Lecturas
¿Sabía usted que las presentaciones de Lola Flores, «la Faraona», en el América, con gente de pie en los pasillos y en los laterales —algo inusual en ese teatro, que cerraba sus taquillas en cuanto se agotaban las localidades— batieron todos los récords de entrada en la historia de ese coliseo? ¿Que las presentaciones en ese espacio de la actriz y cantante argentina Libertad Lamarque paralizaron el tráfico en la calzada de Galiano, con la intervención policial consiguiente, y que al finalizar una de sus actuaciones la intérprete fue llevada en hombros hasta el hotel donde se alojaba?
Si desconoce esos detalles es posible que ignore entonces que en enero de 1943 se formaron colas enormes en el portal y los alrededores de la instalación a fin de adquirir el boleto para asistir al estreno en Cuba de Casablanca, ese filme de culto, protagonizado por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman. ¿Sabe que la vedette Josephine Baker, que actuó en La Habana en noviembre y diciembre de 1950, fue la única artista que logró mantenerse en el escenario del teatro de la calle Galiano entre Neptuno y Concordia durante cinco semanas consecutivas, con dos funciones diarias de lunes a sábado y una más los domingos, y que se despidió del público casi exhausta por el titánico esfuerzo?
Ahora le diré lo mejor. Al igual que en el viejo Teatro de la Ópera de París, en los sótanos del América habita un fantasma. No son pocos los actores, tramoyistas y técnicos que creen oír, procedentes de los subterráneos de la instalación, arias de ópera y lamentos angustiosos. Como si el personaje creado por Gaspar Lereox arrastrara por los subsuelos del América las cadenas de su eterna desesperación.
Esos lamentos se han oído durante décadas. Con exactitud desde el 22 de noviembre de 1943, día que marca un hito de leyenda en el devenir del espectáculo en Cuba. En esa fecha tuvo lugar una función que combinó en la puesta elementos del teatro y el cine. En la pantalla del teatro América, el estreno mundial, a las diez de la noche, de El fantasma de la Ópera, con Claude Rains como el fantasma, mientras que una hora antes, técnicos del coliseo y del Circuito CMQ conjuntaban esfuerzos para llevar al país, en un empeño nunca acometido, el concierto que precedería a la exhibición de la película y que en transmisión simultánea y por control remoto se escucharía en La Habana a través de la CMQ y la COCO; por la CMHQ, en Santa Clara; la CMJL, en Camagüey; y la CMKU, en Santiago. Fue una gala en la que quedaron fuera más de los que pudieron entrar.
Un dato más, ya para finalizar. El edificio que alberga al coliseo de la calle Galiano entre Neptuno y Concordia, con sus diez pisos y dos niveles más en la torre, 77 apartamentos para alquilar, cafetería-restaurante y dos salas para funciones de teatro y cine, una de las cuales es hoy La Casa de la Música, nunca se llamó ni se llama América. Es el edificio Rodríguez Vázquez, español nacido en Lugo. Su hijo, Antonio H. Rodríguez Cintras, que mandó a edificarlo, quiso que llevara el nombre de su progenitor.
Encontré todos esos datos en el libro titulado El teatro América y su entorno mágico, del historiador Pedro Urbezo, publicado este año, y que el maestro Jorge Alfaro Sama, director del coliseo de la Calzada de Galiano, me obsequió en esos días. Una obra prolija en detalles y con una información fotográfica descomunal. Tal parece que allí ningún programa se perdió y que en el transcurso de su ya larga historia sus empresarios se empeñaron en guardar para el futuro la memoria de la instalación.
La cuadra de Galiano entre Neptuno y Concordia, famosa en el pasar de la farándula y el espectáculo habaneros, fue, a comienzos del siglo XIX, una finquita destinada probablemente a surtir con sus producciones a una frutería llamada El Camagüey, que como expendio de alimentos ligeros todavía existe en la esquina de Galiano y Concordia.
Hacia 1880 se instaló en el área de Galiano entre Neptuno y Concordia una sociedad de recreo fundada por la Colonia Catalana de Cuba. Uno de esos salones hacía las veces de teatro y allí tenían lugar representaciones artísticas, bailes típicos catalanes y puestas de obras de teatro bufo. La sociedad catalana desapareció y en el edificio se instaló una sociedad gallega, Aires de Miña Terra, que se mantuvo hasta el cese de la Guerra de Independencia.
En 1899 se instala allí el teatro Cuba, frecuentado por el generalato independentista. Durante los años iniciales del siglo XX se dieron en su escenario gustadas temporadas de teatro vernáculo y obras de sabor patriótico pero, no se sabe por qué, el teatro quebró. En 1908 lo arrendaron los hermanos Anckermann, y lo bautizaron con el nombre de El Molino Rojo. Sus comienzos fueron muy modestos: un cuadrito donde solo aparecían el negro, el gallego, la mulata, el bobo… «Poco después llevaron a escena obras picarescas, espectáculos exclusivos para hombres en su afán de competir con el Alhambra, de Consulado y Virtudes. Nacía así un nuevo género, llamado sicalíptico», dice el historiador Pedro Urbezo. El Molino Rojo llega a ser un competidor fuerte del Alhambra. Allí actuaba Consuelo Pórtela, la célebre Chelito criolla, que en alguna que otra función se rifaba ella misma a tanto la papeleta. Llegó a ganar 250 pesos diarios, una suma exorbitante para la época. Arropada por el público y mimada por la prensa, murió, sin embargo, en un asilo de ancianos.
