Lecturas
El combate comenzó a las seis de la mañana del 1ro. de julio de 1898, cuando la artillería abrió fuego sobre El Caney y, en opinión del mando norteamericano, debía concluir a las ocho. Resultaba totalmente inconcebible que 520 soldados españoles resistieran por más tiempo el embate de 5 400 efectivos procedentes de Estados Unidos. Los estadounidenses atacaron con valor y desprecio de sus vidas, pero la defensa española no era menos heroica y el fuego artillero de los atacantes no resultó totalmente eficaz. A las 11 de la mañana, la fortaleza continuaba en poder de sus defensores.
El general Lawton, jefe norteamericano que comandaba aquella operación, decidió entonces sumar al combate a la tropa que se mantenía en reserva y solicitó al mayor general Calixto García, Lugarteniente General del Ejército Libertador, la incorporación de soldados cubanos. Al mismo tiempo, aceptaba los consejos del jefe mambí para una mejor conducción del ataque, y a cada uno de los batallones de dos de las brigadas en acción se adicionaba una compañía de infantería del Regimiento Baconao.
A la una de la tarde se reanudó el combate en toda la línea. Cuatro horas más tarde, el general Shafter, jefe máximo de las tropas norteamericanas en Cuba, viendo la enérgica resistencia de los defensores, ordenó a Lawton que desistiera de su propósito. En realidad, apoderarse de ese poblado, situado a seis kilómetros de la ciudad de Santiago de Cuba, había sido idea de Shafter, concebida como una operación que incluía el ataque simultáneo a la fortaleza situada en la Loma de San Juan, hechos que antecederían a la toma de Santiago. Su plan contemplaba que la división que mandaba el general Lawton atacara primero a El Caney y, una vez cumplida su misión, se incorporara a las que atacarían San Juan. Pero esta acción debió de iniciarse sin las tropas de Lawton, atascadas en El Caney.
La defensa de ese poblado incluía el fuerte El Viso, de cuatro fortines de madera conectados entre sí por trincheras y alambradas, así como las casas de mampostería del pueblo y la iglesia, preparadas como obras defensivas. Especialistas militares cuestionan la necesidad de atacarlo, pues por su ubicación geográfica y las fuerzas conque contaba, no era significativo en los planes estadounidenses de apoderarse de Santiago de Cuba. Bastaba, aseguran los expertos, con haberlo flanqueado.
Lawton no acató la orden de retirada de Shafter. Pasaban ya de las cinco de la tarde cuando se reanudó el ataque. La artillería de los asaltantes aumentó en eficacia. El Viso comenzó a sentir los efectos de un tiro certero que aflojó la resistencia, y el jefe de la plaza, general Joaquín Vara del Rey, no tuvo más alternativa que ordenar a sus hombres salir del fuerte y buscar refugio en el poblado.
Mientras lo hacían, el general fue herido en las piernas, y cuando la acción de retirada se convirtió en una fuga desordenada, los hombres que lo conducían en camilla lo abandonaron a su suerte en medio del camino. Solo unos pocos oficiales quedaron a su lado. Moriría, en definitiva, en una emboscada de la caballería cubana. Solo sobreviviría un jefe español, un teniente coronel que logró llegar a Santiago al frente de unos 60 subordinados.
A las seis de la tarde cayó El Caney en poder de los asaltantes, tras una carga final en la que participaron asimismo las tropas mambisas del coronel Carlos González Clavell, que se habían destacado de manera extraordinaria ese mismo día en el combate de San Juan. Al cesar esa acción, a las tres de la tarde, González Clavel y sus hombres se trasladaron a El Caney para reforzar las tropas del general Lawton y fueron los primeros en entrar al poblado.
La acción arrojó un saldo de 480 bajas para los españoles, 420 para los norteños y unas cien para los cubanos.
Se cumplieron en estos días —10 de junio de 1898— 118 años del desembarco en las cercanías de Guantánamo del primer grupo de infantes de marina que tomaría parte en la guerra contra España. El grueso de la tropa —el quinto cuerpo del ejército de EE. UU.— demoraría aún unos diez días en desembarcar. Su jefe, el general Shafter, y el almirante Sampson, jefe de la flota que la transportaba, intercambiaron criterios con Calixto García. Sampson expresó que el objetivo inicial debía ser el Morro santiaguero, para apoderarse después de la ciudad. Calixto tenía un plan bien distinto: el quinto cuerpo desembarcaría por Daiquirí y atacaría Santiago por el este, mientras que los cubanos lo harían por el oeste, con lo que se completaría un cerco que impediría la entrada de refuerzos para las tropas españolas. Prevaleció el criterio de Calixto, aceptado por los jefes norteamericanos.
El 20 de junio fuerzas cubanas al mando del general Agustín Cebreco ocupan posiciones al oeste y al noroeste de Santiago, a fin de interceptar refuerzos y acometer una operación destinada a distraer a los españoles. Al día siguiente, el general Castillo Duany y el coronel González Clavell inician una operación de limpieza de costa que facilitaría el desembarco. Paralelamente, un fuerte contingente cubano situado en las afueras de Guantánamo impide la salida de refuerzos españoles desde esa ciudad, y González Clavell, al frente de unos 530 mambises toma el caserío de Daiquirí, para asegurar el desembarco de los 16 000 soldados estadounidenses que arribarían al día siguiente.
