Acuse de recibo
Una propuesta muy interesante para vindicar el bolsillo y la dignidad del consumidor envía Andrés Taylor (Calle 240, Edificio 34, apto. 26, entre 33 y 35 C, reparto San Agustín, La Lisa, Ciudad de La Habana), ingeniero en Automatización, jubilado ya del Centro de Investigaciones Metalúrgicas.
Taylor está muy sensibilizado con las constantes violaciones de normas en el despacho de productos a granel de la canasta básica en bodegas y mercados, tales como arroz, azúcar, frijoles y galletas. Favorecida por el deficiente estado de las balanzas, y empeorada por ciertos empleados que buscan sus ganancias en el río revuelto del granel, aún pervive esta forma de despacho medieval.
El ingeniero aclara que no descubre el agua tibia, pues el preempaque es una práctica universal consolidada; pero al menos, las experiencias en el comercio normado del café, la sal, los espaguetis, fideos y leche en polvo, muestran que se reduce el margen de desvíos y sustracciones.
Él sabe que el país no está en condiciones de invertir en esta técnica. Pero al menos pueden iniciarse experimentos locales en determinados consejos populares, que podrían ser modestas alternativas de empleo: selladoras manuales que requerirían rollos, bobinas o sobres de nailon (polipropileno), una infraestructura de mesas de trabajo, balanzas verificadas y recipientes aforados.
Enumera las ventajas potenciales: eliminaría la inexactitud del pesaje y el desvío de esos alimentos, agilizaría el despacho, le ahorraría al cliente llevar bolsas o jabas y facilitaría la reclamación, pues el comprador recibe el producto en un envase sellado.
Y basa su propuesta en el resultado que tiene una selladora manual de la cooperativa de créditos y servicios Orlando López, en El Cano, La Lisa, que vende sus productos, incluso líquidos, envasados en nailon. La máquina fue posible gracias a la colaboración del propio Taylor.
Como referencia también cita la iniciativa que tuvo en los años 70 el entonces administrador del supermercado Eklo, en 41 y 42, en el municipio capitalino de Playa, con selladoras manuales que preempacaban los productos. Fueron tales los resultados que el Ministerio de Comercio Interior entonces felicitó a ese administrador, y tomó su experiencia para generalizarla.
La otra revelación que hace Taylor: aquel administrador, ya jubilado, está hoy en perfecto estado de salud, y puede ser muy útil.
Más claro ni el agua: Taylor quisiera que el Ministerio de Comercio Interior se interesara en su propuesta, que podría someterse a experimentación a determinada escala. Lo más fácil sería desconocerla y argüir los imposibles. Lo más inteligente, sopesar cuánto beneficiaría a los consumidores, y de qué manera sellaría esas heridas que se le hacen a la economía nacional.
Francisco Reyes (Calle 7ma. No. 436, esquina a Madrigal, Florida, Camagüey) viaja frecuentemente a la capital de esa provincia por razones de trabajo, y denuncia una de esas pequeñas barbaridades que complican la vida a la gente.
La Terminal Ferro-ómnibus, de la ciudad de Camagüey, está en remodelación hace meses. De sus dos salones para viajeros, primero desarmaron uno para arreglarlo: tiene los asientos interiores apilados y los bancos exteriores de concreto fueron demolidos. Y ahora, sin haber concluido el primer salón, desarmaron el otro. Resultado: no hay donde sentarse.
Francisco cuestiona: «¿Por qué no se previó esto, y desarmaron el segundo sin haber concluido el primero y los bancos exteriores? Al final somos nosotros, los viajeros, los perjudicados. Tenemos que estar de pie».
A veces, uno sospecha que quienes obran de esa absurda manera han extraviado el sentido de que el ciudadano es, al final, lo único que debiera importar, el sentido de cualquier entidad pública. Lo otro es hacer las cosas por hacerlas, sin delicadeza ni respeto.