Inter-nos
Ando por el refranero popular, tan sabio como tan franco, y escojo:«Haz lo que yo digo, no lo que hago». Califica lo que no en pocas ocasiones sucede con el decir y el actuar del imperio washingtoniano. Ahora mismo se conoció que Estados Unidos está utilizando una fábrica de armas nucleares de Gran Bretaña para su programa nuclear. La información la trajo el diario londinense The Guardian, cuyos periodistas aseguraban que habían visto la evidencia y el Ministro de Defensa admitió esos trabajos.
En el Establecimiento de Armamentos Atómicos de Aldermaston, en la región de Berkshire, llevan a cabo investigaciones conjuntas secretas sobre cabezas atómicas y, por supuesto, están violando el tratado de no proliferación nuclear, bajo el pretexto de que son estudios o experimentos «muy valiosos», realizados con «el almacén de cabezas nucleares existentes y el rango de opciones de reemplazo que pudiera ser ventajoso», como declaró el Ministro.
El acuerdo no-público le ha creado una situación política nada halagüeña al gobierno del primer ministro Gordon Brown, pues la oposición —nada perezosa— llamó a una indagatoria parlamentaria sobre el tema Aldermaston que —como asegura The Guardian— no solo transgredió los acuerdos internacionales, también mina la posibilidad de un programa independiente británico y, al mismo tiempo son los contribuyentes del socio europeo quienes subsidian al programa nuclear estadounidense. Simple: el rollo está formado.
Y ya ven, otra promesa electoral del presidente Barack Obama choca con las decisiones del Pentágono. La semana pasada hablábamos de la reticencia de los altos mandos a planificar una retirada de las tropas de combate de Iraq en el plazo de 16 meses y la existencia de una campaña en los medios contra la política militar del demócrata, llevada a cabo por generales y otros oficiales en retiro desde su calidad de «expertos».
Obama ha dicho que desea «detener el desarrollo de nuevas armas nucleares» y el secretario de Defensa, Robert Gates, y los influyentes jefes militares aderezan el peligroso pastel con el argumento de que los arsenales de EE.UU. deben ser mejorados, modernizados, y eso no significa que sean «nuevas» armas.
El Guardian cita a Nick Harvey, vocero de defensa de los Demócratas Liberales: «Todo este acuerdo hecho en el cuarto de atrás, entre el humo y la política de espejos, es totalmente inaceptable, el gobierno debe abrir las cuentas de Aldermaston a un escrutinio parlamentario total».
Las revelaciones del periódico están basadas en una entrevista que se le hiciera por los tanques pensantes Chatham House y Centro de Estudios Estratégicos a John Harvey, director de política y planificación de la Administración Nacional de Seguridad Nuclear de Estados Unidos. El hombre se refirió a los experimentos de «doble eje hidrodinámico» para replicar las condiciones dentro de una cabeza nuclear al momento de la explosión, y sobre las cuales Gran Bretaña tiene capacidades de las que carece Estados Unidos y considera «muy valiosas». Harvey también habló del nivel de cooperación anglo-estadounidense en una nueva generación de cabezas nucleares, conocida como Reliable Replacement Warhead (RRW).
Hay una burla doble, triple, cuádruple, o potenciada, por parte del Pentágono: violan impunemente acuerdos internacionales, traspasan los límites o restricciones establecidos en su propia casa y los controles y presupuestos aprobados por el Congreso, mientras se rasgan las vestiduras y arremeten contra los programas nucleares de Irán y la República Popular Democrática de Corea —fundamentalmente— acusándolos farisaicamente de ser un peligro para el planeta.
¿Fue Robert Gates escogido libremente por Obama o cedió a presiones para mantener el cordón umbilical con la administración bushiana que cree que los arsenales norteamericanos necesitan ser operativos para detener a los que llamaron «rogue states» y acusaron de poseer armas de destrucción masiva o WMD? Una u otra respuesta o alternativa son iguales de preocupantes, pues con Gates a cargo de la defensa dejan intacto el poderío de los más halcones.
Cuando en el año 2003 el Pentágono del dúo Bush-Cheney pidió al Congreso que levantará la prohibición de fabricar y tener las mini-nuke o pequeñas cabezas nucleares, se dijo que esa proscripción «afectaba negativamente los esfuerzos del gobierno de EE.UU. de apoyar la estrategia nacional de contener las WMD, y cortaba los esfuerzos que podían fortalecer nuestra habilidad de detener o responder a amenazas nuevas o emergentes».
Por estos días, Dick Cheney ha dicho en su primera entrevista pública como ex vicepresidente, en la revista Politico, que existe una «alta probabilidad» de que grupos terroristas lancen un ataque biológico o nuclear contra Estados Unidos. Cheney echó los miedos al viento y presionó duró cuando dijo que la ejecución de un ataque de este tipo «depende de saber si mantenemos o no la política que nos permitió hacer fracasar todos los intentos de atentados a gran escala contra Estados Unidos desde el 11 de septiembre». Lo que para él significa mantener las guerras actuales y hacer otras sin titubeos, si fuera preciso.
Así se insertó como pieza clave en la campaña del complejo militar-industrial contra cualquier presunto diálogo por parte de Obama.
Entonces, ¿dónde está realmente el peligro? ¿Quiénes son los verdaderos señores de la guerra? ¿Serán juzgados algún día por los tribunales internacionales o por los grandes medios y una opinión pública mundial alertada por estos, o seguirá guardándose el silencio de los cómplices y los corderos?