Los que soñamos por la oreja
A estas alturas del siglo XXI, los estudiosos del acontecer musical llevado a cabo por nuestros compatriotas, concordamos en la idea de que en la actualidad, lo raigal vive un proceso de renovación a partir de que los artistas están expuestos como nunca antes a un cosmopolitismo universal. De tal suerte, la concepción de qué significa ser cubano en materia de creación sonora, día a día se torna menos fundamentalista.
Desde que Alfredo (Pérez) Triff se diera a conocer en La Habana de los 70 como parte del grupo Arte Vivo, este eminente violinista, compositor y arreglista ha apostado por desentenderse del narcisismo insular o exceso de localismo que en buena medida ha sufrido nuestra producción artístico-literaria, supuestamente en aras de defender eso que llaman raíces.
Como expresé en un texto publicado en las páginas de El Caimán Barbudo a propósito de lo que hoy acontece en el bolero hecho por los cubanos, hacia finales de 2006, este notable instrumentista y músico caracterizado por la experimentación sonora, nos maravilló a muchos con el disco Boleros perdidos. Aunque el fonograma ha tenido una escasa circulación en la Isla, por los resultados conseguidos en el mismo pienso que es uno de los trabajos discográficos de mayor relevancia entre los realizados por nuestra gente en la presente década.
Boleros perdidos surge de una idea de Alfredo Triff, quien pretendía hacer correr las fronteras del género y crear, con la música que compusiera, una atmósfera lo más cinematográfica posible. Ello guardaba estrecha relación con un enfoque o perspectiva teatral del suceso musical.
Así, la obra recogida en el fonograma aquí reseñado, desde la poesía coloquial, echa mano a elementos procedentes de la bolerística criolla, el feeling, la música brasileña, el blues, la balada, la chanson y la musette, mientras que en lo instrumental encontramos solos e improvisaciones que mucho le deben al rock y al jazz.
Uno de los aspectos que más capta mi atención al escuchar todos los cortes que aparecen en el álbum, tiene que ver con la manifiesta intención de romper con los clásicos y manidos edulcoramientos que a lo largo de la historia del género han tipificado su interpretación vocal. En dicho sentido, la labor registrada por los cantantes Roberto Poveda y Aymée Nuviola es simple y llanamente cautivante. Ellos logran aprehender el diseño dramatúrgico que Triff arma para cada una de las 18 piezas del disco y saben librarse de caer en una sentimentalidad afectada o sobreactuada.
Con textos del propio Alfredo (quien dicho sea de paso, no es solo músico sino todo un teórico del arte), así como de las escritoras Rosie Inguanzo y Marta Padilla, estamos ante un discurso que, como han indicado especialistas como Jesús Rosado, desde un tono confesional nos comunica un sentimiento de nocturnidad, a manera de especial tributo a la vida bohemia de La Habana de los 60.
Entre los cortes que catalogo como mis favoritos en el CD, yo mencionaría Olvido, Otra noche, Di mi nombre y una versión de Convergencia, el clásico de Bienvenido Gutiérrez y Marcelino Guerra, que aquí funciona como ejemplo de que el proponerse la renovación del género, no implica el olvido de quienes en el pasado nos legaron títulos que hoy son parte de la tradición.
Junto a Alfredo Triff participaron en la grabación de este fonograma, además de los mencionados vocalistas Roberto Poveda y Aymée Nuviola (el desempeño de esta última la corrobora una vez más como una de las mejores voces femeninas en el actual panorama de la música popular cubana), el pianista y vibrafonista Raúl Murciano, Alex Berti en el contrabajo, los percusionistas Daniel Ponce y Sammy Figueroa, Ahmed Barroso en la guitarra, el trompeta Alejandro Berti, Carlos Averhoff en el saxo y la flauta, y los invitados especiales David Font (percusión) y Rayner Marrero (piano). Todos ellos, músicos de tremenda valía y amplio historial, ponen sus respectivos talentos en función del desafío melódico, armónico y ritmático ideado por alguien que con su accionar cotidiano evidencia que él es músico, artista e intelectual, triple condición que no es nada fácil de encontrar en una misma persona.