Acuse de recibo
Las palabras de orden debían ser abrir y fundar, porque cada vez que algo se cierra o se suspende definitivamente, es como si nos segaran la esperanza o nos ahogaran en la frustración. Y si ese algo es una instalación para la sana práctica del deporte de niños y adolescentes, entonces duele mucho más.
Odalys Uffo Reinosa escribe representando el sentir de madres y padres de niños que practican deportes acuáticos en la Academia Provincial de Natación de Mayabeque, sita en el Complejo Deportivo Nelson Fernández, de San José de las Lajas.
Todo indica que se malograrán esos posibles futuros campeones, pues ya se ha comunicado que terminará allí para siempre la práctica de la natación, el polo acuático y el nado sincronizado. ¿La razón? El cese definitivo de la entrega del cloro para esa provincia.
La infausta noticia les llegó a solo un mes de la competencia internacional Marcelo Salado, para la cual los pequeños venían preparándose durante un año.
«Esto implica que ha sido en vano todo el esfuerzo realizado por entrenadores y padres —explica Odalys—, pero sobre todo por los niños. Y en un momento en que, si bien han sido modestos los resultados de ellos desde la reapertura de la piscina hace tres años, ya hoy exhiben marcas alentadoras a nivel nacional en las categorías escolares, con varios niños medallistas y otros ubicados entre los ocho primeros del país».
Lo que, por contraste, preocupa a esos padres y madres es que la situación del cloro no sea equitativa para otras provincias: se ha decidido cerrar la piscina de Mayabeque, y en La Habana siguen funcionando más de una, aun con resultados inferiores.
Ellos manifiestan su insatisfacción con las respuestas que les dieron las direcciones de Deporte en el municipio y la provincia. Y albergan la esperanza de que, por el cloro, no se malogre la carrera deportiva de sus hijos.
Con tristeza escribe Joel Hernández desde Avenida 101, No. 2 805, en el reparto Las Brisas, del municipio capitalino de Cotorro. Y la nostalgia se explica porque, cuando era un niño de nueve años, en el peor momento del período especial, practicaba judo en las instalaciones deportivas Antillana de Acero. Y nunca faltaron equipos, maestros y atención de las autoridades correspondientes.
Pero luego de años en esa práctica sufrió una lesión y dos intervenciones quirúrgicas en una rodilla, que lo mantuvieron alejado del deporte. Más tarde, los estudios… Ahora, 12 años después, planeó retornar a la lona en el Karate-Do, que se imparte en las instalaciones deportivas de El Palmar, en su reparto.
Y se topó con el cierre. El sensei (maestro) le contó sus penas: es obrero de Antillana de Acero, y sus días libres los dedica a impartir ese deporte marcial. Aunque es una persona mayor, energías le sobran para dar sus clases.
Joel recorrió visualmente a su alrededor y constató que el esfuerzo del sensei es mucho más grande de lo que él pensaba: el tatami ha recibido escasos mantenimientos. Las sogas han ido rompiéndose. No hay un equipo de pesas. Y una sola luz alumbra todo el Dojo, lo cual hace imposible la práctica cuando comienza a caer la tarde.
Las autoridades de las instalaciones deportivas, agrega Joel, invirtieron el capital del 2013 en las áreas de fútbol, baloncesto y de ejercicios públicos; pero el pequeño Dojo parece olvidado, a pesar de ser el sitio donde practican muchos niños.
«El Karate-Do es un deporte de fuerza, disciplina y mentalidad de acero», advierte Joel, y augura que su sensei no va a inclinar la cabeza de nuevo y solicitar otra ayuda. Pero alberga la esperanza de que, algún día, se derribe la frustración sobre el tatami, y el Dojo tenga al menos dos luces más, cuatro sogas y un buen camino por delante. Lo merece el incansable sensei que allí se resiste a abandonar su magisterio.