Lecturas
Se dice que los Machado nunca hablan mal de la familia. Como acerca de Gerardo es imposible hablar bien, prefieren callarse. Ahora, a raíz de la publicación de mis páginas sobre la vida de los presidentes cubanos una vez fuera del poder, un deudo del ex dictador cubano rompe el silencio y me cuenta otra versión sobre la muerte de su antecesor. Gerardo Machado no falleció, como se ha repetido, durante la intervención quirúrgica a la que lo sometía, en la Florida, su médico de cabecera, el doctor Ricardo Núñez Portuondo, sino que pidió que se le privase de la vida mediante la administración de una inyección letal.
Lo que me cuenta el amable lector es un secreto de familia, y, por supuesto, un suceso no verificable porque, precisa, la eutanasia sigue estando prohibida y censurada desde numerosos puntos de vista. Pero si se toma en cuenta la personalidad de Machado, lo tozudo y presumido que era, tiene muchas posibilidades de ser cierta. No pocas veces miembros de la familia estuvieron tentados de revelar ese secreto a los historiadores. Desistieron de hacerlo porque los profesionales de la historia exigirían las pruebas pertinentes que ellos ni nadie tienen. Añade el lector: Carlos, el hermano de Gerardo, se lo contó a mi bisabuelo y a mi abuela un día en que viajaban en el vagón privado que los Machado ricos tenían en el tren de Cumbres. Y Carlitos no tenía por qué mentir.
En su mensaje electrónico, el lector, cuyo nombre no estoy autorizado a revelar, no censura a Machado ni lo elogia. Reconoce que solo él, entre todos los familiares, le tendió la mano a su bisabuelo, el pariente pobre, que siendo un adolescente había quedado huérfano y con dos hermanas a su cargo al finalizar la Guerra de Independencia. Su padre, esto es, el tatarabuelo de mi corresponsal, murió de disentería en la manigua y su jefe, el general José de Jesús Monteagudo, más conocido por Chuchú, no lo reconoció como combatiente mambí, lo que privó a su descendencia de la pensión a la que tenía derecho.
Así las cosas, Gerardo se hizo cargo del primo pobre. Le dio empleo en su casa de Santa Clara como jardinero y mensajero y el modesto destino alivió la situación de los suyos.
Pasó el tiempo y con 18 años ya cumplidos decidió hacer una visita formal al General, que era a la sazón el Gobernador de Las Villas. No entró esa vez por la puerta de servicio, sino que pulsó la aldaba de la entrada principal. Carlos Machado, maldiciendo que su primo no estuviera en la casa para atender el llamado, acudió a abrir y casi se cae de espaldas al verlo tan elegantemente vestido. Le preguntó por qué vestía de esa manera y pedía entrada por aquella puerta. Respondió el visitante que quería conversar con Gerardo de tú a tú. Carlos lo invitó entonces a tomar asiento y fue a avisar a su hermano.
Lo que conversaron los dos primos, y los tonos que usaron, es algo que cae en el campo de la especulación, dice el remitente del mensaje, «pero lo cierto es que a los pocos días mi bisabuelo entraba como soldado en la Guardia Rural, pese al tiempo que le restaba para cumplir la edad reglamentaria, que era de 21 años. Era un hombre serio y responsable y ascendió rápido dentro de ese instituto armado. Pudo de esa manera costear los estudios de sus dos hermanas como maestras normalistas y, siempre gracias a su parentesco, logró un buen matrimonio con una mujer hermosísima. Eso explica por qué mi bisabuelo, a pesar de los desmanes de Machado, nunca alzó la voz contra su primo, si bien es cierto que nunca fue machadista ni hizo proselitismo a su favor. Gerardo los sacó de la miseria y los hizo personas. Su agradecimiento fue superior a cualquier otra consideración».
Los dos hermanos dejaron de hablarse e interrumpieron todo contacto cuando, en privado, Carlos llamó dictador a Gerardo, y este, en respuesta, lo tachó de traidor. No volverían a encontrarse hasta que en marzo de 1939 el ex mandatario le pidió que se reuniera con él en Miami. La misma petición había hecho a sus hijas y nietos.
Cuando se asegura que Machado murió durante una intervención quirúrgica nunca queda bien aclarado el padecimiento que lo llevó al quirófano. Las versiones no coinciden. Que si un cáncer de estómago, la próstata, una apendicitis... No hubo nada de eso. Me dice el lector en su correo electrónico que, en verdad, le diagnosticaron un cáncer de colon y hubo que practicarle un ano artificial. Machado se negó a seguir viviendo de esa manera.
