Lecturas
Varios lectores escribieron al escribidor con motivo de su página titulada Huellas francesas en Cuba, publicada en este diario el pasado 22 de junio. Mientras que algunos, como la doctora Uva de Aragón, de la Universidad Internacional de la Florida, elogian la crónica por su contribución a un tema en el que, a su juicio, no se ha enfatizado lo suficiente, otros protestan por la omisión en el texto de la ciudad de Cienfuegos.
Cierto es que Cienfuegos es la ciudad más afrancesada de Cuba. Es la única urbe de América que, bajo el dominio de la corona española, fue fundada por franceses. En efecto, luego de intentos infructuosos, el 22 de abril de 1819, Juan Luis Lorenzo D’Clouet, coronel de los Reales Ejércitos, al frente de un grupo de 45 colonos franceses procedentes de Burdeos, Luisiana y Filadelfia, acometía la fundación de esa ciudad a la que se dio entonces el nombre de Fernandina de Jagua. Aunque de origen francés, D’Clouet era súbdito español por haber nacido en Nueva Orleáns, perteneciente a España en la época.
Es allí, afirman especialistas, donde se materializan concepciones modernas e ilustradas para su tiempo en cuanto a la integración de arquitectura y urbanismo. Llama la atención en la llamada Perla del Sur su perfecto trazado neoclásico en forma de tablero de ajedrez, a lo que se suma la riqueza monumental de sus espacios públicos y sus edificaciones neoclásicas, eclécticas y de Art Decó.
Pero, y dicho sea a toda intimidad, Cienfuegos no fue la única omisión en la página del 22 de junio. Ya comprenderá el lector que no todo lo que se quiere y se puede escribir acerca de un tema cabe en el espacio de que se dispone en un periódico. Habría que haber mencionado entonces otras ciudades.
Más de 60 familias con apellidos franceses radican hoy en Baracoa. Sus antecesores llegaron a esta villa en los días de la Revolución haitiana. La justa ira de sus antiguos esclavos los había privado de casi todo lo que poseían en la vida, pero pudieron escapar de Haití con la cabeza sobre los hombros, y ya en Baracoa propagaron sus modas y costumbres, su filosofía y su literatura y se dedicaron a controlar la economía de la región. Revitalizaron la industria azucarera local, que desapareció luego, e introdujeron nuevos métodos y variedades en la siembra del café.
Crisol de culturas, suma de encuentros y desencuentros —catalanes en el centro de la emigración española, africanos de etnias diversas, franceses, haitianos, antillanos en general— el mestizaje es en Santiago de Cuba más abierto que en el resto del país y la influencia negra resulta un elemento insoslayable.
Hay ascendencia francesa en su folclor. La Tumba Francesa —Patrimonio de la Humanidad— uno de los focos culturales de la villa, la componen descendientes de esclavos africanos que tuvieron amos franceses y utilizan elementos tradicionales de procedencia dahomeyana, mientras que otros grupos folclóricos dan un toque propio a las raíces haitianas y franco-haitianas.
En las afueras de la ciudad son visibles ruinas de cafetales franceses. El rescate de uno de estos —La Isabelica, en la cercanía de La Gran Piedra, roca granítica que se eleva a más de 1 200 metros— permite ver cómo vivía la familia propietaria y cómo se obtenían las cosechas. En esa región se instalaron muchos franceses que huyeron de Haití tras el triunfo de la revolución y se dedicaron al cultivo del café. El museo describe la vida en esas haciendas y los instrumentos utilizados en los cultivos. Fuera del edificio del museo están situados los secaderos, la tahona (molino de harina movido por caballería) y un acueducto.
Insoslayables en este recuento resultan varias de las edificaciones de la ciudad de Matanzas. El teatro Sauto es una de las joyas de la arquitectura cubana, y la iglesia de San Pedro Apóstol está considerada como la construcción neoclásica más bella del país. Nada iguala en el continente a la farmacia francesa del doctor Triolet, convertida en museo. Este establecimiento abrió al público el 1ro. de enero de 1882. Fundada por los doctores Emilio Triolet, nacido en Lissy, Francia, y Juan Fermín Figueroa, el llamado Rey de las boticas de Cuba, ganó rápidamente merecida fama. Durante los finales del siglo XIX y comienzos del XX mantuvo nexos comerciales con los laboratorios más importantes del mundo. Triolet participó en la Exposición Universal de París en 1900 y obtuvo Medalla de Bronce.
Digamos, para finalizar, que en Trinidad se conserva la Casa del Corsario, construida en 1754 para el capitán de corsarios Carlos Merlin, de origen francés. Gilberto Girón, el corsario de Espejo de paciencia —el monumento más antiguo de la literatura cubana— dio nombre a una playa de la bahía de Cochinos, Playa Girón, escrita a golpe de sangre y heroísmo en la historia de la Revolución Cubana.
Hace tiempo subí al Castillo de Atarés y quedé deslumbrado por la vista que regala de La Habana. Esta es una de las veces en que la realidad imita a lo imaginado, pues cuando la tarde comienza a declinar, para decirlo con las palabras del trovador Eduardo Sosa, el paisaje urbano real que se aprecia desde su altura remeda La Habana soñada por René Portocarrero y plasmada por el artista en su serie Ciudades. Lástima que no sea todavía una instalación abierta al público.
