Lecturas
A lo largo de 50 años las fotos de Liborio Noval aparecieron a diario en la prensa, y la televisión hizo célebre su figura. Tenía en su haber 32 premios nacionales, y algunos en el exterior. Fue corresponsal de guerra en Vietnam y Nicaragua, y como fotorreportero «cubrió» todas las Cumbres Iberoamericanas, menos las de Bariloche y Margarita, y también otras citas magnas desde las de la Tierra hasta la del Milenio. Como periodista acompañó al Comandante en Jefe Fidel Castro en numerosos viajes al exterior.
Esa constancia en la fotografía política, su fidelidad al periodismo y la insistencia en la foto noticiosa hicieron que se conociera menos otro Liborio Noval, que se empeñaba en hacer arte aun en sus fotos de urgencia.
Sabía que en ellas capturaría un instante que tal vez no se repitiera, y eso lo obligaba a decidir, en cuestión de segundos, sobre el ángulo y la composición de la foto. Sin embargo, las trabajaba luego en el laboratorio, que es donde de veras disfrutaba su profesión: revelaba e imprimía él mismo, «las limpiaba», y no las entregaba hasta estar conforme con ellas. «A medida que la foto de prensa sea más artística, esa foto gana», comentaba. Buscaba y encentraba, y sabía también que a veces una buena foto «se chifla».
Liborio Noval (La Habana, 1934-2012), se inició en la fotografía un poco por casualidad y accidente al lado Raúl Corrales. Fue laboratorista y luego fotorreportero del periódico Revolución, y laboró como fotógrafo en el diario Granma desde su fundación en 1965. Fotos suyas aparecen en varios libros En 1998 publicó Instantáneas, selección de fotos que tomara a Fidel desde 1960, una historia cuidadosamente narrada en imágenes de la trayectoria política y también humana del estadista. La primera iconografía de Fidel que viera la luz.
En un lienzo de pared de su casa, Liborio colocó la réplica del machete de Máximo Gómez con el que las Fuerzas Armadas lo distinguiera en 1987, y una foto de Eddy Martin (hijo) en la que se le ve conversando con Fidel. También dos fotos de este, autografiadas, otras dos imágenes captadas y dedicadas por Alberto Korda, su amigo de toda la vida, y otras fotos, pocas, del propio Liborio.«Son mis pequeñas medallas olímpicas», decía.
¿Cómo se gestó Instantáneas? ¿Cómo vio Liborio a Fidel a través de visor de su cámara? ¿Qué buscó en sus retratos? Esas y otras preguntas le formulé al destacado fotorreportero hace ya muchos años, y vale la pena recordar sus respuestas hoy cuando se han abierto varias exposiciones de retratos y apareció alguna que otra iconografía del líder cubano.
Liborio Noval «se afeitaba la lengua todos los días». Hablaba mucho y alto. Era un discutidor sin tregua, y peleaba sin cansancio contra lo mal hecho. A veces, en tono de broma, «soltaba» grandes verdades. Era un cubano más que por añadidura llevaba el nombre con el que, durante más de un siglo, se ha identificado al cubano de a pie. Cuando publicó Instantáneas pidió al Comandante en Jefe que se lo dedicara, y Fidel lo hizo con solo dos palabras. Escribió: «Para Liborio» Comentó enseguida: «Decir Liborio lo dice todo».
—Se dice que usted tiene unos 90 000 fotogramas de Fidel. ¿Pasará a la historia como el fotógrafo del Comandante en Jefe?
—No soy el fotógrafo de Fidel ni aspiro a serlo. Me he cansado de repetirlo. Soy un fotógrafo de prensa que desde 1960 en el periódico Revolución y desde octubre de 1965 en Granma he tenido, como otros colegas, la oportunidad de fotografiar al Presidente cubano.
«Quizás me hayan puesto “el cartelito” por el libro Instantáneas que agrupa imágenes de Fidel, algunas de ellas inéditas, que tomé entre 1960 y 1998, siempre en actividades públicas. Eso quiere decir que mientras yo hacía mi trabajo había otros muchos fotógrafos que hacían el suyo.
«Bueno, es verdad, a nadie se le ocurrió la idea de un libro como el mío. La vida, el destino, no sé, me deparó esa posibilidad, esa dicha».
—¿Reservó usted exprofeso las imágenes inéditas del libro?
—Siempre hay imágenes que uno hace por hacerlas, porque sabe que el periódico no las publicará y al final de la jornada, cuando uno revela e imprime y entrega el material a la redacción, se queda con ese pedacito de negativo que a veces se lleva para la casa o se archiva en la publicación.
—Imagino que Instantáneas recoge sus fotos preferidas del Comandante en Jefe.
—De todas, prefiero la que le hice en el Cacahual, el 7 de diciembre de 1960. Fidel aparece tocado con su boina verde olivo de la época, y la foto tiene una rara cualidad: desde cualquier ángulo que se le mire, el retrato le sostiene la mirada a quien lo ve. Esa expresión de los ojos la logran los pintores, pero no es muy frecuente en la fotografía.
—¿Alguna más?
—La de Fidel en guayabera, en Cartagena de Indias, Colombia, a su arribo al recinto donde se celebraría la jornada inaugural de la Cumbre Iberoamericana de 1994. Es la primera foto de Fidel en ropa de civil y yo pensé que la prensa le daría una gran «pelota», pero no pasó nada; se publicó en Granma así de chiquita. Se trata de una foto que trabajé mucho en el laboratorio. Por los efectos de la luz tuvo su complejidad a la hora de imprimirla.