El Molino Rojo evolucionó con los años. Dejó de ser un teatro para hombres solos, dio entrada en su programación a la zarzuela criolla y, sobre todo, sumó a sus exhibiciones teatrales las proyecciones cinematográficas, películas cortas y silentes que se pasaban en los intermedios. Imitadores, magos, acróbatas, artistas circenses nacionales y extranjeros se presentaban en ese escenario. Hubo hasta espectáculos de lucha libre y peleas de boxeo a seis entradas entre púgiles del patio y de otras naciones.
En la segunda década del siglo XX El Molino Rojo, sin embargo, fue de más a menos. Sus empresarios, animados por otros intereses, cerraron sus puertas. En 1923, los hermanos Chaple, los nuevos arrendatarios, dieron vida a El Teatro Cubano que cubría, en toda su extensión, la calle Galiano entre Concordia y Neptuno, y presentaba obras originales de Arquímedes Pous con música de Jaime Prats. Tampoco duró mucho; lo sucedió el teatro Regina. El nuevo teatro se acondicionó como los grandes coliseos norteamericanos. Su propietario era Clemente Vázquez Bello, presidente del Senado y timonel del Partido Liberal, figura muy cercana a Machado, que le llamaba «mi inseparable». Se llamó así por su esposa, la hija de Regino Truffin, hombre con grandes intereses en el azúcar. A su inauguración, el 23 de septiembre de 1927, asistió la flor y nata del régimen machadista. Allí se dio cita lo más exclusivo de la sociedad habanera y la entraba fue por invitación. Regina, que no demoraría en ser la viuda de Vázquez Bello, ajusticiado por un comando revolucionario, bautizó el teatro con la clásica botella de champán. Después hubo un espacio para la canción en las voces de Dora O’Siel y Rita Montaner, que días después estrenó allí la zarzuela Niña Rita, célebre por el tango congo Mamá Inés, que interpretaba noche a noche la Montaner. Niña Rita tiene libreto de Aurelio Riancho y Antonio Castells y música de Lecuona y Eliseo Grenet. Completaba el programa la revista La tierra de Venus, donde se popularizó Siboney. Otras obras de éxito fueron El cafetal (Lecuona/Sánchez Galárraga) y la zarzuela La camagüeyana, de Grenet.
Durante los primeros años, el Regina mantuvo su nivel de concurrencia y pudo competir con el Alhambra. Pero hacia 1929 va decayendo por la crisis económica mundial, las tensiones políticas internas y el auge del cinematógrafo.
A mediados de la década de los 30 cierra sus puertas el teatro Regina. Lo hace con la exhibición de Nobleza baturra, protagonizada por Imperio Argentina. Con el nombre de Radio Cine y 2 600 capacidades reabriría la instalación el 24 de noviembre de 1936. Contratada especialmente para la apertura, la jornada contó con la actuación de Imperio Argentina. Pedro Valcarce Gutiérrez, empresario de Radio Cine y que administraba asimismo los cines Payret, Rialto y Campoamor, se asocia con el ya aludido Rodríguez Cintras.
Fue Cintras quien ideó la construcción del rascacielos de la calle Galiano, obra de los arquitectos Fernando Martínez Campos y Pascual de Rojas, inmueble que recuerda, se dice, el Rockefeller Center, de Nueva York.
El edificio estaba rodeado de cines de mayor o menor cuantía: Neptuno, Encanto, Rialto, Alcázar, Verdum, Majestic, Fausto, Prado, Lara, Payret, Niza, Montecarlo, Capitolio…
Sin embargo, La Habana precisaba de un teatro de mayor categoría, que fuera emblemático de la ciudad moderna. Surge así la idea de Rodríguez Cintras de añadir a la obra, en la planta baja, al lado del Radio Cine, lo que sería el cine teatro América. Sus 1 775 lunetas solo serían superadas entonces por las del mismo Radio Cine, el Teatro Nacional y el Teatro Auditórium. Valcarce asumiría el arrendamiento del nuevo espacio cinematográfico. Ya para entonces, además de los mencionados, administraba el teatro Milanés, de Pinar del Río.
Precisa el historiador Urbezo que el teatro América, al igual que el edificio, se inauguró el 29 de marzo de 1941 con el estreno de El cielo y tú, producción de Warner Bros., con dirección de Anatole Litvak, con Betty Davis y Charles Boyer en los protagónicos. Otras películas que, por esos días, atrajeron numeroso público fueron El gran dictador, El ladrón de Bagdad, La carta trágica, Su último refugio…
El primer show o variedad del América estuvo a cargo de Pedro Vargas, en la semana del 22–29 de septiembre de 1941. En enero del año siguiente se presentó en ese coliseo la primera película hablada en español, Mi amor eres tú, con Paulina Singerman. Y el lunes 26 de octubre se exhibió la primera película cubana, Romance musical, producida por CMQ y con dirección de Ernesto Caparrós. Actuaban Normita Suárez, Minín Bujones, América Crespo, Otto Sirgo, etc. El restaurante-cafetería se inauguró el lunes 21 de septiembre de 1942. Pronto ganó el favor de las familias habaneras, concurrieran o no a ambos cines-teatro.
Un buen día Radio Cine pasó a ser el cine Jigüe. Y el 25 de mayo de 2002 se instaló en ese espacio la Casa de la Música Habana, mientras que el América prosigue su rumbo como el gran teatro que fue y sigue siendo, continuador de una tradición en la que sobresalen nombres como Benny Moré, Fernando Albuerne, Xiomara Alfaro, Luis Carbonell, Orlando de la Rosa, Leopoldo Fernández y Cabrisas Farach, entre otros muchos cubanos, y también Carmen Amaya, Tito Guisar, Toña la Negra, Alfredo Sadel, Los Chavales de España, Los Churumbeles, Los Panchos y Brenda y Sicardi, por solo mencionar unos pocos artistas extranjeros.