Acuse de recibo
Los nietos —dicen abuelas y abuelos— se llegan a amar doblemente, pues se quieren por ellos mismos y por lo que llevan de sus padres, es decir, de los hijos. La capitalina Emma Rodríguez Jorcano (Calle 309, No. 6804, entre 68 y 70, Rpto. El Globo, Calabazar, Boyeros), con ese afecto multiplicado, nos cuenta hoy la historia de su nietecita.
Resulta que la niña, llamada Isabel de la Caridad, nació hace siete años con una enfermedad de rara aparición denominada Arcogriposis Congénita. Explica Emma que el padecimiento consiste en una deformación de los miembros superiores e inferiores y que la pequeña fue operada varias veces en distintos centros hospitalarios sin que se lograran resultados.
«Un buen día decidimos llevarla al hospital Frank País y el radiante sol iluminó nuestras vidas y la de Isabelita. Después de complejas intervenciones quirúrgicas, nuestra niña comenzó a caminar y a realizar sus actividades en la escuela primaria Antonio Peraza, de la enseñanza general… Allí culminó su primer grado satisfactoriamente, gracias a los trabajos de este centro y en especial a sus maestros y auxiliares pedagógicas», narra la remitente.
Y Emma no puede quedarse sin reconocer a los profesionales que en el Frank País libran cada día batallas contra la enfermedad, armados «con una coraza de humanismo, profesionalidad y profunda sabiduría…».
Particularmente quiere destacar la lectora la atención de los médicos Luis Oscar, Ana María, Fleitas, Iván y Lachy, el anestesista. Con ellos, la familia toda estará en deuda de afecto.
Hay casos tan singulares que recaban de las instituciones un análisis muy puntual con vistas a su solución. Uno de ellos puede ser este cuyos detalles ofrece Karel Aguilar Magariño, vecino de la avenida Pedro Martínez Rojas, edificio E-14, apto. 17, en la bella localidad holguinera de Gibara.
Karel tiene un único hijo, «quien a los siete años de edad fue llevado por su madre, con mi previa autorización, a vivir a Austria. El niño nunca se sintió a gusto allí por muchas razones, por lo que al cumplir los 11 años la madre decidió enviarlo conmigo por decisión del menor, para que se quedara definitivamente bajo mi cuidado y custodia».
El niño llegó a Cuba a inicios de julio del 2009, y entonces el padre inició las diligencias para legalizar su situación. «En Inmigración me entregaron documentos para la Oficoda y para confeccionar su Tarjeta de Menor», y le explicaron que posee todos los derechos y podía incorporarse a estudiar en el curso escolar que iniciaba en septiembre de 2009.
«Fue aquí donde comenzaron los tropiezos que he enfrentado hasta la fecha. Cuando visité la Dirección Municipal de Educación en Gibara, me informaron que el niño debía ser sometido a un examen para determinar su situación académica —él cursó en Austria hasta el 6to. grado—; y que esta prueba tenía que ser a nivel del Ministerio de Educación (MINED), en la capital…».
Con la solicitud de que el niño examinara en Holguín, «posteriormente visité la Dirección Provincial de Educación —allí obtuvo similar respuesta— y tuve la posibilidad de preguntarle sobre el particular a una funcionaria del MINED que visitó Gibara, quien me dijo que eso era lo establecido…».
Karel está ante el dilema de que comenzó otro curso escolar y su hijo tampoco pudo empezar en la escuela. «No cuento con las posibilidades económicas ni tengo dónde hospedarnos en la capital para resolver este asunto, cuya solución quizá me llevaría más de dos o tres días».
El papá no comprende por qué el examen no puede realizarse en el territorio. Y más allá de la lógica de descentralizar esta prueba y evitarle gastos innecesarios a las familias, mira a su alrededor y se pregunta si para ello no servirían maestros con una elevada calificación que viven allí. Vale la pena pensar en ello, ¿no?