Acuse de recibo
Cansado de respuestas negativas, de no se puede, Lorenzo Cabrera Guirola ruega que alguien con suficiente autoridad pública y la sensibilidad requerida, se detenga ante su caso, allí en Monte 917, apartamento 5, entre Pila y Matadero, en el municipio capitalino de Cerro.
Él cuenta que vive con su hija de nueve años, de la cual tiene su custodia legal hace tiempo, por abusos y maltratos de la madre. Él trabaja de chapeador de áreas verdes y percibe un salario de 480 pesos. No tiene ninguna otra entrada.
El gran problema es que no tienen refrigerador y están pasando mucho trabajo. Los alimentos se les echan a perder. Tiene que enviar a la niña a la escuela con un pomo de agua al tiempo. «Es duro para mí —afirma—, pues tengo que comprar hielo, y a veces es imposible».
El padre ha ido a Asistencia Social de Cerro para que le ayuden con lo del refrigerador, y le dicen que no es posible. Según explica ha recurrido al Consejo de la Administración Municipal, al Comité Municipal del Partido. Ha escrito a las autoridades a nivel provincial y nacional, y nada ha podido resolver.
Lorenzo no está pidiendo que le regalen el refrigerador, sino que le faciliten un crédito, mediante el cual le descuenten una cantidad mensual de su salario, para poder disfrutar de ese electrodoméstico, que es una necesidad y no un lujo en este país.
La concesión de créditos a largo plazo y con bajo interés puede ser una alternativa esperanzadora para solucionar problemas de este tipo a personas que laboran y tienen una situación muy vulnerable.
Desde el batey Cayo Bejuco, en Cascajal, Santo Domingo, provincia de Villa Clara, Marlenis Blanco Ramírez plantea una inquietud que es la de otros pobladores de ese territorio.
Refiere que hace varios meses el correo de Cascajal no tiene balanza para pesar los bultos postales que arriban. Y ahora, quien recibe un paquete, tiene que trasladarse hasta Santo Domingo. Y eso no es fácil; hay que dar el viaje de ida y vuelta en máquina, con los gastos que ello implica.
«Pienso que a esto deben darle solución, porque no hay cuerpo que lo resista», manifiesta Marlenis. Y no le falta razón: Cuántas molestias les disiparía a los lugareños la instalación de una pesa en su correo. Sería el servicio en función de los clientes y no los clientes en función de quienes prestan el servicio.
Rafael Rodríguez Ramos (Figueredo 639, entre Línea y Carlos Machado, reparto Iser, Bayamo) cuenta que, como consecuencia de padecer de colesterol muy alto recibe una dieta mensual de seis libras de pescado (chicharro) y leche fresca cada seis días.
Pero de esas seis libras de pescado solo recibe lo correcto una vez en los seis meses de duración de la dieta. Y en los restantes cinco meses dan picadillo o filete de claria.
«Ya que dan eso, ¿por qué no venden las seis libras que corresponden? Reparten solamente un paquete de dos libras. Yo quiero saber por qué no dan tres paquetes, que harían las seis libras que corresponden.
«De contra que no dan lo indicado, tampoco lo dan completo. Si hay para vender liberado, ¿por qué no hay para las dietas médicas?
«Entiendo todas las carencias que existen en nuestro país, pero esto no. Y sé que los casilleros no tienen nada que ver con esto. Ellos venden lo que les distribuyen», concluye Rafael.
No es la primera vez que irrumpen aquí quejas de irregularidades con las dietas alimentarias de los enfermos, algo que es sagrado y se debe cumplir al pie de la letra. No se puede someter «a dieta» la dieta que está ya prescrita.