Acuse de recibo
El pasado 25 de julio, con el título La enseñanza de Meñique no triunfó en el Yara, Luis Gómez narraba lo sufrido junto a su pequeña hija y esposa el 20 de ese mes, para ver en premiere el filme cubano homónimo en el cine Yara, de la capital.
Por asuntos de espacio, iré a lo esencial: él contaba que al llegar a las 10:00 a.m. a hacer la cola, estaba a 20 o 25 metros de la taquilla. Y cuando empezaron a vender las entradas para la función de las 12:30 p.m., en una cola en que solo diez personas iban delante de su familia, un trabajador del Yara anunció que se habían agotado las capacidades, y ya no se venderían otras hasta las 3:00 p.m.
Para Luis, era inaudito que en tan poco tiempo la sala se hubiera llenado. Y contaba que el administrador del cine le respondió que había personas colándose por la entrada lateral, algo que no podían controlar.
Luis habló con el Director de la sala y solicitó que entonces vendieran ya las entradas para la función de las 3:00 p.m. Y el Director le dijo que no podía hacer eso. Luis insistió en conocer el por qué, y aquel le dijo que «por razones de seguridad».
Para Luis —y así lo expresó— la realidad era que se habían agotado las capacidades porque había revendedores de entradas, justo alrededor de la puerta del cine, que las ofertaban a un CUC. «Y las personas que las compraban entraban justo por el otro lado, ante las narices del resto», refería.
El lector fustigaba a los revendedores, y decía también que los responsables del cine debían garantizar que un acontecimiento cultural de tal magnitud para los niños se convirtiera en goce y disfrute, en crecimiento espiritual.
Al respecto, responde Jorge Luis Domínguez, director p.s.r. del Proyecto 23 del Icaic, que leyó la queja con asombro, pues él estaba presente en el Yara ese día desde las 12:30 p.m. hasta las 2:30 p.m., y había cola desde antes de las 8:00 a.m.
En cuanto a que el cine no se podía haber llenado en tan poco tiempo, precisa que sí, estaba repleto, e incluso sentaron espectadores en los pasos de escaleras, tratando de asimilar la mayor cantidad posible. Confirma también lo dicho por el administrador de que se habían agotado las entradas para la función de las 12:30 p.m.
Acerca de que había personas colándose por la puerta lateral, apunta que «suena muy ilógico que el mismo administrador se eche tierra encima; aunque, de todas maneras, estamos revisando esa situación a fin de esclarecerla».
Explica que la venta de entradas no se hace con antelación, pues las funciones son corridas. Y si se produce alguna interrupción, sería engorroso devolver el dinero a tantas personas que aguardan fuera del cine; a más de que, a quienes están dentro, se les da un tique de emergencia para acudir en otra función.
Afirma que no está en sus manos evitar la reventa de tiques. «Si una persona hace la cola y compra cuatro de ellos y luego los revende, eso no lo podemos controlar». Aun así, informa que se han tomado medidas de control sobre la cantidad a vender por persona, y lograr mayor coordinación con la Policía y los órganos de inspección gubernamentales, para enfrentar tales problemas.
Precisa que visitaron a Luis en su domicilio y le dieron las referidas explicaciones, y considera que el encuentro fue útil para ambas partes. E informa que hasta el 10 de agosto habían presenciado el filme en dicha sala de cine 44 660 espectadores. «Viendo esos resultados, considero que la enseñanza de Meñique está triunfando en el Yara», concluye.
Por estos días en que los revendedores hacen su agosto impunemente, acaparando entradas de teatros para luego especular con ellas, aparecen en algunos sitios curiosas disposiciones.
Yován Gómez (calle Belascoaín No. 357, entre San José y San Rafael, Centro Habana) cuenta que en días pasados fue al teatro Karl Marx a comprar unas entradas para un espectáculo de homenaje a los Van Van en esa gran institución cultural, y la empleada del ventanillo le comunicó que, para poder adquirirlas, debía traer una carta de solicitud de su centro laboral, firmada por el Director y el Sindicato. Que así sería para todas las funciones de ese coliseo.
«Al recibir esa noticia —señala—, mi mente quedó en blanco. La taquillera me preguntó si me había quedado mudo. No entendí ni papa. Ahora me pregunto: ¿Y las personas jubiladas, las amas de casa, el que desee ver un espectáculo, no importa quién sea y qué haga? ¿Dónde consigue su “carta”? La persona que me atendió me respondió: “Nada, se queda sin ver el espectáculo…”».