Lecturas
Era el 31 de diciembre de 1958, y, como otros batistianos connotados, Otto Meruelo Baldarraín acudió a la residencia presidencial de la Ciudad Militar de Columbia a fin de celebrar el Año Nuevo. Quizá la suerte lo ayudara y pudiera hacer un aparte con el dictador, escucharlo de cerca, chocar su copa con la suya. Pero el tiempo pasaba y el mayor general Fulgencio Batista, inmerso en los trajines secretos de la fuga, no aparecía. De cualquier manera, el ambiente no estaba para fiestas y Meruelo decidió volver a su casa.
—Vengo con un dolor de cabeza terrible. Me voy a mi habitación. No me moleste ni aunque me llame el Presidente de la República —dijo a la sirvienta en cuanto llegó a su domicilio de 3ra. esquina a 18, en Miramar.
Fue un error enorme. Un error del que no se cansó de arrepentirse durante los 53 años que mediaron entre aquella noche y su muerte, en Nueva York, el 23 de abril de 2011, a los 91 años de edad.
Se dice que desde Columbia alguien llamó para imponerlo de la fuga e invitarlo a sumarse a la comitiva, y Otto Meruelo, el perro ladrador de la TV cubana que durante años, desde su programa Por Cuba que salía al aire por CMQ, todos los mediodías después del Noticiero, «agotó el improperio, saqueó el epíteto y manchó la palabra» poblando de insultos y diatribas la conciencia oposicionista del pueblo de Cuba, no se enteró. La criada cumplió servilmente la orden de no molestarlo y el despreciable vocero de Batista supo de los acontecimientos cuando ya no podía engancharse ni en el último avión.
Su caso no fue el de José Suárez Núñez, director de la revista Gente, propiedad de Batista y enlace del dictador con los directores de medios que conformaban el Bloque Cubano de Prensa. En Santa Clara había constatado la difícil situación militar de la dictadura y pensaba conversar sobre eso con Batista en la fiesta de Año Nuevo, pero la esposa le dijo que la celebración se había suspendido. Le costó trabajo creerlo, pero terminó aceptándolo y se acostó a dormir. Una llamada de Columbia lo sacó de la cama. Hablaba uno de los ayudantes del dictador. Dijo que Batista había renunciado y que en los aviones listos para partir se habían reservado, por orden expresa del mandatario, dos asientos, uno para él y otro para Luis Manuel Martínez, periodista y líder de la juventud batistiana.
A esa hora a Suárez Núñez le pareció más factible buscar amparo en una embajada, pero ni la dominicana ni la argentina le abrieron las puertas. Volvió entonces a su casa, hizo que su mujer se vistiera con una blusa roja y una falda negra —los colores del Movimiento 26 de Julio— y ya en la calle de nuevo el matrimonio se sumó a una manifestación que dando vivas a la Revolución triunfante subía por la avenida 23. Con ella llegó la pareja hasta el restaurante El Carmelo. Allí un amigo accedió a llevarlos al aeropuerto militar. Le negó la posta el acceso, pero entraron al fin y lograron abordar el último avión que salía rumbo a la República Dominicana. Eran ya las diez de la mañana.
¿Llamaron en verdad a Otto Meruelo desde Columbia aquella noche o el cuento de la criada no pasa de eso, un cuento? Eso es lo que cree el escribidor pues no puede perderse de vista que el sujeto en cuestión no aparece en la relación de figuras que acompañarían al dictador en su fuga y que el propio Batista dictó a su secretario, el general Silito Tabernilla, y este escribió, avión por avión, en pequeñas hojitas color violeta.
Tan despreciable era Meruelo que hasta Batista se la dejó en la uña en el momento final.
Un mes pasa escondido Meruelo luego de la fuga de Batista. Al fin lo detienen en la iglesia del Corpus Christi, en el Gran Bulevar del Country Club (calle 146). Lo conducen a lo que fuera la sede del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) del ejército batistiano. El juicio por la causa 351 de 1959 tiene lugar en la fortaleza de la Cabaña. El fiscal es el capitán Juan Nuiry.
Decía en aquellos días la sección En Cuba de la revista Bohemia:
«Frente al tribunal, con el rumor indignado del público a la espalda, está de pie, ahora tembloroso y vencido, el sujeto que tantas veces, a lo largo del martirologio revolucionario, fue la estampa televisiva del vejamen batistiano.
«Durante los años agónicos de la dictadura, esa figura endeble, de facciones fofas y expresión resentida, ha vertido veneno con gesto y palabra sobre la Cuba combatiente, que se esforzaba por conquistar sus libertades. No existe evidencia mayor contra ningún acusado de la justicia revolucionaria. No hay repugnancia popular más viva que la que circunda y aplasta moralmente a Otto Meruelo.
«Cumplió el deleznable papel de vocero televisivo de la dictadura, y actuó como agente policiaco represivo. Tenía los grados de capitán honorario, un automóvil de chapa oficial, participaba en interrogatorios a revolucionarios detenidos en los cuarteles y llegó incluso a usar su programa para delatar el paradero de opositores al régimen».
Pregunta el fiscal si el acusado perteneció en alguna forma a los cuerpos represivos del batistato.
—En ninguna forma —balbucea Meruelo.
—¿Nunca usó uniforme?
El acusado responde que nunca.