—¿Le han censurado alguna foto?
—Nunca me han prohibido tomar una fotografía ni me la han censurado. Pero en un periódico, y usted lo sabe tan bien como yo, prima el criterio del director y del consejo editorial. Para algo están allí y dicen la última palabra.
«Puedo ponerle el ejemplo concreto de otra de la fotos del libro. Se celebraba el 5to. Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas y el día de la clausura el Comandante se acercó a la campana de La Demajagua, traída especialmente para la ocasión, y se inclinó para verla mejor, y yo lo capté así, tomé la fotografía con Fidel inclinado sobre la campana con la que Carlos Manuel de Céspedes llamó a iniciar la guerra por la independencia de Cuba… La foto no se publicó en su momento porque alguien concluyó que esa imagen de Fidel inclinado no debía aparecer».
—¿No podían vetarla también en el libro?
—Cuando entregué las imágenes de Instantáneas al Instituto Cubano del Libro para su publicación, dije en tono jocoso, pero con mucha firmeza, que no permitiría que ningún cacique metiera las manos en mi obra, que el único que podía pronunciarse sobre ella era el brujo de la tribu que siempre, a lo largo de la historia, ha mandado a los caciques.
«Entre esas imágenes hay una que no es precisamente una foto de Fidel, sino de sus botas. Corre el año de 1976 y Fidel ejerce su derecho al voto en el referendo constitucional; lo hace detrás de una cortina y lo único que se ve de él son sus botas.
«Yo había hecho una investigación muy privada en torno a esa foto y todo el que la veía estaba convencido de que estaba viendo las botas de Fidel. A la hora de revisar el libro, alguien con poder de decisión en el Instituto dijo que había que excluir esa imagen. Yo riposté: “Entonces el libro no va”.
«Cuando se preparó la maqueta de la obra, se incluyó la foto, y la maqueta se envió al Consejo de Estado para que la vieran. A los dos días regresó con felicitaciones. Por tanto, no objetaron ninguna de las fotos, ni esa de las botas.
«Pasó el tiempo, el libro se publicó al fin y un buen día entré yo al despacho del hombre que quiso excluirla. Atendía a una visita y le escuché decir: “Mira qué clase de foto esta de las botas… Qué perspicacia la de Liborio”».
—¿Cómo surgió la idea de Instantáneas?
—Yo no tenía ninguna foto mía firmada por Fidel. Siempre estaba a punto de pedírselo y de hecho cada vez que como fotógrafo lo acompañaba al exterior me echaba arriba un par de fotos con el propósito de pedirle que me las firmara… no me atrevía.
«Así llegó el año 1995. Lo acompañé a China y allí, durante la reunión que sostuvo con el grupo de periodista cubanos —esas reuniones informales que él siempre hace con nosotros en cada viaje para saber cómo nos sentimos, si descansamos, si comemos bien…— me tiré de cabeza y se lo pedí. Me firmó las fotos y me dijo que le hiciera llegar una de ellas, pues no la tenía en su archivo.
«Cuando regresamos a La Habana volví a lanzarme de cabeza y le envíe 14 fotos de distintos viajes. Ahí estaba la idea del libro o tal vez de una exposición personal, pero de manera coincidente ganó cuerpo otro proyecto y postergué la idea de mi libro.
—Cuando usted lo retrata, ¿qué busca? ¿El estadista? ¿El dirigente? ¿El hombre?
—Eso depende. Si es una Cumbre, un recibimiento oficial, un acto de protocolo, busco al estadista, y al dirigente si es un acto de masas. Pero trato siempre de captar su humanidad. Hay múltiples ejemplos de eso en mis fotos. Recuerde usted aquella en la que Fidel le pone el sombrero a un campesino. O esa otra en la que, sentado en uno de los taburetes de una casa guajira, bebe el café que acaba de colar la dueña y luego se retrata con ella, es casi una foto de familia.
—¿Fidel le ha posado alguna vez?
—Rara vez preparo una foto. La noticia no te da chance para eso, y con una personalidad como la de Fidel es punto menos que imposible. No me queda otro remedio que «cazarlo».
—¿Cómo es Fidel a través de ese visor?
—Un hombre muy fotogénico, en primer término. Aprendí a conocerlo a través del lente. Lo veo llegar y sé cuál es su estado de ánimo. A veces es el de un hombre que viene con grandes preocupaciones, agobiado por los problemas, o se le ve cansado, muy cansado, y luego te enteras de que en efecto, lleva dos noches sin dormir. Sin embargo, se mete en cuerpo y alma en el acto, escucha, dialoga, reflexiona en voz alta y al cabo de un rato reverdece. Cuando transcurren cinco o seis horas él luce como nuevo y tú eres el que estás “hecho tierra”».
«Un día, en la República Dominicana, comenzó muy temprano su jornada, cumplió diversos compromisos y por la noche habló, de pie y durante cinco horas, en un acto que terminó a las tres de la mañana. A esa hora regresó al hotel, donde lo esperaba un grupo de empresarios. Fidel pidió que le sirvieran un vaso de agua y, otra vez de pie, habló a los empresarios durante tres horas».
—¿Resulta más fácil fotografiarlo en el exterior?
—No es más fácil. En el exterior sucede que te ves obligado a luchar a brazo partido con las decenas y decenas de fotógrafos que quieren lograr una imagen suya. Entonces yo hago lo mío y me aparto, dejo el campo para que los demás se banqueteen y busco el sitio desde donde fotografiar a esas decenas de fotógrafos en su asedio al Presidente cubano. Fidel Castro es el hombre más fotografiado del siglo XX.