Lecturas
Esas fábricas estuvieron en la imaginación y el pensamiento del Comandante Ernesto Che Guevara desde mucho antes de que existieran. Nuevitas, la ciudad de la costa norte de Camagüey, donde están ubicadas, era un sitio prácticamente muerto cuando el Guerrillero Heroico vislumbró sus posibilidades industriales. Solo podría asistir a la inauguración de una de esas obras, la vida no le alcanzó para verlas convertidas en realidad.
Es un día cualquiera del año 1962. Desde meses antes un grupo de hombres venía trabajando en la construcción civil y en el montaje de la fábrica de alambres de púa, con la que se iniciaría la transformación económica y social de Nuevitas, entonces una urbe de apenas 14 000 habitantes que malvivían del trabajo en el puerto, la salina y la pesca.
El Che, ministro de Industrias del Gobierno cubano, había seguido muy de cerca el avance de la obra y los nueviteros contaban con su presencia en el acto inaugural. No se equivocaron, y en la tarde del día señalado para la apertura lo vieron aparecer con las botas enfangadas, la camisa fuera del pantalón y las mangas recogidas hasta los codos. Se excusó por su atuendo: venía de un corte de caña y volvería al cañaveral tan pronto terminara su discurso.
Un año después, en un área cercana a esa industria, se ponía en marcha la fábrica de electrodos y el 14 de julio de 1964 Guevara volvía a Nuevitas atraído por un acontecimiento especial: se había decidido la fusión de ambas fábricas y deseaba estar presente en la inauguración del pequeño combinado industrial.
Esa vez su discurso fue más extenso que el anterior. Había insistido siempre en que una fuerte tradición obrera no tardaría en nacer en Nuevitas y en sus palabras de aquel día anunció, quizá por primera vez en público, que se construirían la termoeléctrica y las fábricas de cemento y de fertilizantes, y aseguró que el viejo problema del desempleo sería liquidado para siempre.
No son esas las únicas industrias con que cuenta el municipio más pequeño de la provincia camagüeyana, pero a los nueviteros les regocija saber que Ernesto Guevara, con una apabullante lucidez y visión de futuro, contribuyó a dar a la ciudad una nueva fisonomía.
El día de la apertura del pequeño combinado industrial, el Che invitó a un grupo de obreros a que lo acompañasen a la ciudad de Caibarién, donde al día siguiente inauguraría una fábrica de bicicletas. Asegura un testigo que insistió en que fueran trabajadores, no dirigentes, y una vez allí se sintió muy contrariado al constatar que se trataba de una simple ensambladora y no de una verdadera fábrica.
Poco días después, el 15 de julio de 1964, en las afueras de la ciudad de Santa Clara, inauguraba la mayor y más importante obra industrial construida por la Revolución hasta esa fecha, la Industria Nacional Productora de Utensilios Domésticos (Inpud), que en su primer año de puesta en marcha sería capaz de producirse en sus 11 talleres unos 5 000 refrigeradores, 5 000 cocinas de gas, 30 000 ollas de presión y alrededor de 15 000 fregaderos.
Su construcción fue idea de Jesús Plasencia, un inversionista privado que durante años acarició el proyecto y cuando se convenció de que no podría acometerlo, pasó la idea al Estado, Che era entonces jefe del Departamento de Industrialización del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) y la fábrica le pareció inicialmente un monstruo, demasiado grande. Sin embargo, no descartó el propósito y apoyó su realización siendo ya Ministro de Industrias. Plasencia fue el primer administrador de la planta. «Hoy podemos decir, sin que nos quede nada por dentro, que sí entregamos realmente una fábrica», dijo entonces.
Por aquella época, hacía ya más de tres años que el ingeniero Demetrio Presilla había puesto a funcionar la planta niquelífera Freeport Sulphur Co. —hoy Pedro Sotto Alba— en Moa. Sus propietarios norteamericanos concluyeron el montaje en 1959 e hicieron, al año siguiente, una producción de prueba. Tomaron entonces la decisión de cerrarla y se marcharon, arrastrando consigo a los técnicos e ingenieros cubanos que trabajaron en el proyecto. Lo hicieron con el convencimiento de que nadie en Cuba pondría a andar aquella fábrica de tecnología complejísima, y única de su tipo en el mundo.
Presilla viajó a La Habana y garantizó al Che que pondría en marcha la planta, pero no ocultó la duda: el mercado estaba abarrotado y el níquel tenía poca demanda. En el rostro del Che se dibujó una sonrisa no exenta de picardía. Dijo: «Ingeniero, vamos a hacer un trato. Usted pone en marcha la planta; de la venta del níquel me encargo yo». Muchos años después, en 1987, el ingeniero Presilla refería al escribidor:
«Guevara comenzó a visitar la planta por lo menos una vez al mes y en él siempre encontré apoyo frente a las incomprensiones y malas intenciones de muchos. No era nada sectario; tenía confianza ilimitada en el ser humano y un don extraordinario para calar a la gente. Y era un hombre honrado».
Muchos no comprendían por qué Presilla, hombre profundamente religioso, que había vivido y estudiado en EE. UU. y trabajado siempre con norteamericanos, decidiera echar su suerte al lado de su pueblo. Che sí lo comprendió.
