Lecturas
Es una de las acciones más heroicas y audaces, y, por qué no, suicidas, de la Cuba republicana. En la tarde del 13 de marzo de 1957 un comando del Directorio Revolucionario, integrado por 46 hombres, asaltaba en La Habana el Palacio Presidencial con el propósito de ajusticiar al dictador Fulgencio Batista. El asalto no logró sus objetivos.
El edificio, defendido con fiereza por la escolta del Presidente y la guarnición palatina, no fue tomado, y Batista salió ileso, por lo que su esposa prometió que, en agradecimiento, haría erigir una imagen de Cristo que, por su altura, sería visible desde cualquier punto de la ciudad. Los que vivimos aquellos sucesos que conmocionaron al país no hemos podido olvidar, pese a los 66 años transcurridos, dónde nos encontrábamos y qué hacíamos en el momento de enterarnos de la noticia. Esta es la historia.
Carlos Gutiérrez Menoyo, el jefe del comando, y otros tres combatientes, descendieron con increíble rapidez del vehículo que acababa de aparcar frente a la puerta sur de Palacio y a rafagazos abatieron a sus custodios, lo que aseguraba el acceso al interior del edificio, pero el tiroteo había alertado a la guarnición y los hombres que viajaban en la furgoneta que seguía el auto de Menoyo descendieron del vehículo bajo una lluvia de balas que causó los primeros muertos y heridos.
Un vendaval de plomo cayó igualmente sobre Faure Chomón, segundo jefe de la acción, y sus tres compañeros cuando, desde su auto detenido detrás de la furgoneta, trataba de llegar a la puerta sur. Chomón resultó herido, mientras que José Gómez Wangüemert, sin que se sepa cómo, se incorporaba al grupo de Menoyo. Otros seis combatientes, ya dentro de Palacio, trataban de facilitar que sus compañeros subieran a los pisos superiores y localizaran a Batista.
El general Roberto Fernández Miranda, cuñadísimo del dictador y jefe de la Casa Militar de Palacio, asegura en sus memorias que por iniciativa propia había montado en «chivichanas» las ametralladoras calibre 30 emplazadas ante la puerta norte, y que así fue muy fácil moverlas para emplazarlas sobre el lado sur. Eso mermó las fuerzas de los asaltantes que en reducido número se movía ya por áreas del segundo piso, donde se hallaban, entre otras dependencias, el despacho oficial del Presidente, la sala del Consejo de Ministros y el fastuoso Salón de los Espejos. Junto a Menoyo se movían en ese nivel del edificio dos nombres míticos del clandestinaje antibatistiano, José Machado (Machadito) y Juan Pedro Carbó Seviá, que saldrían vivos de Palacio, pero que, víctimas de una delación, serían asesinados un mes después.
En la planta baja, una granada silenciaba a una de las ametralladoras 30, pero la soldadesca seguía allí y, por momentos, se intensificaba el estruendo del combate. Desde el tercer piso, donde radicaban las habitaciones privadas del Presidente, y desde el cuarto nivel del edificio, sede del cuartel de la guarnición, se tiroteaba a los que se movían por áreas expuestas de la segunda planta.
Estos, resguardándose tras las gruesas columnas, accionaban sus armas con la ilusión de vencer y cumplir con lo propuesto. Alguien de los del grupo se asomó a una ventana y se percató de que policías y soldados llegados al lugar cercaban con sus automóviles el edificio. Se agotaba el parque y una verdad se apoderó de la mente de los combatientes. O encontraban a Batista pronto o los mataban a todos.
Pero el Presidente no aparecía por ninguna parte. No lo localizaron en el gran comedor de 46 asientos, en el Salón de los Espejos ni en el despacho oficial, de donde se dice que, en el momento del asalto, huyó por una puerta secreta.Pero no había puerta secreta en el despacho de los mandatarios cubanos. Sonó el teléfono del Presidente. Alguien, no se sabe quién, preguntaba si era cierto que estaban atacando Palacio. Respondió Wangüemert que era cierto y que habían ajusticiado a Batista.