Tres mil soldados españoles que el ataque de González Clavell obligó a retirarse de Daiquirí y Siboney, se concentran en Las Guásimas. Un general norteamericano se decide a atacarlos y pide el concurso del aludido oficial cubano. Pero este tiene instrucciones de Calixto de obedecer solo al general Lawton y, por otra parte, hay una orden de Shafter que prohíbe el avance norteamericano mientras los abastecimientos no estén seguros. Aun así el general ataca a los españoles y es duramente castigado, tanto que se ve obligado a pedir refuerzos al general Lawton. A la postre no son necesarios. Inexplicablemente los españoles se retiran, y Las Guásimas, Sevilla y Redondo quedan en manos de los norteamericanos.
Mientras eso sucede, el mayor general Calixto García llega a Siboney y el general Jesús Rabí asume el mando de las tropas cubanas. Tres días después, el general Shafter desembarca en Siboney. Pese al hostigamiento constante de los mambises, el coronel Federico Escario, al frente de una columna de 3 700 hombres que salió de Manzanillo el 27 de junio, logra entrar en Santiago y refuerza la ciudad sitiada.
Antes, el 1ro. de julio, ocurrieron las batallas de El Caney y San Juan. Aunque las cifras difieren entre unas fuentes y otras, el Diccionario enciclopédico de historia militar, de las FAR, asegura que en esa última acción, entre muertos y heridos, los españoles perdieron 400 hombres y 650 los norteamericanos, mientras que las bajas cubanas rondaron las 50. Eran originalmente, dice la misma fuente, unos 450 efectivos españoles, al mando del coronel Baquero, 6 000 norteamericanos y unos 600 cubanos mandados por el inevitable González Clavell.
Los españoles respondieron al fuego artillero norteamericano con una artillería bien disimulada que empleaba pólvora sin humo, lo que hizo difícil su localización. Siguió el ataque de la caballería que, protegida por la frondosa arboleda, logró ponerse a tiro de fusil de la fortaleza sin ser advertida por sus defensores. Los españoles respondían con denuedo y las bajas de los atacantes comenzaron a ser numerosas, pero mantuvieron sus posiciones sin vacilación. Tres altos oficiales norteamericanos que avanzaban al frente de sus respectivas brigadas cayeron en combate. Llegaron refuerzos enviados por Shafter y los mambises que, por el flanco opuesto, guiaban a una tropa de EE. UU., se aproximaron al objetivo bajo el profuso fuego enemigo que defendía San Juan con firmeza y valor. El Regimiento 71 de Voluntarios de Nueva York se detuvo ante las descargas del enemigo y comenzó a retroceder. El cubano González Clavell hizo entonces avanzar a sus hombres, restableció la línea de fuego y logró que los efectivos del Regimiento 71 prosiguieran su avance. Eso valió al coronel mambí una felicitación del mando norteamericano en pleno campo de batalla.
Aflojó la resistencia española y San Juan cayó en poder de norteamericanos y cubanos. La suerte de Santiago de Cuba estaba echada.
Ocurre entonces algo inexplicable. El general Shafter, jefe del ejército norteamericano de tierra, se desmoraliza al computar el número de bajas sufridas por sus tropas en San Juan y El Caney. El clima de la Isla, por otra parte, le provoca sufrimientos sin cuento. Escribe al general Lawton, su segundo: «Mi presente posición me ha costado mil hombres y no estoy dispuesto a perder más». Y, en alusión a Santiago, dice al Secretario de Guerra de su país: «Nosotros tenemos cercada la población por el norte y por el este, pero con una línea muy débil. Al acercarnos, nos hemos encontrado con que las defensas son de tal clase y tal fuerza, que será imposible tomarlas por asalto con las fuerzas que tengo. Estoy considerando seriamente retirarme cinco millas de mi actual posición y tomar una nueva entre el río San Juan y Jardinero».
En un Consejo de Guerra expuso Shafter su decisión de retirarse de la lucha y pedir refuerzos a Washington. Su oficialidad rechazó el propósito «peligroso en extremo porque podría aumentar la moral del enemigo y sembrar el desconcierto entre el cuerpo expedicionario». Shafter se vio obligado a presentar su renuncia y entregar la jefatura a Lawton. El alto mando norteamericano se sintió entonces tan desorientado, que llegó a proponerle al mayor general Calixto García que asumiera el mando de las operaciones, lo que el veterano mambí no aceptó porque de hacerlo se hubiera convertido en el ejecutor de la política norteamericana en Cuba. Antes bien, insistió con Shafter en las ventajas de no interrumpir el ataque, lo que hubiera dado a los españoles la oportunidad de reorganizarse y enviar a Santiago refuerzos considerables.
Ya para entonces el Ejército Libertador había desatado una ofensiva general en el oeste de Santiago, con lo que se completó el cerco. Los mambises se apoderaron sucesivamente de San Vicente, Dos Bocas, Boniato y Cuabitas y de las estratégicas alturas de la Loma de Quintero, desde las que se dominaba la ciudad por entero. Las guarniciones españolas emplazadas en esos puntos, los abandonaban precipitadamente.
Eso ocurría el 2 de julio. El 3, el almirante Pascual Cervera recibía la orden de romper, con su escuadra, el sitio que a la bahía de Santiago había puesto la flota del almirante Sampson, un hecho de enorme trascendencia militar que precipitó el fin de la contienda.
Así lo veremos la próxima semana.