La tecla del duende
Radamés nos envía este mensaje:
Junio es mes de padres, de cumpleaños de héroes y también de gente entrañable. La más «espiritual y santa» de las villas cubanas arribó a su aniversario 506. En el calendario teclero, el sexto es el mes de los afectos. Así, estas líneas abrazan a Rolando Ferrer, Fernando, a Julián, El Cañón, Julia, Mignelys, Raysa. Y abrazan también, desde el recuerdo y la gratitud, al más Ocurrente. Lo fue tanto, y fue tan Duende, que una tarde sabatina de febrero abrió las puertas del Instituto que él dirigía a sus lectores. Y desde allí, fue cómplice de los sueños, las necesidades y aspiraciones de personas sencillas. Fue «lector de sus lectores». En esas tertulias, por algo más de dos años, llenó las gradas de un «anfiteatro desconocido» para muchos transeúntes, a pocos pasos de la Avenida 23. Ese lugar muchos lo llamamos El Hueco. Allí, siempre acompañado por su fiel Igor, recibió a sus lectores, celebró cumpleaños, convocó amigos, ideó ocurrencias, tejió hermandades, propició y alentó concursos, expediciones fundadoras, y también, para asombro de muchos, confesó su palabra predilecta en nuestro idioma.
Se le recuerda vestido muchas veces con camisa azul, de un azul que palidecía ante el de sus ojos, siempre inquietos y casi sonrientes, tras unas enormes gafas redondas, pantalón claro y sandalias. Cubano de purísima cepa, comprometido con los ideales de su tiempo y de nuestro país. Universal por su amplia cultura y sabiduría. Fue un ser humano solidario. Su sola presencia infundía respeto, muchas veces sin necesidad de pronunciar palabra alguna. Siempre comedido, fue Genio, amigo de un Gigante, y también amigo cercano de personas humildes. Se supo inmensamente querido por colegas y por gente que nunca pensó que lo podrían conocer físicamente, saludar y hasta abrazar. Fue flexible, y a la vez siempre ecuménicamente justo.
La columna de Juventud Rebelde, y el movimiento teclero que nació de ella, fueron entrañables para él. Con tecleros hizo su última ascensión al Pico Turquino en agosto de 2006. Ni la fecha escogida, ni el motivo fueron casuales: La fidelidad, que siempre guio su vida y sus acciones, motivó el empeño.
Al poco tiempo de cumplir 64 junios, en el poblado de Guaracabulla, redimensionado por él como «el centro de Cuba», nos hizo partícipes de su inesperado adiós. Unos días más tarde, en la más rebelde, guerrillera y Maestra de nuestras sierras, una expedición teclera cumplió finalmente su último sueño: «Polvo seré, mas polvo enamorado».