Foto: Calixto N. Llanes A primera vista cualquiera se equivoca. Ni siquiera se imagina que dentro de un cuerpo tan diminuto y de tan pequeña estatura pueda alojarse tanto valor y deseos de enfrentar el mal, incluso poniendo en riesgo su propia vida. Con ella encuentra razón el refrán de que las apariencias engañan.
Así lo pudimos comprobar al conocer a la joven subteniente Rachel Olivera Moriña, quien no creyó en serias amenazas, ni la vencieron largas jornadas de trabajo cuando se propuso cambiar el rumbo de algunos ciudadanos en el consejo popular de El Palenqueen el consejo popular de El Palenque, en el capitalino municipio de La Lisa.
Durante seis meses Rachel se desempeñó como jefa de sector de aquel lugar y demostró que siempre hay tiempo y posibilidades para salvar al ser humano, y que donde hay una mujer con deseos de trabajar, tampoco hay fantasmas.
—¿Sentiste temor al trabajar en un barrio con fama de conflictivo?
—Desde el momento en que me dieron la responsabilidad sabía que iba a ser una tarea dura. El Palenque tiene fama de ser un barrio difícil y había escuchado varias anécdotas en la que me describían a la mayoría de sus pobladores como verdaderas «fieras».
«No me amilané. Fui cumpliendo poco a poco mis objetivos con ayuda de la comunidad y mis superiores. Comencé vinculando al trabajo o al estudio a quienes no lo hacían, y eso me dio buen resultado. Lo hice siempre tratando de convencerlos de que era lo mejor para todos. Muchos se reivindicaron».
—Suena hasta fácil...
—No creas. Tuve y tengo que enfrentar muchos problemas, y algunos bien «gordos» para una mujer. Una vez hasta me amenazaron de muerte. Luego llamé al sujeto y todo quedó zanjado. Hoy él es un ciudadano correcto, y aunque no me lo dice, sus familiares me lo agradecen. Eso es un gran estímulo para mí.
—Eres capitalina de nacimiento y te inclinaste por ser policía...
—Lo de pertenecer al Ministerio del Interior era un sueño que por fin pude cristalizar ahora con 34 años. Siempre quise ayudar con mi trabajo a quienes habían trastocado su camino por falta de orientación o por las malas compañías. Ahora siento que soy más útil a la sociedad con lo que hago.
—¿Cuántas horas tiene tu jornada laboral?
—Muchas. Trabajo sin mirar el reloj. No me gusta dejar nada para mañana si lo puedo hacer hoy. A veces tengo que ir a ver a alguien a quien solo puedo contactar a altas horas de la noche, y ese día llego a mi casa tardísimo, pero lo veo. Hay días en que laboro hasta 16 horas.
—¿Y tu familia?
—Tengo una hija de 16 años a la que atiendo lo mejor posible. A pesar de su edad me comprende y sabe que mi responsabilidad en ocasiones necesita que le dedique mucho más tiempo al trabajo. Hasta ahora no he tenido ningún conflicto familiar por cumplir con mi deber.
—¿Satisfecha con lo hecho?
—No. Y mucho menos conforme. Aún quedan desajustes sociales por resolver en El Palenque. Varios ciudadanos todavía no se han incorporado a una actividad útil. Otros incluso cometen indisciplinas sociales de vez en cuando, pero es necesario ponerles freno pronto antes de que pongan en jaque a la tranquilidad ciudadana.
—¿Es cierto que por tus resultados te promoverán laboralmente?
—Sí. Voy a ocupar otras responsabilidades asignadas por el mando. Será un nuevo reto para mí. Me entregaré completamente para no defraudarlo.
«Si terminaron las preguntas les ruego me disculpen. Tengo que ir a visitar a un muchacho que tiene problemas en su escuela y quiero hablar con él y su familia para tratar de resolverlos entre todos. Además, hoy tengo que lavar, arreglarme las uñas, el pelo, y dedicarle un tiempo también a mi hija».
A los pocos segundos la vemos marcharse con su andar apresurado y saludando a cuantas personas le salen al paso. Con unos intercambia algunas palabras, tal vez preocupándose por sus problemas personales o indicándole a quién tiene que ver para que comience a trabajar o a estudiar.
Porque como bien dice Zenaida Soto, vecina de El Palenque, «Rachel es muy espabilada y siempre está encima de los problemas».