Información sobre esa fortaleza colonial reclama una lectora que firma solo con su nombre de pila, y acerca del cuartel de San Ambrosio inquiere Miguel Álvarez, vecino del reparto San Agustín.
La construcción del Castillo de Atarés, en la loma de Soto, al fondo de la bahía habanera, fue motivada por la toma de La Habana por los ingleses (1762), que evidenció la necesidad de resguardar y defender los caminos que comunicaban a la ciudad con los campos vecinos. Así, entre 1763 y 1767, luego de varias obras provisionales, se acometió la edificación de esa fortaleza, a 1 500 varas (poco más de 1 200 metros) al sur del recinto amurallado. En tiempos de Machado, la instalación estuvo bajo el mando del tristemente célebre capitán Manuel Crespo Moreno, y era la sede del Escuadrón 5 de la Guardia Rural, unidad excelentemente adiestrada que cubría con sus hombres la escolta del Presidente de la República.
Al derrumbarse el machadato, Crespo Moreno salió de Cuba en el mismo avión que el dictador, y en Atarés aparecieron entonces los enterramientos clandestinos de varios luchadores antimachadistas, sometidos a terribles torturas antes de ser asesinados. En ese lugar, durante el 8 y el 9 de noviembre de 1933 buscaron refugio entre mil y 1 500 civiles, muchos de ellos militantes del ABC, ex oficiales y militares en activo, opuestos todos al Gobierno de Ramón Grau San Martín. Venían huyendo de los cuarteles de Dragones, en Zanja entre Escobar y Lealtad, y de San Ambrosio, muy cerca de allí, en las inmediaciones de la central eléctrica de Tallapiedra. Se metieron en una ratonera.
San Ambrosio —respondo ahora al lector Miguel Álvarez— era la sede del Departamento de Administración del Ejército. Había allí almacenes de municiones, uniformes, etc. En ese caserón enorme funcionó, en tiempos del estanco, la llamada factoría del tabaco. Cuando dejó de serlo se le dio diversos usos al inmueble. En una de sus áreas funcionó, en tiempos de España, un hospital militar hasta que sus condiciones higiénicas o, mejor, antihigiénicas, recomendaron la construcción del hospital Alfonso XIII, que es hoy el Calixto García. En parte del edificio existió una escuela primaria. Desconoce el escribidor qué utilidad se le da hoy a ese edificio.
Escriben con marcada insistencia desde Varadero. Alguien se interesa por saber la vida y los milagros de un sujeto que, a mediados del siglo pasado, tenía su residencia en la calle 56 de la playa. Se trata del coronel Gonzalo García Pedroso. Conoce el solicitante que fue director de la Renta de la Lotería Nacional y que tenía tierras en San José de las Lajas e inquiere las razones de su amistad con el dictador Fulgencio Batista, que lo visitaba en su casa durante sus estancias en el balneario. Pregunta el lector si García Pedroso fue militar y cómo llegó a director de la Lotería.
La respuesta no es muy compleja. Batista y García Pedroso se conocían de atrás. Sin ser parte de la junta de Columbia o de los ocho, que organiza el golpe de Estado de 1933, el entonces sargento García Pedroso se suma a los conspiradores antes del 4 de septiembre, fecha en que Batista ejecuta el cuartelazo contra el Gobierno de Céspedes. Figura entre los que conspiran en el campamento de Columbia y sigue en la conspiración cuando su foco se traslada al edificio de la Gran Logia de Cuba. A esas alturas se había ensanchado el círculo de conspiradores. Se cuentan entre ellos los sargentos Jaime Mariné y Ulsiceno Franco Granero, ambos de origen español y destacados en el cuartel de San Ambrosio; Urbano Soler, taquígrafo del Séptimo Distrito (La Cabaña), e Ignacio Galíndez y García Pedroso, ambos de Columbia. El día del golpe, García Pedroso está con Batista. Lo acompañan numerosos sargentos, cabos y soldados y oficiales como Francisco Tabernilla, Manuel Benítez, Raymundo Ferrer y Gregorio Querejeta.
Avanza el Gobierno de los Cien Díaz que encabeza el presidente Grau. El 7 de noviembre de 1933, Franco Granero cesa como jefe de la Policía Nacional y García Pedroso ocupa el cargo a propuesta del coronel Batista, jefe del Ejército. Guiteras, a la sazón ministro de Gobernación, Guerra y Marina, había propuesto a Luis Felipe Masferrer para esa jefatura, pero Grau lo veta y apoya al candidato de Batista porque quiere hacerle olvidar al Coronel lo acaecido días antes, cuando Guiteras quiso destituirlo y fusilarlo por traidor.
Durante la ya aludida rebelión del 8 y 9 de noviembre contra el Gobierno de Grau, los sublevados ocuparon también varias estaciones de Policía. En una de estas, la Décima, situada en una de las cabezas del puente sobre el río Almendares, en la Avenida 23, cayó prisionero García Pedroso. Fue liberado por fuerzas al mando de Belisario Hernández, ayudante de Batista, que bombardearon la unidad policial desde el cabaret La Verbena, en la otra orilla del río.
Desconoce el escribidor cuándo García Pedroso ascendió a coronel y en qué fecha pasó a la reserva militar. En el Libro de oro de la sociedad habanera correspondiente a 1958 se le consigna como director de la Renta de la Lotería Nacional, con residencia en la calle 32 esquina a Tercera, en Miramar, y en la finca Nena, en San José de las Lajas.