Se precipitó Menoyo escaleras arriba. Pero una reja de gruesos barrotes le cerró el paso. No había nada que hacer, apenas sin parque y desprovistos de apoyo, solo buscar la forma de escapar de aquella ratonera. Fue alcanzado Menoyo por disparos provenientes del cuarto piso. Wangüemert logró salir del edificio y lo tirotearon desde las terrazas cuando atravesaba el parque contiguo. El cuerpo sin vida de Menelao Mora aparecería en las inmediaciones del Museo de Bellas Artes…
José Antonio Echeverría, el corajudo presidente de la FEU y jefe político de la acción, caía abatido a un costado de la Universidad, luego de que, a través de las ondas de Radio Reloj, anunciara el asalto y la muerte de Batista. De los 46 combatientes que arribaron a Palacio a las 3:22 horas de aquel 13 de marzo, 20 murieron en la acción. La Primera Dama, la misma que prometió erigir una gigantesca imagen de Cristo en agradecimiento por haber salvado a su esposo, gritaba desaforada: ¡Mátenlos a todos!
Hay todavía puntos por dilucidar en la historia del asalto al Palacio Presidencial.
¿Por cuánto tiempo se extendió la acción? ¿Por qué no funcionó la operación de apoyo? ¿Por qué José Antonio que arribó a Radio Reloj con una escolta de tres vehículos, llegó a la Universidad sin escolta alguna? Hoy, a 66 años de la acción no hay respuestas precisas para estas interrogantes o el escribidor, al menos, no las conoce. Una pregunta más. ¿Dónde estuvo Batista durante el asalto?
Dice el dictador en Respuesta (1960) su libro de memorias, que desde el día 11 conocía de la posibilidad del asalto y que a través de Cándido Mora, representante a la Cámara, trató de que su hermano Menelao desistiera de ese propósito.
Es poco creíble que Batista tuviera antecedentes del asalto y no intentara siquiera alejar del peligro a su esposa embarazada y a uno de sus hijos, de cuatro años que padecía un cuadro de pielitis con fiebre alta.
Cuenta que ese día, mientras almorzaba con su mujer y el ministro de la Presidencia, en el comedor privado del tercer piso, escuchó algo que pareció el reventón de la goma de un automóvil, aunque tuvo la certeza de que el asalto había comenzado. El ayudante de guardia, comandante Rams, no demoró en informarle que un grupo armado había penetrado en el edificio. La esposa corrió a la habitación del enfermo y él se despojó del saco del traje que vestía y de la corbata, se puso una chaqueta y con una pistola al lado, se hizo cargo del teléfono a fin de mantenerse en contacto con los estados mayores del Ejército, la Marina y la Policía y establecer comunicación con los jefes de la Casa Militar y de la guarnición.
Era la Marina entonces la que debía proteger Palacio. Cuando aquel 13 de marzo los efectivos de ese cuerpo, destacados en la cercana fortaleza de La Punta, llegaron a la sede del Ejecutivo, la situación había sido controlada por la escolta y la guardia presidencial.
Asegura Batista que los asaltantes conocían la distribución del edificio, pero no su agenda. Salvo compromisos impostergables, nunca bajaba al segundo piso antes de las cinco de la tarde. Y aunque no lo dice, parece que en algún momento del asalto se refugió en el cuarto piso.
Lo relató el entonces comandante Efigenio Ameijeiras después del triunfo de la Revolución. El 13 de marzo de 1957 la guerrilla llegó a las estribaciones de la montaña de Caracas, en la Sierra Maestra, justo un mes después que tuvieran que abandonar el campamento que allí establecieron cuando varios bombarderos B-26 arrojaron sobre ellos un centenar de bombas y miles de proyectiles calibre 50. «Libramos el pellejo por cuestión de segundos», rememoraba.
«Ahora… Fidel pidió el radio portátil a Universo (Sánchez)… Qué ajenos estábamos nosotros de pensar que en aquellos mismos momentos se estaba librando en La Habana uno de los hechos de heroísmo y valor más audaces que recuerda la historia… Fue así cómo Fidel con el aparato de radio cerca del oído por tener las pilas medio gastadas jugaba nerviosamente con el dial cuando su rostro se iluminó como si hubiese recibido una descarga eléctrica, como resorte liberado de un salto se paró y nos dijo con emoción: ¡Algo grande está pasando en La Habana!».