La tecla del duende
Sonríe abril y con él nuestro piropo a los papás dobles. Para ellos, y especialmente para sus abuelos Celia Méndez y Raúl Cernuda, Diana Valido, una bella y rebelde estudiante de Periodismo, redactó la crónica que hoy compartimos.
Solo dos personas conozco que pueden unir en un mismo diálogo los frijoles negros y la telenovela, cual armonía de una vieja amistad. Será por la complicidad de su sordera o tal vez por el empeño de permanecer medio siglo juntos, descubriéndose cada día, amando todo del otro: las arrugas, el ritmo de los pasos, los resabios... Mis abuelos aceptan las canas con total optimismo, pero no renuncian al goce de la juventud; aunque todas las mañanas un dolor diferente les recuerde que han vivido más de 80 noviembres. La vida con sus cambios tempestuosos los ha abandonado en terreno infértil, pero ellos no se cansan de sembrar; hoy un poco de café, mañana algo de esperanza. «Es necesario que sepas esto por si me muero mañana», me anuncia mi abuela como si la inmortalidad fuera una alternativa. Así me llegan los secretos de las plantas y las leyendas que esconde cada especie para cambiarnos el futuro. Del abuelo siempre tengo las historias. Cuando los acordes de su gaita escapan de los recuerdos, la casa se llena de música y alcanzo a verlo detrás de sus pupilas, joven, igual de alegre, llevando de criollo y de español por las aldeas de Galicia. Su piel ha vivido en demasía, sus manos han abarcado todas las luces. Mi abuela abrazó los pañuelos rojos y negros que le nacieron de entre los dedos en 1953. Mi abuelo abrazó el fusil cuando un octubre del 62 amenazaba la muerte, mientras muy lejos de la trinchera mi madre le rasgaba las entrañas a mi abuela en el refugio subterráneo de un hospital. Están en tiempo de asumir los adioses definitivos como un «hasta pronto». Así despiden a hermanos, amigos y entierran con ellos algo de sus propias vidas. Mas no somos eternos, concluyen, y deciden bailar el danzón de los que palpan la existencia en cada nota. «No somos eternos», repiten, pero lo efímero sabe mejor, según la experiencia de millones de segundos sobre la tierra.
Mañana, cuando mi abuela se haya quedado prendida entre los ramilletes de albahaca, y mi abuelo aún deambule sonriente con aserrín en la barbilla, yo sabré que la vida palpita siempre, aunque le digamos un adiós definitivo. Mientras tanto, no me canso de escudriñar el universo de mis abuelos y me divierto con sus diálogos de sordos felices. Pues tengo la absoluta certeza de que en algún recodo, quizá entre las canas y la piel gastada, encontraré el misterio, la cuota que desayunan todos los días, para que cada hora valga la pena vivirla.
Mujer y poesía fue el tema de encuentro de los duendes matanceros, en el Palacio de Junco. A la cita asistió, en brazos de Lili, Amanda, una teclerita de ¡47 días! // Y este sábado, a las 2:00 p.m., en la Facultad de Comunicación (G y 23), se verán los capitalinos.