Los que soñamos por la oreja
Los días 26 y 27 de marzo pasados, los mercados discográficos europeo y estadounidense, respectivamente, fueron testigos de la puesta en circulación oficial de un álbum que ya ha dado mucho que hablar en distintos foros del ciberespacio, desde que en semanas anteriores comenzara a ser distribuido de manera informal en múltiples sitios de Internet. Me refiero al fonograma acreditado al grupo denominado Flying Colors, comercializado por Music Theories Recordings, y que lleva por título el nombre de la agrupación. Me atrevo a catalogar este CD como un trabajo extraordinario, diverso y deslumbrante.
Para quienes acostumbran a segmentar la música en determinadas parcelas y no son capaces de entender las uniones entre gente que practica distintos géneros, el álbum de Flying Colors no les dirá nada y en todo caso, al escucharlo, experimentarán una decepción. Y es que estamos ante un material sin etiquetas, concebido desde un enfoque inclusivo y que se aleja de las miras y el gusto de los afiliados a sectas de fanáticos a tal o más cual estilo. Esto es simple y llanamente rock sin apellidos, dentro de la estirpe de la clásica escuela estadounidense.
Integran la banda el célebre baterista Mike Portnoy (hoy miembro de Adrenaline Mob y ex Dream Theater y Avenged Sevenfold), el afamado guitarrista Steve Morse (ex componente de Dixie Dregs y actualmente en las filas de Deep Purple), el bajista Dave LaRue (con experiencias previas en Dixie Dregs o junto a figuras como Joe Satriani, John Petrucci, Jordan Rudess y Steve Vai), y el teclista y cantante Neal Morse (nombre fundamental en el rock progresivo a partir de sus trabajos en Spock’s Beard y Transatlantic).
A estos cuatro eminentes instrumentistas se añade el vocalista y guitarrista Casey McPherson, quien si bien resulta el menos conocido del ensamble, posee una muy sólida carrera con el grupo Alpha Rev, y en 2010 alcanzó notable éxito en los charts de la Billboard con su disco New morning. Él llegó a la nómina de Flying Colors por recomendación de Mike Portnoy y en el disco debut de la agrupación aparece como autor o coautor de la mayoría de los 11 temas grabados en el fonograma.
La idea de armar un grupo como este, en el que músicos virtuosos se uniesen con un cantante de pop a fin de componer e interpretar un repertorio donde se incorporasen diversos elementos, surgió del empresario de la industria disquera Bill Evans, quien llamó para hacer realidad su proyecto al renombrado productor musical Peter Collins. Tras un proceso largo para seleccionar al personal y para ajustar las apretadas agendas de los complotados, en 2011 los cinco integrantes de la agrupación entran en los estudios de grabación para salir con un CD en el que procesan influencias que, al decir de ellos mismos, van de los Beatles, Queen, Radiohead, Muse, Coldplay, Yes, hasta Red Hot Chili Peppers o Foo Fighters.
Desde el primer corte del fonograma, el titulado Blue ocean, uno siente la carga de energía positiva que va a transmitirnos el disco en su conjunto. Ya aquí cualquiera se da cuenta de que los cinco músicos se han tomado este trabajo como algo distinto a lo que siempre han hecho. En ese sentido, el que más me sorprende es Mike Portnoy, quien asume el toque de la batería en una cuerda por completo diferente a la suya y, a decir verdad, el hombre sale muy bien parado ante la prueba que enfrenta.
Viene a continuación Shoulda Coulda Woulda, el track más heavy de los registrados en el CD y que sobresale por la fuerza de su riff de presentación. La mezcla de la pieza mucho le debe al modo en que los piquetes de rock alternativo trabajan su sonoridad, algo en lo que se intuye está la mano de McPherson. Como que por motivo de falta de espacio me es imposible comentar cada uno de los 11 temas del álbum, especialmente quiero sugerir tres piezas que me parecen magistrales, tanto por la estructura morfológica como por el diseño melódico que poseen, me refiero a Kayla, The storm y Better than walking.
Son también altamente recomendables los cortes Everything changes, All falls down (con un arreglo que me recuerda la movida del metal neoclásico) e Infinite fire, donde todos sacan las manos. Disco signado por un virtuosismo controlado, es de esos que le hacen a uno dar gracias por la existencia de la música.