Los que soñamos por la oreja
Hace un par de semanas tuve la oportunidad de ser convidado a la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, para intervenir como miembro del tribunal encargado de evaluar los trabajos de curso en la asignatura de Música, realizados por alumnos de cuarto año en la carrera de Historia del Arte. Me alegró especialmente el hecho de que los textos presentados para el debate entre profesores, especialistas invitados, estudiantes y músicos, se relacionasen directamente con esa escena sociomusical emergente en nuestro país, conocida como música cubana alternativa.
Uno de los materiales que más me llamó la atención por lo bien desarrollado que estaba desde el punto de vista conceptual, al margen de que discrepo ciento por ciento de la percepción de las autoras, fue uno dedicado al pop, que vinculaba a dicha expresión sonora con el kitsch, un concepto acerca del cual mucho se polemizó entre nosotros a fines de los 80 y que en fecha reciente, tras la aparición del libro Las causas de las cosas, de Desiderio Navarro (quien incluye en su obra dos capítulos acerca del tema), ha vuelto sobre el tapete. No niego que en el pop, como en cualquier otro estilo o género, lo kitsch pueda campear por su libre albedrío, pero de ahí a asociarlo per se a una manifestación sonora específica, va un trecho demasiado largo.
En todo lo anterior pensaba al escuchar en casa el nuevo CD de Moneda Dura, una propuesta de singular empaque tanto en el significado como en el significante (o como se decía antes, contenido y forma) y que nada tiene que ver con el kitsch nuestro de cada día, sino con esa zona del arte contemporáneo cubano que persiste en mover ideas y actuar como factor dialógico con su correlato.
Después de cuatro años de la salida de su anterior producción discográfica, el disco denominado Callejero, Nassiry Lugo y su grupo Moneda Dura se lanzan de nuevo al ruedo, esta vez con un álbum titulado Alma sin bolsillos. Si su anterior trabajo estuvo marcado por un espíritu lúdicro y con ello hacía que el material se conectase fácilmente con las audiencias vinculadas al subsistema de «fiesta y pachanga», el que ahora nos propone Moneda Dura recupera la carga de transgresión e irreverencia que el grupo le impregnase a su primer CD, Cuando duerme La Habana o a piezas posteriores como Romerillo, y que cautivasen a quienes creemos que la música también sirve para transmitir un conjunto de opiniones sobre el entorno y un mensaje bien agudo en la reflexión.
Pero los valores del CD, producido por Alejo Stivel y en el que Nassiry comparte las funciones de productor asociado, y con ello se estrena en otra etapa de su quehacer artístico, no están dados únicamente por lo picante de las letras. A lo meritorio del discurso textual, únese el hecho del acierto en el plano de la música. Quienes hayan seguido la historia de Moneda Dura desde su formación allá por 1997 y ahora escuchen esta grabación o presencien una actuación de la banda, se darán cuenta de que esta es la alineación de mayor solidez musical que ha tenido el grupo en sus diez años de vida.
De tal suerte, en el fonograma, cuyo peso en los arreglos recae en Jorge Maletá y Alejandro Sánchez, encontramos sonoridades y armonías nunca antes utilizadas por la agrupación, sabio empleo de programaciones y loops, con timbres de cierto aire experimental y pasajes instrumentales que por momentos nos evocan determinadas atmósferas del mejor pop rock de todos los tiempos.
Entre los temas a los que recomiendo prestar especial atención, están Tercer mundo, La primera piedra, Los ojos de Aitana, Mala leche y, sobre todo, Montoneros, auténtica joya en la producción, donde Nassiry se estrena como diseñador.
Ya algunas piezas han empezado a rotar por nuestros medios de comunicación y el público conoce cortes como Al sudeste, Háblame de amor y Yo soy el rey, pero yo sugiero no guiarse solo por lo que se promueve, porque ello no daría una imagen exacta de lo que es Alma sin bolsillos.
Así pues, les invito a adentrarse en los 12 cortes de un álbum que, desde una mirada optimista y sin acritud, resulta un estupendo retrato de esa Cuba nuestra del 2007 que nos toca vivir.