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Agua Dulce y otros lugares

La inauguración de la plaza de Agua Dulce, en el entronque de las calzadas de Diez de Octubre y Cristina, fue todo un acontecimiento en La Habana de 1945. El mismo día se abría al tránsito, en la barriada de Lawton, la avenida de Dolores (actual Camilo Cienfuegos), para esa ocasión totalmente pavimentada desde Diez de Octubre hasta la Carretera Central: unas 20 cuadras urbanizadas y alrededor de medio kilómetro sin urbanizar, obra que contempló asimismo el arreglo de todas sus calles transversales, una cuadra por cada lado, esto es, hasta Pocito y Concepción.

Ambos fueron proyectos de un amplio plan de vías que facilitaría el tránsito en la capital, con el fin de conseguir un enlace más rápido entre sus distintos barrios y dotar a la urbe de una mayor cantidad de salidas. La calzada de Agua Dulce arrancaría en la de Rancho Boyeros, pasaría por la plaza en cuestión y se encontraría y cruzaría la calzada de Guanabacoa, donde se iniciaría la Vía Blanca, entonces todavía en proyecto. Planes de rehabilitación de la capital que encabezaba el eminente arquitecto Pedro Martínez Inclán. Se pensaba en la ciudad del futuro y se fijaba por primera vez el área económica y suficiente para La Habana de 1970.

La plaza tuvo, al menos en el momento de su apertura, un diámetro de cien metros, y para hacerla posible se impuso demoler, previa expropiación, varios edificios que dificultaban su trazado. A partir de la primera demolición, la plaza de Agua Dulce se construyó en 27 días.

Fue un proyecto que a la postre quedó trunco, pues originalmente contemplaba la construcción, en los espacios expropiados, de tres edificios para oficinas públicas, entre ellas una estación de correos y telégrafos; y en un cuarto espacio, una terminal interprovincial de ómnibus, servicio con el cual la capital no contaría hasta 1951.

Hasta entonces, los puntos de partida y llegada de esos ómnibus radicaban, sobre todo, en La Habana Vieja, casi siempre en áreas aledañas a los hoteles.

El Estado abonó 210 837 pesos con 62 centavos a los propietarios de los inmuebles expropiados. Y el Ministerio de Obras Públicas debió pagar unos mil pesos diarios por los camiones que se utilizaron y eran deficitarios en esa dependencia.

Se impone una precisión. El escribidor, de niño, escuchó hablar muchas veces sobre el puente de Agua Dulce, pero nunca lo vio. Desapareció, supone, con la construcción de la plaza. Lo curioso del asunto es que no eran pocos entonces los que seguían mencionándolo y dándolo como referencia cuando ya no existía.

Galiano en siete días

En diciembre de 1954, los miembros de la Unión de Comerciantes de la calle Galiano (Avenida de Italia), que encabezaba Florentino García, propietario de la tienda Flogar, reunidos en junta general, pidieron a las autoridades habaneras que se tomaran medidas con los vendedores ambulantes y de baratijas que con sus propuestas y regateos acosaban al transeúnte a lo largo de toda la calle. También con los poseedores de timbiriches y los friteros, los limosneros y las fleteras (prostitutas no vinculadas a burdel alguno, que se proponían o procuraban al cliente en la vía pública); y, además, que se procediera a la clausura de la academia de baile Habana Sports, establecida en la esquina de San José, considerándola, por su cercanía a la prostitución, un espectáculo bochornoso.

También solicitaban al Ministerio de Obras Públicas y al Ayuntamiento la mejora de las aceras de la vía, desde Malecón hasta Reina, «buscando una superficie plana cuya altura coincida con el contén y la acera exterior, dentro del mismo nivel en todos los portales». Y abogaban por la prohibición de obras nuevas que no estuvieran basadas en la eliminación de las columnas.

Los comerciantes se llamaban a sí mismos a mejorar la iluminación de sus establecimientos, optimizar el atractivo de las vidrieras y pintar sus fachadas con colores que armonizaran con el conjunto de inmuebles, a fin de que los establecimientos ofrecieran una sensación de continuidad y armonía.

