Lecturas
Ahora que Irma nos dejó para siempre, quiere el escribidor traer a cuento cifras y anécdotas de huracanes pasados. Curiosidades y un poco de historia acerca de esos fenómenos que se conocen desde tiempos inmemoriales y a los que los taínos llamaban juracán. Mis abuelos hablaban del ciclón del 20 de octubre de 1926 y del meteoro que el 9 de noviembre de 1932 provocó el ras de mar de Santa Cruz del Sur, en Camagüey. Mis padres, por su parte, se estremecían al recordar el ciclón del 18 de octubre de 1944. Aunque hubo otros, algunos de ellos recientes, como el Sandy que golpeó a Santiago de Cuba, el 25 de octubre de 2012, y el Matthew, que causó destrucciones sin cuento en la zona más oriental de la Isla, y los que antes se ensañaron con el territorio pinareño —en 2008 tres huracanes de gran intensidad debió enfrentar el país en menos de dos meses—; a mí me tocó el ciclón Flora, aquel meteoro de octubre de 1963, que entró al país por el este de la bahía de Guantánamo y con trayectoria noroeste cruzó sobre Yateras, Mayarí y la ciudad de Holguín. Buscó entonces el sudeste e hizo un lazo sobre Jiguaní para con rumbo oeste salir por Campechuela al golfo de Guacanayabo y penetrar otra vez en la Isla por las inmediaciones de Santa Cruz del Sur, subir, llegar a la ciudad de Camagüey, girar al sudeste, pasar cerca de Manzanillo y Bayamo y, ya con rumbo norte, rozar de nuevo la ciudad de Holguín y salir por Gibara.
El Flora es, para mí, lo que los ciclones del 26, el 32 y el 44 fueron para mis antecesores. Este fenómeno, que salió y volvió a entrar y que es el único ciclón que completó un lazo sobre el territorio insular, es para mi generación la más triste de las referencias en lo que a desastre natural se refiere. Ocasionó casi 2 000 muertos y destrozos inenarrables, luego de pasar por Haití, donde dejó 4 000 víctimas fatales.
En Cuba, con anterioridad a 1959, no existió un sistema que permitiese una efectiva reducción de los desastres naturales. Solo la Cruz Roja, el Cuerpo de Bomberos y la Policía Nacional actuaban en determinadas labores de salvamento ante intensas lluvias, inundaciones, derrumbes y otras secuelas de ciclones y huracanes. La Defensa Civil surge el 31 de julio de 1962. Todavía en octubre de 1963 el país no estaba suficientemente preparado para enfrentar un peligro de la magnitud del Flora y reducir su impacto. Aun así se procedió con eficacia y energía en la evacuación y rescate de personas, con anfibios y helicópteros del Ejército al servicio de la población, lo que posibilitó evitar males mayores. El Comandante en Jefe Fidel Castro, que asumió durante el fenómeno la dirección de las tareas de rescate y salvamento en los llanos del Cauto, y que estuvo a punto de perder la vida, diría después, muy gráficamente, que el agua «bajaba en oleadas», porque los principales destrozos del Flora fueron ocasionados en lo esencial por las lluvias torrenciales y las inundaciones.
La mayor tragedia natural que se registra en nuestra historia fue la de Santa Cruz del Sur. Un huracán penetró por la costa meridional de la provincia camagüeyana y al barrer con los vientos de su ala derecha las aguas del mar, las empujó sobre ese poblado costero y provocó la muerte de más de 3 000 personas y lesiones a otras tantas. Solo una edificación quedó en pie en la localidad.
Los habitantes del puerto de Júcaro, situado a la izquierda de la trayectoria del huracán, refirieron después que vieron cómo el mar se retiraba varios metros de la costa para volver con fuerza sobre ella y tragarse a Santa Cruz. En Júcaro los vientos más intensos fueron de la tierra hacia fuera. Testimonio impactante de ese siniestro es la foto en la que se ven arder, en una pira gigantesca, los cadáveres de más de la mitad de la población de Santa Cruz del Sur.
El comúnmente llamado ciclón del 26 atravesó La Habana de sur a norte, devastó la capital y sus efectos alcanzaron a Pinar del Río, Matanzas y Las Villas. Causó 650 muertos, y dejó 5 000 edificios dañados, 120 000 árboles derribados y 300 embarcaciones hundidas. Los daños calculados sumaron más de cien millones de pesos. El fenómeno atravesó la Isla de Pinos y destruyó Gerona. Entró en territorio habanero por el Surgidero de Batabanó, pasó por Melena del Sur y siguió su marcha destructiva por Quivicán, Managua y Santa María del Rosario hasta que salió por Bacuranao, en la costa norte. Castigó el territorio durante diez horas. La fuerza del viento no pudo ser medida, ya que todos los equipos contadores de la fuerza de las ráfagas fueron destruidos por el huracán. Sin embargo, en el Observatorio de Belén la máxima registrada fue de 103 millas por hora, antes de ser destruidos los anemómetros. Se dice que una embarcación de cien toneladas fue sacada del agua y llevada por el viento a diez kilómetros de la costa. Hay una imagen que quedó como la representación de este meteoro. El listón de madera que atravesó el tronco de una palma real. Inspirado en ella, Sindo Garay compuso El huracán y la palma.
En las Memorias del ciclón de 1926, publicadas un año más tarde por la Secretaría (ministerio) de Obras Públicas, se da cuenta que tanto el Observatorio Nacional como el del Colegio de Belén alertaron temprano sobre la perturbación formada a cien millas de la costa oriental de Nicaragua. Desde el comienzo, el avance del ciclón se tomó en serio y más cuando se constató que se había convertido en una amenaza también para Pinar del Río. Se dio una idea de su trayectoria y se vaticinó que el ojo pasaría por la provincia de La Habana, como en efecto sucedió. Es uno de los huracanes más destructivos que azotaron la Isla.
