Lecturas
Quiere el escribidor dedicar la página de hoy a dar respuesta, hasta donde es posible, a parte de la abundante correspondencia recibida.
Un lector que firma solo con su nombre de pila —Emiliano— se queja en su mensaje electrónico del lamentable estado en que se encuentra la fortaleza matancera de El Morrillo, donde cayó en combate Antonio Guiteras, mientras que Anlan Sánchez inquiere sobre el número de mandatarios en ejercicio que visitaron Cuba antes del triunfo de la Revolución. Y José Horacio Rodríguez formula una extraña pregunta sobre los zapatos de dos tonos, de los que no tengo nada que decir. Guillermo Ramírez, de Holguín, me pide que escriba sobre el periodista Mario Kuchilán. Lo complaceré próximamente.
María Elena Menéndez, a nombre, dice, de un grupo de personas, expresa su inconformidad con la probable venta de la tumba donde reposan los restos de Alberto Yarini que, según ella, tiene en planes la viuda de un descendiente del famoso proxeneta. Yarini «pertenece a nuestro patrimonio por su cubanía e identidad», dice María Elena y añade que su tumba es atendida por devotos «que la embellecen y adornan, pues Yarini al igual que Amelia (Goyri) concede milagros».
Otros tres lectores parecen haberse puesto de acuerdo en sus peticiones. Estas giran en torno a edificios coloniales. Yamilé Cándales precisa detalles sobre el Palacio de Balboa; y sobre el Palacio de Pedroso, sede del Palacio de la Artesanía, se interesa el administrador de este, José Enrique Hernández, en tanto que Gustavo Rodríguez requiere los antecedentes del edificio que alberga a la sociedad Rosalía de Castro, sita en Egido y Monte, en La Habana. Dice: «Conversando con un amigo que forma parte del cuerpo de seguridad del inmueble, me contaba las curiosas y absurdas historias que allí cuentan a los extranjeros que lo visitan los guías turísticos por cuenta propia».
Relata el lector Emiliano que en compañía de su hijo de diez años visitó El Morrillo. Tenía esa deuda consigo mismo. Está situado a la entrada del río Canímar y próximo a la Autopista Matanzas-Varadero. Fue una batería de cañones que el ingeniero Francisco Baldenoche erigió en 1807 en el mismo lugar donde hubo un torreón desde el siglo XVIII.
La instalación adquirió significación histórica por haber sino escenario de la muerte de Guiteras y de su compañero, el venezolano Carlos Aponte.
Reposan allí los restos de los dos combatientes. Emiliano se sintió emocionado y quiso transmitir el sentimiento a su hijo, a quien explicó quién era Guiteras y su significación revolucionaria. La decepción empero no tardó en embargarlo. No podía explicarse el abandono que advirtió en el lugar que, le dijeron, lleva dos años en una restauración que no tiene para cuándo acabar. Las veladoras están ansiosas porque concluya la restauración del museo, «si así se puede llamar a un lugar donde solo hay una foto de Guiteras y otra de Aponte».
Finaliza Emiliano su mensaje: «Para mantener la memoria histórica de nuestra patria, debemos influir de una forma u otra para que se concluyan las obras de restauración en El Morrillo. No importa cuáles sean las dificultades y carencias. Está enclavado, por otra parte, en un bello paraje; un sitio que por eso puede también resultar atractivo para el turismo».
En estos días, en ocasión de la Cumbre del Caribe, se reveló que solo en el transcurso del último año vinieron a Cuba más de 30 jefes de Estado. No sé qué responder al lector Anlan Sánchez. Antes del triunfo de la Revolución fueron muy pocos los mandatarios en ejercicio que vinieron. El escribidor se estruja la memoria y solo recuerda a dos: Calvin Coolidge, de EE.UU., y Rómulo Gallegos, de Venezuela, a quien los militares derrocaron y sacaron del país, pero no pudieron obligar a renunciar. De ahí que llegara a Cuba como Presidente del gran país sudamericano. Monarcas destronados vinieron varios, y se alojaron todos en el Hotel Nacional. Vino también el príncipe Balduino, que llegaría a ser rey de Bélgica, y don Juan de Borbón, de España, un rey que nunca llegó a serlo.
Tampoco los presidentes cubanos viajaban mucho mientras permanecían en el poder. Gerardo Machado visitó EE. UU. como presidente electo y volvió otra vez, siéndolo ya en ejercicio. Ramón Grau también viajó a Washington como presidente electo, y como tal fue Carlos Prío a México. Ya en el ejercicio de su cargo, Prío viajó a Guatemala, oculto y sin autorización del Congreso, a fin de dar su apoyo al Gobierno guatemalteco amenazado por la agresión militar norteamericana instigada por la United Fruit. Fulgencio Batista estuvo presente en la Cumbre Panamericana de Panamá, en 1956, y por lo menos una vez, siendo presidente, viajó a Daytona Beach, en Florida, donde tenía una casa, a celebrar el llamado «Día de Batista».
Por cierto, de la visita de Prío a México en 1948 hay una anécdota deliciosa. Ya en el exilio, Max Lesnik, director de Radio Miami y delegado de la Alianza Martiana —expresidente de la Juventud Ortodoxa— preguntó una vez a Prío, su antiguo enemigo, cuál era el momento más embarazoso de su vida, y Prío le respondió que en México, en ocasión de su visita como presidente electo.
