La tecla del duende
En Valencia va a cerrar el Chacalay, un bar inglés que en los años cincuenta tenía una pequeña pista donde tomaban copas y bailaban los jóvenes más o menos finos de entonces, entre los cuales, creo imaginar, estaba yo. (...)
Solo quiero describir ahora la escena que presencié en ese bar el otro día (...). Había en el taburete de la barra un hombre mayor, solitario y derruido con un güisqui en la mano que parecía esperar a alguien, como así fue, porque al rato entró una joven muy bella que después de darle un beso, le dijo: «Perdona, me he retrasado un poco, ¿hace mucho que has llegado?». El hombre contestó elevando el vaso: «No me he movido de aquí desde 1960». La mujer le replicó con ironía: «¿1960? Es el año en que yo nací».
El hombre, suavemente ebrio, murmuró: «Desde entonces te he estado esperando y por fin has llegado». Según pude oír mientras bebía en el taburete de al lado, aquel encuentro era una despedida. La pareja había elegido Chacalay para dar por terminada una historia de amor. No se reprochaban nada. Solo parecían mutuamente derrotados por una pasión sin salida, aunque por la forma de mirarse no todo estaba perdido. Pensé: cuando esta mujer nació él sería un joven señorito con blasier azul y pantalón de franela gris y aquí en Chacalay bailaría las canciones de Nat King Cole y los boleros de Lucho Gatica con niñas de la burguesía y mientras ella crecía hasta convertirse en esta joven madura el hombre siguió bebiendo y envejeciendo en este local, que a lo largo de los años pasó a ser un bar de señoritas, tablao flamenco y restaurante económico para quedar finalmente muy deshabitado con la figura de este viejo cliente varada en el taburete con el mismo güisqui en la barra desde la agonía del franquismo hasta hoy.
Entendí muy bien quién podría ser él, pero no logré descifrar el misterio de aquella mujer tan bella. Muy segura de sí misma al despedirse besó las lágrimas de su amante y murmuró: «¿Estás llorando?». El hombre le contestó: «Lloro porque te voy a olvidar».
Una dirección en la agenda que se tacha, un número de teléfono que ya no se consigue recordar, un viejo bar que cierra, un amor que termina, un rostro que con el tiempo se va desdibujando, eso es en realidad la muerte, porque uno muere previamente cuando desaparecen las personas y las cosas que sin saberlo le sustentaban. Después de esa despedida supe que el Chacalay ya estaba para siempre clausurado. (Manuel Vicent, 2002)
Primer domingo de abrilLa «abuelada» resultó fenomenal. Víctor y Gilda —nieto poeta y abuela maestra— moderaron a los inmoderables. Mirta, una santiaguera declamadora, pasó por G y no resistió la tentación de unirse. Peña nos contó como solo él sabe la historia del amor y la locura, mientras que Mustelier, el humorista, hizo reír con sus mil voces. El final, que siempre aquí es comienzo, quedó en afectos de Walkiria, la abue-fundadora.
GraffitiAle: La amistad no mengua con la distancia ni con el tiempo. Por favor, comuniquémonos... Mera
Clau, Rosy, Maura, Bety y Ana Mirian: Recuerden que las amamos. Daniel J., Pope, Javier, Adrián y Peña
SemillaNunca pude resistir la tentación constante de asomarme al mundo de la abuela. Gabriel García Márquez