
Antonio Maceo y Frank País constituyen símbolos de la decisión de un pueblo de darlo todo por el bien de la Patria; por nuestra única e indivisible lucha, primero por hacerla libre, digna y justa y después por garantizar que lo sea siempre.
No es casual que en este sitio reposen, junto a los de José Martí, los restos mortales de incontables héroes y mártires.
En las calles de Santiago, al igual que en las montañas, llanos y ciudades de todo el oriente, como de Cuba entera, combatieron sus hijos durante largos años, y desde aquí partieron también a luchar solidariamente junto al hermano agredido en otras tierras del mundo.
La Demajagua, Mangos de Baraguá, Baire, el Moncada, el 30 de Noviembre, los frentes guerrilleros, la lucha clandestina y las misiones internacionalistas constituyen eslabones sobresalientes de ese batallar centenario, en que cada tregua ha sido apenas la antesala de nuevos combates.
Frank País es paradigma de la estirpe indoblegable de nuestra juventud. El santiaguero humilde que había decidido formarse en la noble profesión del magisterio, profundamente martiano, que por sus excepcionales cualidades, en primer lugar por su firmeza política, rectitud moral y valor a toda prueba, se convirtió en apenas unos meses en jefe de la organización clandestina del Movimiento 26 de Julio, primero en Oriente y después en toda Cuba.
Asombra que un joven de apenas 22 años haya sido capaz de organizar y dirigir las acciones del 30 de Noviembre, en apoyo al arribo del Granma a las costas cubanas, donde los combatientes revolucionarios, vistiendo por primera vez el uniforme verde olivo, paralizaron prácticamente a Santiago de Cuba, para entonces la segunda plaza militar del país, solo superada por la capital.
Después del desembarco, la incansable y sumamente peligrosa labor de Frank País y Celia Sánchez, gracias al firme apoyo de un número creciente de valientes y abnegados orientales, tanto habitantes del llano como de la Sierra Maestra, resultó decisiva para la recuperación del pequeño contingente rebelde y su posterior refuerzo con un importante número de combatientes y armas del movimiento clandestino, que a la vez incrementó su accionar en llanos y ciudades.
Un día como hoy, en 1957, la tiranía hizo realidad su obsesivo empeño de dar muerte a Frank, con la absurda idea de que ello significaría el fin a una batalla que ya había hecho suya un pueblo entero.
Cayó asesinado en el Callejón del Muro, junto a Raúl Pujols. Ambos sabían que marchaban a una muerte casi segura, al abandonar la casa donde se refugiaron, en el intento de proteger a la familia que allí residía.
Fue impresionante el entierro que les dio esta ciudad heroica. Como dijo el poeta santiaguero César López, en diálogo póstumo con Frank: «Todo un pueblo lloró tu valentía».
Sus asesinos quedaron tan aterrorizados que optaron por ocultarse en sus cuarteles.
Solo 30 días antes, las calles santiagueras habían visto morir combatiendo a su hermano Jossué País, de solo 19 años, junto a Floro Vistel y Salvador Pascual.
Encendemos esta llama, un día como hoy, en homenaje al aniversario 50 de la caída de Frank, y en honor a los que como él integran la infinita galería de nuestros héroes y mártires.
Esa llama es gratitud eterna a esta Ciudad Héroe, cuyo pueblo generoso y valiente salvó la vida de combatientes del ataque al cuartel Moncada, entregó a la lucha a muchos de sus hijos y en medio de dificultades, trabaja hoy con tesón por salir adelante; ante el cual, reiteramos, convencidos de que ¡Santiago sigue y seguirá siendo Santiago!
Esta llama arde a la memoria de los aborígenes y cimarrones que libraron los primeros combates contra la opresión en estas tierras orientales.
Su luz nos recuerda el ejemplar sacrificio de Céspedes, el Padre de la Patria; de Martí, el más grande de todos los cubanos; del Titán de Bronce, nuestro mayor guerrero; de Máximo Gómez, el brillante jefe y estratega, y de cada mambí caído en la manigua redentora.
Brilla además como tributo y compromiso con cada uno de los hombres y mujeres que ya no están entre nosotros, sin cuyo sacrificio no fuera posible la Patria que hoy nos enorgullece.
A quienes dedicaron hasta el último minuto de su vida a hacer primero la patria libre y después a edificar la obra revolucionaria; a los caídos en combate frente al enemigo o más triste aún: víctimas de sus cobardes actos terroristas.
Al Che y a todos los que han ofrendado la vida en cumplimiento del deber internacionalista.
A las madres que como Doña Rosario, han sido ejemplares seguidoras del extraordinario ejemplo de Mariana; a esas maravillosas mujeres cubanas capaces de sobreponerse al dolor y llorar en silencio la muerte del hijo amado, sin jamás traicionar su memoria con el menor reproche a su máximo sacrificio por la causa en que creyeron.
Lo hacemos con la más profunda convicción de que su fuego será tan eterno como esta Revolución, por estar sustentada firmemente en la unidad de un pueblo que ha demostrado con creces su disposición a dar la vida por la Patria y por sus ideales.
La actual generación de revolucionarios cubanos enciende esta llama como nueva muestra del compromiso sagrado con nuestros muertos. Ante ellos juramos una vez más que seremos fieles a su memoria y a su ejemplo.
Arderá también por los que caigan en lo adelante, en el cumplimiento de su deber revolucionario o en cada nuevo combate que nos imponga el enemigo, enarbolando bien alto las banderas del socialismo y la dignidad, y gritando como hasta hoy frente al imperio:
¡Viva Cuba libre!