Visitó el político cubano en su residencia oficial al Presidente de México y este al final lo invitó a un paseo por la capital mexicana. Cuando aquello el protocolo no era tan estricto como el de hoy, y los mandatarios aztecas gustaban de lo que el periodista Luis Suárez llamaba «esos baños de pueblo». En un auto descapotable salieron de Palacio Prío y su esposa, Mary Tarrero, y el presidente Manuel Ávila Camacho con la suya. Se detuvo el convertible ante un semáforo, y un mexicano de a pie espetó al mandatario de su país:
—Oiga, don Manuel, deje a esa vieja y búsquese a una mujer tan bonita como doña Mary, que esa sí que es linda.
Era ciertamente muy linda Mary Tarrero y lo siguió siendo hasta el final cuando, ya con la mente herida, mantenía intacta su belleza. Pero en aquel momento, y así se lo confesó a Max Lesnik, Carlos Prío no supo dónde meter la cara.
En cuanto a la venta de la tumba de Alberto Yarini, piensa el escribidor que no hay nada que hacer si la presunta descendiente tiene el título de propiedad. Pero bien valdría la pena dar la pelea.
El historiador Emilio Roig considera como una de las más bellas reliquias de la arquitectura colonial el Palacio de Pedroso, en la calle Cuba entre Cuarteles y Peña Pobre. Fue construido en 1780 por don Mateo Pedroso, regidor y alcalde ordinario de La Habana. Consta de cuatro pisos, incluyendo el entresuelo, y su fachada, monumental y sobria a la vez, luce un balcón corrido, de madera, de tipo morisco. En 1840 la mansión fue alquilada a don Juan Montalvo y O’Farrill, tío de la famosa Condesa de Merlin, que vivió en esa casa durante su viaje a La Habana, en 1844. Diez años más tarde fue sede de la Audiencia Pretorial, desalojada del Palacio de los Capitanes Generales y que pasaría luego a la Cárcel de Tacón, al final de Paseo del Prado. En 1898 se instaló allí la jefatura de Policía de la ciudad, y volvió a manos de un descendiente de la familia de los propietarios originales en los años 30 del siglo pasado. Fue por entonces que Joaquín Weiss hizo allí un admirable trabajo de restauración.
El Palacio de Balboa, por el que se interesa Yamilé Cándales, fue construido por los marqueses de ese nombre y se ubica en la manzana enmarcada por las calles Egido, Zulueta, Gloria y Apodaca. El ya citado Emilio Roig le celebra, en primer término, su estilo arquitectónico. Edificado en 1871, es decir en pleno esplendor del estilo neoclásico, se aparta casi totalmente de las líneas de esa tendencia. Pedro Tomé Verecruisse, el arquitecto que lo proyectó, se inspiró al parecer para erigirlo en los bellos palacetes con marcada influencia francesa que entonces estaban de moda en el Paseo de la Castellana, de Madrid, algunos de los cuales quizá fueran obra del propio Tomé Verecruisse.
Se distingue asimismo por ser el primer edificio de carácter particular que, dentro de la ciudad, se proyectó para que ocupara por entero una manzana, todo rodeado de jardines y con fachadas por los cuatro costados, aunque sin portal en ninguna.
Allí vivió y de allí salió para casarse Amelia Goyri. Era sobrina de la Marquesa y pasó a la posteridad como La Milagrosa. Se trata casi de una santa y por eso su tumba, en el cementerio de Colón, está llena de ofrendas y mensajes de agradecimiento de aquellos que en un momento de angustia imploraron su ayuda y ella les concedió lo que le pidieron, casi siempre el rencuentro con la persona amada y el restablecimiento de la relación amorosa. Es el suyo el panteón más visitado de la necrópolis de Colón.
El actual Museo de la Revolución empezó a construirse como sede del Gobierno Provincial de La Habana. Mariana Seba, esposa del mayor general Mario García Menocal, presidente de la República, se enamoró del edificio y logró que su esposo lo confiscara y pagara al Gobierno habanero. Fue entonces que el edificio de la calle Refugio número 1 pasó a ser Palacio Presidencial, despacho y residencia oficial de los mandatarios cubanos, y el Gobierno Provincial se instaló en el Palacio de Balboa. A comienzos de la década de 1960 se extingue esa forma de gobierno y el inmueble acoge a la Junta de Coordinación, Ejecución e Inspección de la provincia, hasta que da cabida al Comité Estatal de Ciencia, Técnica y Medio Ambiente. Acoge después a la dirección de una empresa comercial.
Hablaremos por último del palacio de los condes de Casa Moré, luego llamado palacio de los marqueses de Villalba. Situado frente a la plazuela de las Ursulinas, ocupa un área de 2 000 metros cuadrados. Fue construido en 1872 y es obra del ingeniero Eugenio Rayneri. Funcionó en este edificio el Senado del Gobierno Autonómico. Luego estuvo allí la empresa inglesa de los Ferrocarriles Unidos y hoy da albergue a la Sociedad Cultural Española.