En 1855, Andrés Poey, hijo del ictiólogo Felipe Poey, fundó el primer observatorio meteorológico con que contó el país. Tres años más tarde, sacerdotes jesuitas fundaban el suyo como un anexo del Colegio de Belén, en La Habana. En 1870 asume la dirección de este centro el padre Benito Viñes, que fue de los primeros en investigar la circulación y la traslación de los huracanes en el Caribe. Viñes fue el autor del primer parte o aviso que se registra en la historia de la meteorología. Ocurrió el 12 de septiembre de 1875. Nunca antes había tenido lugar un hecho científico de tal naturaleza, aseguran historiadores. Se trataba de una sencilla nota, elaborada en la tarde del día anterior, con un carácter muy preliminar, pero el hecho de haber sido enviada a los periódicos y publicada le confiere el carácter de ser el primer aviso de ciclón tropical de que se tenga noticia y el primer ejercicio dirigido a pronosticar la trayectoria de un organismo de ese tipo.
Durante la Colonia, los ciclones eran nombrados por el día del santo en que causaban sus mayores estragos. Posteriormente se identificaban por números según iban surgiendo en cada temporada o por el año en que ocurrían o por un hecho que le daba relevancia particular. Tal es el caso del célebre ciclón del Valbanera. Se hizo sentir entre el 7 y el 10 de septiembre de 1919. Bordeó toda la costa norte de la Isla hasta La Habana, donde provocó un ras de mar.
Su hecho más significativo fue la desaparición del vapor Valbanera, de 2 000 toneladas, con unos 200 pasajeros y tripulantes. Imposibilitado de entrar al puerto habanero (estaba ya el ciclón pasando) su capitán decidió capear el temporal en mar abierto. Nunca más volvió a saberse del vapor.
Antes de su arribo a La Habana, el Valbanera hizo escala en Santiago. Descendieron allí los pasajeros que tenían como destino esa ciudad, mientras que otros, que debían llegar a La Habana, decidieron hacerlo por tierra a fin de anticiparse a la llegada del buque.
Un hombre bajó con uno de sus hijos, quedando a bordo el resto de la familia. Se rencontrarían en la capital. Cuando ocurrió la tragedia, el hombre continuó yendo al puerto un día tras otro a preguntar por el arribo del Valbanera. El niño se hizo médico y el padre, cada vez más ensimismado en su locura, debió ser recluido en la Quinta de Dependientes. Todavía en los años 50, asomado a las verjas del pabellón de dementes de esa casa de salud, seguía preguntado a los que pasaban si habían visto al Valbanera.
El ciclón del 44 azotó primero la Isla de Pinos, penetró luego por la zona oriental de Pinar del Río y causó daños cuantiosos en la capital. Asoló la ciudad durante 14 horas con vientos que alcanzaron rachas de hasta 262 kilómetros por hora y dejó alrededor de 300 muertos.
«La electricidad, las comunicaciones telefónicas y telegráficas, el transporte y los servicios públicos quedaron paralizados; las cosechas, arruinadas. Miles de familias perdieron sus viviendas. Hubo derrumbes en casi todos los barrios de La Habana, donde además cayó buena parte del arbolado y se registraron daños en importantes instalaciones y edificaciones (…). A causa del ras de mar, el Surgidero de Batabanó fue destruido casi totalmente, quedaron arrasadas sus casas y desapareció la flota pesquera. Igual suerte corrieron poblados como Cajío y Guanímar. En la Isla de Pinos el ciclón hizo estragos hasta en el imponente Presido Modelo. Una estela de hambre, enfermedades y desamparo amenazaba con seguir la furia de la naturaleza», escribe el investigador Humberto Vázquez en su libro El gobierno de la Kubanidad.
Se creó una comisión, que presidió el premier Félix Lancís, para coordinar la ayuda a los damnificados y se organizó una colecta pública para recaudar fondos. Grau pidió a las compañías de electricidad y de teléfonos, así como a las empresas de transporte, el restablecimiento acelerado de los servicios y estableció la congelación de los precios de los productos de primera necesidad, que debían venderse a los mismos niveles de octubre de 1943. Estableció por otra parte el encarcelamiento, con exclusión de fianza, de los detallistas que especularan con los productos básicos.
Militantes del Partido Auténtico y del Partido Socialista Popular, convertidos en socorristas, contribuyeron a salvar muchas vidas. Eduardo Chibás, tocado con un casco de bombero, se echó a la calle a ayudar a los que lo necesitaban: gesto insólito en un senador de la República. También Grau salió de Palacio a recorrer las zonas más afectadas. Prometió que la recuperación se iniciaría de inmediato. El Congreso facultó al Presidente para disponer de un crédito de cinco millones de pesos destinado a las tareas de reconstrucción, y el mandatario dispuso, mediante decreto, el subsidio de los trabajadores más afectados por el meteoro. Ya el 18 de febrero de 1945 Grau entregaba en Cajío las primeras 40 viviendas a igual número de familias que habían perdido las suyas. A esa entrega se sucedieron otras.
«De tal manera —dice Humberto Vázquez— ante una calamidad que conmocionó a toda la sociedad cubana, el país ofreció una muestra de unidad nacional de inestimable valor para aliviar los sufrimientos y las necesidades de decenas de miles de cubanos...».