Pedían, por último, «la cooperación de todos los comerciantes establecidos en esta importante calle comercial, para cambiar los letreros lumínicos hoy existentes que estén colocados en posición horizontal y modificarlos por otros que se coloquen en forma vertical, para que nuestra calle se vea de un extremo a otro limpia, clara y despejada».

El propósito de la Unión de Comerciantes de la calle Galiano, que acababa de constituirse en aquel ya lejano mes de diciembre de 1954, era el de convertirla en la vía comercial más hermosa de La Habana. El propósito, y así lo proclamaban, era el de hacer de ella un bello bulevar.

Afirmaban: «No es solamente el interés de los comerciantes de la calle Galiano el que pide medidas…, es el interés de toda la ciudadanía que quiere tener limpias y embellecidas sus calles más céntricas. La calle de Galiano, por su trazado, por su ubicación, por su importancia comercial, es la más frecuentada por la población cubana y por quienes nos visitan, y nada más natural que el interés en cuidar de su limpieza y de su embellecimiento».

Mucho se había hecho por Galiano hasta entonces y mucho se haría a partir del llamado de los comerciantes. Ya en noviembre de 1953 la calle fue reconstruida de comienzo a fin, cuando se sacaron los adoquines y se tiró una base de hormigón cubierta con una capa gruesa de asfalto caliente con el empleo de un pavimento a base de acero en aquellos sitios donde se estacionarían vehículos pesados.

La reconstrucción total demoró siete días y 21 horas. Comenzó el 19 de noviembre del año mencionado, a las diez de la noche, por la esquina de Galiano y San Lázaro, y avanzó hacia Neptuno. En una noche se levantaron en dicho tramo los adoquines y se extrajeron los raíles y los registros eléctricos de los desaparecidos tranvías, así como tuberías telefónicas en desuso.

Se procedió asimismo a la reconstrucción de tragantes y cloacas y a la fundición de cunetas y cunetillas. Cuando se estimó necesario se reforzó la placa de hormigón con un enrejado de cabillas, antes de empezar a romper el tramo de la calle que corre desde Neptuno hasta Reina. Se señalizó la calle y en zonas de paradas de ómnibus se empleó un pavimento a base de acero, de color rojizo. Se mejoró el alumbrado. El viernes 27, a las siete de la tarde, Galiano quedaba reconstruida, una vía que llegó a contar con su propio personal de limpieza y que, en un momento dado, se pensó en extender hasta Tallapiedra.

La reina de las calles

Reina y Carlos III formaron en un tiempo un solo camino, el de San Antonio Chiquito, porque conducía al ingenio azucarero de ese nombre, situado al sur de lo que es el cementerio de Colón, por lo que, todavía, en el siglo XIX, cuando alguien fallecía, solía decirse que se había ido para San Antonio.

Apunta el escribidor algunos datos de interés. Recoge la crónica habanera que el primer comercio que se asentó en la zona —en el primer tercio del siglo XVII— fue una guarapera que prestó servicios en lo que hoy sería la acera sur de Reina, entre Campanario y Lealtad. Menciona además la crónica como segundo comerciante de la zona a Simón el Pollero, con su cría de aves, localizada en 1752 en la cuadra comprendida entre Gervasio y Escobar. En la esquina de Águila, un semicírculo con asientos de piedra marcaba el lugar del llamado Mentidero, sitio de reunión de gente que ocupaba cargos en la administración colonial o que aspiraba a ocuparlos, y que amenizaban su charla con una refrescante zambumbia. Frente al Palacio de Aldama, construido en 1838, en el sitio del hoy Palacio de Computación, se erigía el palacio donde vivió y murió el obispo Espada.

En 1751, el camino de San Antonio comenzó a ser la calzada de San Luis Gonzaga, por la ermita construida en la acera norte de la esquina de Belascoaín. Y empezó a llamarse Reina en 1844, cuando fue ya un bulevar comercial. En 1918 sería la Avenida de Simón Bolívar.

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