Se despidió de cada uno de sus familiares más allegados. Con Carlos conversó ya en una sala del hospital donde estaba internado y ninguno de los dos hizo alusión al incidente que los separara. La familia esperaba. Pasó Machado a otra sala, le administraron un sedante y lo condujeron luego a otro salón. Al rato, un médico, no se precisa en el mensaje si fue el doctor Núñez Portuondo, comunicó a los familiares que el ex dictador estaba muerto y podían ver su cadáver.
Afirmé hace pocas semanas, en el popular programa del canal Tele Rebelde que conduce Reynaldo Taladrid, que fue después de la muerte del brigadier general Rafael Salas Cañizares, en los sucesos de la embajada de Haití, en 1956, que Fulgencio Batista comenzó a recibir el dinero que provenía del juego y las apuestas clandestinas e ilegales.
Como no pocos cubanos llevan dentro un historiador, además de un médico y un pelotero, no tardaron en aparecer las opiniones discrepantes. Al menos, ponían en duda que un hombre como Batista se dejara meter el pie por su jefe de Policía.
El teniente Salas había tenido una participación destacadísima en el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, al asegurarle a Batista las perseguidoras que lo escoltaron desde su finca Kuquine, en Arroyo Arenas, hasta el campamento de Columbia y la logística de las comunicaciones. Luego tomó la sede del Congreso de la República y ocupó las radioemisoras. Ese mismo día, parece que sin contar con nadie, el voluminoso teniente se puso los grados de coronel y asumió el mando de la Policía Nacional, y en mayo del mismo año Batista lo ascendía a brigadier general.
Encuentro datos que avalan mi afirmación en un libro recién publicado en Miami. Su autor es el periodista colombiano Gabriel E. Taborda y se titula Palabras esperadas; Memorias de Francisco H. Tabernilla Palmero.
Para los que no lo conocen o no lo recuerdan, se trata del general Silito Tabernilla, jefe del Regimiento Mixto de Tanques 10 de Marzo, con sede en Columbia, y jefe de la Oficina Militar del Presidente de la República en la Ciudad Militar. Con anterioridad a su paso a los tanques, tuvo el mando, en el mismo campamento, de la División de Infantería; algo así como el pollo del arroz con pollo en el Ejército de la época, porque era en esa División, y no en el Estado Mayor, donde radicaba la fuerza verdadera. Los Tabernilla eran todo un clan. Su padre, a quien apodaban el Viejo Pancho, era el jefe del Ejército. Su hermano Carlos, el jefe de la Aviación. Otro hermano, Marcelo, piloto de guerra. El tío era nada menos que Río Chaviano, el carnicero del Moncada... Alguien por tanto muy cercano a Batista este Silito, que 50 años después del derrumbe de la dictadura y con 90 años de vida, pretende, en sus memorias, limpiar la imagen del Ejército de Cuba, «injustamente calumniado y denigrado», dice. En su opinión, toda la culpa del triunfo de la Revolución la tuvo el totí, es decir, Batista.
¿Qué dice acerca de Salas Cañizares, su relación con el dictador y el dinero del juego?
Después del golpe del 10 de marzo, Batista casi nunca hablaba directamente con Salas Cañizares, sino a través de un ayudante. Casi siempre las órdenes de Batista le eran transmitidas por un intermediario ya que, inexplicablemente, no quería jamás confrontarlo. No sé si era miedo, respeto o alguna razón oculta, pero lo cierto es que no le hablaba directamente, asegura Tabernilla Palmero. Recuerda el frío comentario del dictador al enterarse de que Salas había sido gravemente herido luego de violar la extraterritorialidad de una embajada: «Él se lo buscó».
Añade que después de su muerte, Batista le pidió al nuevo jefe de la Policía que le investigara la operación del juego que controlaba Salas Cañizares. Cuando tuvo el reporte en sus manos comentó, asombrado, que recibía alrededor de 730 000 pesos mensuales, una verdadera fortuna, por concepto del juego y las apuestas. Ese dinero a partir de ahí comenzó a entrar en las arcas personales de Batista.
Expresa Tabernilla Palmero en su libro que situado como estaba en la Oficina Militar del Presidente, no podía enterarse del monto de todos sus negocios, que llevaban sus testaferros Andrés Domingo Morales del Castillo y Manuel Pérez Benitoa. Pero da por seguro que el dictador intervenía directamente en la concesión de las Obras Públicas. Imponía a los contratistas una multa de hasta el 35 por ciento sobre el valor total del contrato. Llegaban los contratistas al despacho presidencial con una maleta llena de dinero y salían con la maleta vacía y hasta sin maleta. Batista era un ladrón desorejado.