Pero sucede que hay una foto que demuestra lo contrario, y el acusador se lo dice. Meruelo se defiende.
—No dije que nunca me lo había puesto, sino que nunca lo había usado —ensaya sofísticamente el reo. «Explica» el hecho: se trataba de obtener un nombramiento honorario para lograr acceso a oficinas públicas. Vistiendo uniforme, se facilitaban las gestiones.
Nuiry le muestra la foto. El acusado la reconoce y aclara que el uniforme se lo prestó un oficial de la ayudantía del doctor Santiago Rey, ministro de Gobernación (Interior).
Vuelve el fiscal a la carga. Le dice que cuando iba de civil usaba la insignia de capitán con tres galones en la solapa. Inquiere el fiscal si lo hacía también para identificarse.
—Se trataba de un adorno —comenta Meruelo. Nuiry pregunta entonces si usaba armas. Responde que arma corta. Solo arma corta.
—Usted dice que solamente usaba arma corta, pero aquí hay una fotografía donde aparece usted, en compañía del coronel Río Chaviano y el coronel Pedro Barreras, interrogando a un soldado rebelde. Y se le ve portando arma larga. Por lo visto, también interrogaba usted, señor Meruelo.
—Yo auxiliaba, no interrogaba.
—Cuando los sucesos de la prisión del Castillo del Príncipe, desde su automóvil, el auto con chapa oficial 219, se ofreció apoyo al carro 35 de la Policía —asegura el fiscal.
El acusado palidece, mira en derredor como suplicante, y al cabo dice, con voz débil:
—No recuerdo eso.
—Pues se le probará oportunamente, porque está grabado. De su automóvil se dijo, entre otras cosas, que se ofrecía con su personal «para lo que fuera necesario».
—Mis comparecencias en la televisión y mis escritos —se justifica Otto Meruelo—, tenían siempre marcada tendencia político-electoral, porque el Gobierno se oponía al hecho insurreccional y trataba de abrir caminos y soluciones de paz. De ahí que saliera yo electo en las últimas elecciones, pues fui devoto siempre de que la solución cubana se buscara por el camino de la paz.
Precisa que desconocía las torturas y los crímenes de Esteban Ventura y otros sicarios. Que si llamó «muerde y huye» a los rebeldes fue para definir el método de la guerrilla de atacar y desaparecer. Que los partes de guerra llegaban a veces de puño y letra de Batista, que el dictador también lo engañó a él. A una pregunta del fiscal, responde que tiene 39 años de edad. Asevera Nuiry: Pues ya está usted muy viejo para dejarse engañar.
Dispone el tribunal que se pase la grabación del último programa televisivo de Otto Meruelo, el 31 de diciembre de 1958. Empieza la transmisión y los sentimientos de los que colman el teatro de la Cabaña se dividen; unos, ríen; otros, se indignan. Meruelo glorifica a Batista, a José Eleuterio Pedraza y a Pilar García. Llama vendepatria a los rebeldes que asestan en Las Villas los últimos golpes al batistato, y anuncia la muerte de Che Guevara. Recalca: «Hay muertos que están bien muertos».
—Nunca utilicé la televisión para atizar odios entre hermanos ni incitar al crimen, dice el acusado al tribunal, pero enseguida se desploma, sudoroso y agotado. Sabe que está perdido.
Sigue la prueba testifical. Aida Pelayo, en nombre de las Mujeres Martianas, lo acusa de ser el responsable directo de las muertes de Gerardo Abreu (Fontán) y Oscar Alvarado, entre otros revolucionarios.
Comparece Arnaldo Escalona. Lo buscaba Ventura, encontró refugio en la Asociación de Reportes, de la calle Zulueta, y «Otto Meruelo me dedicó una transmisión completa. Fue un acto de delación, pues él sabía dónde me ocultaba. Ventura no tuvo tiempo de cogerme, pues pude salir de Cuba, escondido en la bodega de un barco».
Llaman a declarar al exiliado español José Luis Galbe, profesor de la Universidad de Oriente. Tiempo atrás, Meruelo denunció a los 40 catedráticos de dicha casa de estudios, adujo que era una «cueva» de comunistas, y en particular acusó de «rojos» al declarante y al profesor Juan Chabás, lo que ocasionó su muerte en virtud de padecer del corazón. Meruelo, añadió Galbe, quiere hacer pasar el incidente como una polémica. Yo no tuve polémica alguna con ese señor. Lo que hizo fue delatarme. Es un delator, no un polemista. Incitaba al crimen y ha hecho más daño que muchos asesinos de los que tenía Batista a su lado... En aquella ocasión me presenté yo mismo al BRAC —Buró Represivo de Actividades Comunistas— y el teniente Castaño, su segundo jefe, me estuvo interrogando durante cuatro horas. Al final me dijo: «Yo no lo hubiera citado, pero no me quedaba más remedio, después de la denuncia formulada contra usted por Otto Meruelo…».
El Tribunal Revolucionario condenó a Otto Meruelo Baldarraín a 30 años de privación de libertad. Su esposa y sus hijas recibieron una pensión de la Seguridad Social, y él, en la cárcel, se dice, trabajó como maestro. Cumplió 20 años. Nada sabe el escribidor de su vida a partir de entonces fuera de Cuba.
(En respuesta a la solicitud del lector Nyls Gustavo Ponce).