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La arrogancia es uno de los peores males del imperio, porque no le permite ver más allá de sus narices. Si las cosas no se hacen a su hechura y semejanza —la que por cierto deja mucho que desear—, pues simplemente le pega un sambenito a cualquiera que no entre en su carril. Y las etiquetas suelen ser muchas, algunas de ellas extremadamente peligrosas: «enemigo», «terrorista», «protector de terroristas», «propiciador del narcotráfico», «violador de los derechos humanos», y siga usted contando…
Gil Kerlikowske, el llamado «zar antidrogas», la máxima autoridad del equipo gubernamental de Barack Obama en la lucha contra el flagelo que constituye negocio rector en Estados Unidos —por cierto, principal país consumidor del planeta y en igual categoría como productor de drogas sintéticas y otras—, ha hecho declaraciones que se enmarcan perfectamente en esa visión tan estrecha del mundo, con su dosis de mala intención.
En una entrevista publicada este domingo en el diario colombiano El Tiempo abordó el tema de la situación en el continente y mientras alababa a México por sus avances, respondía a preguntas nada ingenuas del periodista sobre Venezuela.
Con respuestas supuestamente ambiguas, no concedió el más mínimo reconocimiento al esfuerzo y los avances demostrables de la lucha del Estado bolivariano contra la droga y el narcotráfico. Así, un combate policiaco preventivo que interesa a todo el planeta y debiera ser prioridad cierta para EE.UU., lo pasan por el tamiz de unas relaciones tensas entre Washington y Caracas, provocadas por la constante injerencia estadounidense en los asuntos internos de un país que se les fue de entre las manos junto con sus riquezas petroleras, y también se lleva, con su influencia de soberanía e independencia, la dominación que pretendió en su momento con los llamados tratados de libre comercio.
«EE.UU. critica mucho a Venezuela por su falta de cooperación en la lucha contra las drogas. ¿Ve cambios en esa dinámica?» «Las cosas siguen complicadas. Pero mejor que sea el Departamento de Estado el que responda», decían la primera pregunta y respuesta.
«¿Pero cuál es el riesgo que ustedes ven? ¿Que se convierta en una narcodemocracia?», insistió el periodista de El Tiempo, que obtuvo esta respuesta de mister Gil: «No es inapropiado decir que, independientemente del país que se hable, los narcotraficantes se suelen mover en directa relación con la cantidad de recursos que se dediquen en un país para combatirlos».
Así dejaba flotando en el aire esa posibilidad para Venezuela, que ha rechazado la presencia en su territorio de las unidades y bases de la DEA (el departamento estadounidense antidroga) desde 2005, al acusar a sus agentes de actuar como cualquier otro grupo de narcotraficantes, y de labores de espionaje político.
Se trata de uno más de los temas de propaganda negra para hacer parecer como execrables al presidente Hugo Chávez y a Venezuela. Esto dio pie a que la prensa de oposición tuviera por donde titular para exacerbar las preocupaciones a lo interno y sustentar la campaña internacional contra un país en Revolución: «EE.UU. advierte “complicación” en lucha antidroga con Venezuela», publicó El Universal.
Pero la realidad es una, durante el año 2010, por ejemplo, Venezuela extraditó a EE.UU. a connotados capos narcotraficantes que estaban en las listas de los más buscados de la Interpol, al punto de que el presidente de la Asamblea General de la ONU, Alí Abdessalam Treki, de visita en Caracas en junio pasado como parte de una gira por Latinoamérica, destacó el papel de Venezuela en la lucha contra el narcotráfico y su buenos resultados. Las fuerzas antinarcóticos de este país han decomisado toneladas de drogas y desmantelado bandas, pero resulta difícil para el imperio admitirlo, porque sería despojarse de uno de sus «argumentos» para tener permanentemente a la Revolución Bolivariana y a su líder en la mira. Como se dice aquí popularmente, estas son «las basuras del imperio».