Acuse de recibo
Las construcciones, ya lo sabemos, marcan con su fuerza simbólica a generaciones humanas. Lo que se edificó y dio cobija o placer a muchos, seguirá formando parte de la memoria afectiva, aunque materialmente se destruya. Pero duele ver esas destrucciones, mas cuando pudieran existir opciones para recuperar.
La meditación me la provoca la carta del habanero Lawrence A. Cunnigham Ferguson (calle Ronda del Sur No. 60, entre Pasaje Hatuey y Fortuna, Alturas del Rosario, Güinera, Arroyo Naranjo), quien no se resigna a que la base de campismo Puerto Escondido, en el litoral norte de la capital, se deteriore como él considera.
«Es un crimen ver las condiciones en las que se encuentra ahora, se duele el remitente. Soy fundador del Campismo Popular (…), cuando era con casas de campaña, y en algunas bases, como San Pedro, en Pinar del Río, comenzaban a fabricarse cabañas rústicas. Mi esposa, mis hijos y yo nunca dejamos de ir al campismo».
Lawrence no entiende por qué Puerto Escondido está, dice, tan abandonada, y añade que si bien resulta magnífico que se creen otras instalaciones y se diversifiquen los sitios de entretenimiento con los que cuenta la población, no se deben olvidar aquellos centros que fueron emblemáticos para muchos cubanos en épocas pasadas.
«Ahora el que va a Puerto Escondido pasa trabajo, y no por sus empleados, que se desviven atendiendo a los campistas y no pueden hacer más, pues son pocos los recursos que les dan para el mantenimiento. Lo digo porque lo mismo voy en verano que en invierno, y lo veo», asegura el lector.
Tras un accidente que le costó la amputación de una de sus piernas, Lawrence estuvo nuevamente en esta base con la que tiene una relación sentimental intensa. Fue en agosto de 2013 y, según cuenta, prácticamente no pudo desplazarse debido a las malezas. También observó que no hay ni una sola cabaña pensada para las personas con discapacidad, como él.
Para ejemplificar lo que narra, señala que todavía en esta instalación el baño es colectivo, condición que tal vez ya se podía haber transformado.
El veterano, de 74 años, evoca cuando Puerto Escondido fue inaugurado por Fidel como una radiante base. Por eso no se resigna a que sus aguas limpias y su entorno que se entremezcla con el bosque caminen a galope hacia el olvido.
Hace mucho tiempo que el médico de familia de su consultorio entregó a Víctor M. Cruz Vega (calle Abel Santamaría No. 20, entre Ignacio Agramonte y Camilo Cienfuegos, Martí, Camagüey) el certificado correspondiente para adquirir las sondas que necesita. Pero hace mucho tiempo, también, que el paciente no las puede adquirir en la farmacia donde hizo efectivo ese certificado.
«Exactamente el 7 de agosto de 2013 fue la última vez que las recibí. De ahí en adelante he tenido que inventar con otras de menor grosor. Las que yo uso son las No. 18», expresa el remitente. Y agrega que sin estos dispositivos se le hace muy difícil orinar: «Por eso tengo que conseguir la que me ponen y otra de reserva por si falla la puesta».
Hasta la segunda quincena de diciembre, en la que está fechada su carta, el paciente buscó con denuedo en varias instalaciones médicas y nada. Tampoco, al parecer, encontró información oportuna y variantes de solución al respecto.
«Espero que de algún modo las coloquen en las farmacias para los casos más necesitados», confía el agramontino.
Frente a cada caso como el suyo, vuelve la idea que hemos reiterado en diversas oportunidades: ¿Cuándo todas las instituciones tendrán una política comunicativa lo suficientemente abierta y eficiente para que, ante cada situación problemática, los afectados sepan los porqués y por cuántos, las posibles vías de solución y los plazos para ejecutarlas? Algún día, tal vez no lejano, habrá que sacar inventario de cuánto daño han hecho «los agujeros negros» informativos.