Acuse de recibo
El título lo aportó la propia remitente, Ester V. Valdés (Calle 24 No. 555, Vedado, La Habana) para denotar lo que ella misma considera «la plaga moderna del ruido en sus diversas variantes», esa que nos hace sufrir impunemente día, noche y madrugada.
La lectora condena la nueva variante de la agresividad sonora que han incorporado hace un tiempo por las calles de la capital ciertos choferes de ómnibus urbanos:
«Ya no les bastan las trompetas o cornetas instaladas al sistema de frenos, aditamentos que serían controlables muy fácilmente desde las terminales o paraderos, por cualquiera designado al respecto, con la simple prueba de frenar un par de veces antes de salir. ¡Qué fácil! Pues, parece que a nadie le importa.
«Ahora nos toca sufrir una nueva variante. ¿No ha observado cuán efusivos son esos choferes cuando se cruzan con sus colegas en la vía pública? Si están detenidos en una parada, o ante la luz roja, entonces allá van los cornetazos.
«Y muchas veces se incrementa ese ruido con los pitos adicionales del claxon, lo que también sucede cuando el ómnibus está en marcha. Tal parece que no se han visto o saludado en una década».
Miguel Hernández Montesino (Avenida Central No. 10807, entre 2da. y 3ra., reparto Nuevo Miraflores, Boyeros, La Habana) no comprende por qué si hay tantos barrios en la capital con dificultades en el suministro de agua, en el suyo el líquido se derrocha sin que ello parezca preocupar a la entidad responsable.
Precisa el remitente que en la calle B, entre 1ra. y Amigó, hace 22 días que una tubería de agua potable rota está vertiendo, sin que Acueducto haya hecho nada por contener tal dilapidación.
«Siendo conservadores —afirma—, pienso que allí deben derrocharse unos mil litros de agua diarios. No tengo que explicar, porque es bien conocido por todos, las grandes dificultades con el abasto de agua que tiene nuestra ciudad. Tras sufrir la indolencia e insensibilidad ante tal situación, pido apoyo para solucionarla».
Un aciago día del pasado mes de abril, la mamá de José Alberto Ramírez se cayó de las escaleras, en su casa en División No. 463, entre Maloja y Sitios, apartamento 23, segundo piso, en Centro Habana.
Fueron corriendo al consultorio médico sito en División, entre Estrella y Maloja, a buscar al Doctor Elkin Mauricio Velazco, un estudiante colombiano de últimos años de Medicina que ejerce allí, y quien ya se hace sentir como un vecino más por sus vastos conocimientos y su afabilidad y buen carácter.
Elkin corrió como si la accidentada fuera su propia madre. Por suerte, no sobrevinieron males mayores. Pero él continuó atendiendo a la señora con los días, al igual que la enfermera del consultorio. Le mandó unos exámenes y hasta le dio apoyo para que ingresara a un círculo de abuelos.
«Gracias de todo corazón al doctor Elkin Mauricio Velazco, y a nuestra enfermera. Gracias a ellos, a la encomiable labor que realizan a diario, nuestros niños, embarazadas, adultos mayores y población en general pueden gozar de salud y calidad de vida», concluye José Alberto.
Manuel Cuervo Hernández (Lacret No. 465, apto. 1, entre Destrampes y Juan Delgado, Santos Suárez, La Habana) labora como técnico de nivel medio en el laboratorio de un hospital de la capital, y no comprende por qué en su caso no se le paga años de antigüedad.
En el caso del Ministerio de Salud Pública, ese tipo de pago, por ejemplo, lo cobran el personal de enfermería e incluso las auxiliares de limpieza general. Y, sin embargo, un laboratorista, que ejerce una profesión tan importante para el diagnóstico de los pacientes, no está comprendido en ese beneficio.
Manuel no lo entiende, y solicita que el Minsap le aclare su inquietud.