En los días iniciales de 1959 fue designado jefe de la fortaleza de La Cabaña, la segunda instalación militar de La Habana, y el 7 de octubre se le encomendaba la dirección del Departamento de Industrialización del INRA. El 28 de noviembre se le confiaba la presidencia en el Banco Nacional de Cuba, manteniendo sus responsabilidades en el Ejército y en el sector industrial. Al crearse el Ministerio de Industrias se le encomienda esa cartera.
Casi todos los dirigentes de ese organismo fueron antes obreros. Todos sus funcionarios debían pasar un mes cada año en cargos de menos responsabilidad. Un sistema de reuniones permitía al Che mantenerse al tanto. Cada mes se reunía con los directores de empresas y una vez a la semana, en otra reunión, analizaba el trabajo del organismo. «Había que llegar a la hora señalada, pues Che estaba allí antes que nadie», dijo al escribidor alguien que fue habitual en aquellos encuentros. Y precisó: «Una vez ofreció una merienda: una taza de chocolate y dos galletas de sal. Comentó que le hubiera gustado brindar algo mejor, pero que había pagado aquello de su bolsillo y él tenía una familia que mantener».
Los que lo conocieron de cerca recuerdan que su tiempo libre era cada vez más escaso. Nunca dormía más de seis horas, y la mayoría de las veces, menos. Los domingos mandaba a buscar a su hija Hildita (del primer matrimonio) para pasar el día con ella. Su economía personal era bastante precaria pues se había negado a acumular los sueldos de los diferentes cargos que desempeñaba y se limitaba a cobrar los 440 pesos que devengaba como Comandante. De ellos, entregaba cien a Hilda Gadea, para su hija: 50 pesos eran para el alquiler de la casa y otros 50 para ir pagando el automóvil usado que había comprado. El resto se iba en los gastos caseros. Solo tenía una buena biblioteca porque le regalaban los libros.
A la hora del trabajo voluntario, Che ministro fue siempre el primero en dar el ejemplo, aunque el asma a veces no le diera un minuto de tregua. Nunca fue hombre de gabinete. Solo durante el primer semestre de 1964 acumuló 240 horas de trabajo directamente vinculado con la producción. Afirmaba que el trabajo no retribuido era un aporte importante de la población a la economía y también un vehículo extraordinario para la formación de una conciencia revolucionaria.
Se exigía demasiado a sí mismo. Como ministro, se mostró severamente autocrítico con algunas de las inversiones que autorizó. Decía que debían llevar su nombre para que todos supieran quién fue el autor de la chapucería. Comprendió que para el mejor desempeño de su quehacer cotidiano debía dominar la teoría de los conjuntos, los análisis funcionales, los cálculos integral y diferencial y acometió entonces clases de matemáticas superiores. Cada vez que viajaba al exterior, así fuera en delicadas misiones diplomáticas, llevaba en la cartera arduos problemas de matemáticas y costos que traía resueltos al regreso.
Fue miembro de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio y cuando esa organización se fundió con el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y el Partido Socialista Popular, en las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) pasó asimismo a su Dirección Nacional, y con igual rango figuró en el Partido Unido de la Revolución Socialista, antecedente del Partido Comunista de Cuba. Al constituirse, en octubre de 1965, esta organización, en la que hubiera sido parte de su Comité Central, ya «otras tierras del mundo», como dice en su carta de despedida a Fidel, habían reclamado «el concurso de mis modestos esfuerzos».
A lo largo de su vida pública pronunció más de 170 discursos y conferencias, 24 de ellos en el exterior. ¿Cuál fue el fin último de toda esa prédica? El logro de un hombre nuevo que él mismo encarnó como pocos.
Aludir siquiera a los aspectos del pensamiento político y económico del Che que se llevó el viento del socialismo del siglo XXI, supera con creces la intención de esta página. De lo que dejó inédito y que ha ido publicando el Centro de Estudios que encabeza su viuda, emerge en cambio un Che capaz de seguir haciéndose admirar y respetar aun en la muerte. Tal es el caso de su libro Apuntes críticos a la economía política (2006) que va mucho más allá de la historia acerca del debate de los 60 sobre el socialismo, el cálculo económico y el sistema presupuestario de financiamiento. Son casi 400 páginas con notas de lecturas y esquemas de obras que en definitiva no escribiría, como su crítica a la economía política marxista plasmada, por orden de Stalin, en un manual de la Academia de Ciencias de la URSS y que se convirtió en la práctica en una «Biblia» que sustituía a El Capital. Luego de advertir que los países socialistas avanzaban por peligrosos derroteros, con resultados finales incalculables, abogaba por una economía política que tomara como base a Marx, Engels y Lenin, sin dejar a un lado las ideas de pensadores como Rosa Luxemburgo, Trotsky, Bujarin y Gramsci, entre otros, y, con especial atención, Fidel y la izquierda latinoamericana.
Quedan, desde luego, sus cartas. Los que leyeron la que dirigió a su hija Hildita, en ocasión de su décimo cumpleaños, la de despedida a sus padres y aquella, de 1965, en la que dijo adiós a Fidel y a Cuba, saben cuánto de vigor y ternura hay en ellas para revelar a un héroe en su entraña humana.