Florentino, en primer plano. A su lado Pedro Vargas. Foto: Ismael González González NIQUERO, Granma.— Uno los mira tan frescos, con sus edades grávidas a cuestas, e inmediatamente se pregunta de dónde sacan tantas fuerzas.
Ninguno de los dos impresiona por el físico; pero poseen fibras ciclópeas, al punto de que fueron capaces de caminar en dos meses justos casi 900 kilómetros: desde el Memorial Granma, en Ciudad de La Habana, hasta el punto por donde desembarcó hace 50 años el yate blanco de la libertad.
Este 2 de diciembre Florentino Calzadilla Sánchez y Pedro Vargas Montero llegaron a Los Cayuelos, sin rastro de cansancio, en un recorrido iniciado el 2 de octubre, que los llevó a desandar unos 20 kilómetros por jornada.
«Iniciábamos las marchas a las dos de la madrugada para aprovechar el fresco, caminábamos cuatro horas seguidas, con calma, para no estropearnos, tratamos de descansar la mayor parte del día», narra sin inmutarse Florentino, un hombre nacido en Pilón hace casi 70 años.
Su acompañante, de 63 primaveras, oriundo de Alto Cedro (provincia de Holguín), pero residente en Bayamo desde hace tres décadas, cuenta que el tramo más emocionante, sin contar la parte final en Niquero, sobrevino en el poblado camagüeyano de Martí.
«Tuvimos que retroceder cuatro kilómetros porque nos estaban esperando decenas de personas en la carretera para saludarnos. Ese recibimiento nos emocionó y dio energías».
Relatan que en las últimas fechas las lluvias se pusieron «pesadas»; eso les dificultó la caminata, pero aunque hubiesen caído raíles encendidos estaban seguros de que cumplirían la meta.
«En casi todos los lugares nos esperaron con alegría, resultó algo lindo; aunque lo más hermoso se vivió al pisar este pedazo de tierra por donde arribaron los expedicionarios. Este es nuestro modesto homenaje a Fidel y a sus compañeros», dice exaltado Vargas.
Caminaron más de una vez entre un mar de gente, hasta completar, según cálculos conservadores, 910 kilómetros, espoleados siempre por el reencuentro simbólico con el Granma.
FLORENTINO, LAS PROEZASPara Pedro representa su primer gran atrevimiento de «peregrinación». Teniente coronel (r) de las FAR e internacionalista, confiesa que este tipo de andanza rejuvenece.
Florentino, en cambio, es un veterano de tales aventuras. Miembro del Ejército Rebelde, realizó junto a otro combatiente un bojeo en bote a Cuba en 1996, que bordeó la Isla y concluyó justamente en Los Cayuelos. Fue un periplo similar al de Sebastián de Ocampo en 1509, aunque aquel navegante no se desgastó físicamente como este pilonense.
Constituyeron, según Calzadilla, cuatro meses duros, en los que remó hasta 11 horas seguidas; se alimentó frugalmente y durmió de vez en cuando en algún cayo o una playa tranquila. «En ocasiones colgábamos hamacas, otros días nos acostamos en el suelo», apunta.
Anteriormente había realizado seis viajes por mar para homenajear fechas históricas, pero ninguno tan largo como aquel. En la década del 90 navegó por tramos, en una pequeña embarcación, desde playa Las Coloradas hasta la capital del país para donar al Museo de la Revolución una cámara que perteneció al Che.
En 1983, junto a Pedro García Lupiáñez, remó desde las costas de Granma hasta Santiago de Cuba para saludar los 30 años de la gesta del Moncada.
Dice sentirse fuerte como un roble y cuando alguien, imaginando al caminante con más juventud, se maravilla por la edad, contesta: «Si estuve en la Sierra no puedo ser un muchacho, aunque me lo crea».