Acuse de recibo
Muchos comentarios, para bien y para mal, ha traído la Feria de Carlos III, un espacio de venta de alimentos y otros productos que ya se ha hecho habitual en esa céntrica avenida de la capital.
El pasado 20 de octubre reflejé aquí la preocupación del lector Raúl Torres, acerca del impacto medioambiental que deja en esa concurrida arteria la feria de cada fin de semana, para los vecinos que residen a lo largo de ella. Raúl denunciaba que cada lunes amanece la hermosa avenida coloreada de tierra roja, llena de desperdicios y de olores desagradables.
Al respecto, responde Milagros de la C. Perera, especialista de Atención a la Población de la Empresa de Recogida de Desechos Sólidos Aurora, de Plaza de la Revolución, quien confirma, en nombre de los trabajadores de esa entidad, que existe gran indisciplina social, tanto de la población, como de los vendedores.
Recalca Milagros que estos últimos indiscriminadamente desechan gran cantidad de basura aún después de haberse limpiado las áreas. «Nada justifica que nuestras calles y avenidas se encuentren sucias», enfatiza.
Precisa que están intensificando aún más el trabajo de recogida y limpieza. Las pipas de agua están en función de ese empeño, junto a los limpiadores de calles llamados barrenderos y saneadores.
Agradezco la respuesta de quienes al final deben higienizar los resultados de la Feria. Haría falta que los responsables de la misma expliquen aquí por qué ese importante espacio comercial ha devenido inventario de la suciedad y el desaliño, y por qué el haber tomado ese largo tramo de tan hermosa e importante avenida de la capital para una feria que desata las molestias de los vecinos.
El pasado 22 de septiembre reflejé aquí la queja de la capitalina Dinorah Coffat, licenciada en Tecnología de la Salud en la especialidad de Laboratorio Clínico que retornó a Cuba luego de una misión de tres años y medio en Venezuela.
En el país sudamericano, Dinorah realizó en marzo de 2008 su ejercicio docente para optar por la categoría de instructor. Y su expediente aún no había llegado a Cuba, por lo cual era imposible el pago correspondiente a esa calificación docente.
En la Facultad Calixto García no habían podido darle una respuesta; y mientras tanto, no podía cobrar la categoría ni tenía el requisito para impartir clases.
Al respecto, responde el doctor Roberto González Martín, viceministro de Salud Pública, que se contactó con los compañeros de la Coordinación Docente en Venezuela, quienes les informaron que el expediente ya se encontraba en Caracas, listo para su próximo envío a Cuba.
Acto seguido, informa que «los expedientes académicos de los colaboradores que cumplieron misión en Venezuela, y que ya se encuentran en Cuba, fueron despachados por los compañeros de la Coordinación Docente en la Secretaría general de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana».
Y señala que Dinorah debe dirigirse, al efecto, a la Facultad de Ciencias Médicas a la cual pertenece.
Agradezco la respuesta del Viceministro, y solo me queda apuntar que no es la primera vez que el asunto de los expedientes académicos de los colaboradores de la Salud en Venezuela aparece en esta sección, por la morosidad manifiesta en sus envíos a Cuba. Y no se explica en la respuesta las causas del problema.
Precisamente, uno de los caballos de batalla de esta columna durante años ha sido el insistir en la importancia de la calidad y profundidad de las respuestas. No es solo saber que se enmendó el entuerto, a propósito de una denuncia, si no también las causas de por qué subyace el asunto, y qué impide que las cosas se resuelvan a tiempo.
En suma, ¿por qué demoran en llegar los expedientes?