Acuse de recibo
Aquí mismo, unos meses atrás, reflejé los elogios del lector Julio César García acerca del restaurante La Luz, en La Habana Vieja, una iniciativa de Habaguanex para que, entre tanta gastronomía en divisas, usted pudiera almorzar dignamente sin los CUC, módicamente con pesos. Y con una atención esmerada.
Pero ahora llega el alerta de Ziomara Zaldívar (Ríos 16, entre Rosalina y Las Palmas, Reparto Corralito, Guanabacoa, Ciudad de La Habana): Ella palpa «un franco deterioro en la cantidad y calidad de las raciones: de piezas de un cuarto de pollo —conocidas como muslo y contramuslo— a piececitas de un octavo de hueso, prácticamente».
El pasado 8 de diciembre, Ziomara y su esposo llegaron a La Luz, como de costumbre, a las 11:30 de la mañana, para almorzar. Y tras una larga espera, intuyeron que algo andaba mal. Eran las 12:00 m, hora de apertura, y no había señal alguna de actividad.
Allí estaban, inquietos, los miembros del Círculo de Abuelos Amor y Vida, de Luyanó, que tenían reservación, y por ello prioridad en la cola. Fue a las 12 y 40 que un joven, quien se identificó como capitán de salón —con un pulóver rojo y sin el uniforme correspondiente—, les informó que por problemas con el servicio de gas, los frijoles negros no se habían podido cocinar.
Y dijo más: Hubo atraso con el abastecimiento del pollo, que estaba aún congelado. Y los trabajadores de la cocina no podían herirse con los cuchillos, tratando de separar las piezas. El almuerzo se retrasó para las 2:30-3:00 p.m. Hubo cambios en el menú y precios: serían piezas de pollo frito Pío Pío, arroz blanco y papa hervida, sin frijoles negros ni postre. Valor: 11 pesos.
Decidieron esperar. Pero comenzó un entra y sale de personas con bultos, bolsas y mochilas. Y las bolsas plásticas evidenciaban piezas de pollo congelado, «sin ningún tipo de recato ni discreción; sencillamente una burla a los presentes con pasmosa tranquilidad, sin mostrar el más mínimo respeto o consideración», dice ella.
Ya en el restaurante, les explicaron que las supuestas piezas de pollo frito Pío Pío, por ser de 197 gramos, más el resto de la combinación, sumaban el precio de 11 pesos. «Al ser servidos —refiere— constatamos que dichas piezas eran más hueso que carne: un octavo. Y el arroz muy por debajo de la norma establecida».
Zenaida es de los asiduos clientes que alumbraron su optimismo en ese restaurante. Ella considera que merecen una respuesta esclarecedora por parte de la administración del mismo. ¿Se estará apagando La Luz tan prematuramente, por efecto de contagio?
Yennys Jiménez (Acueducto 16-B, entre Capitán Ojito y Agüero, Aguada de Pasajeros, provincia de Cienfuegos), se pregunta por qué será que en las tiendas en divisas de su pueblo, hay empleadas que «se creen cosas».
«Te miran con mala cara, no saludan ni son corteses», manifiesta la lectora, y ejemplifica. Un día ella compró unos tonelitos de pintura. Y al salir, para abrir y cerrar la puerta de la tienda, tuvo que ponerlos en el piso dos veces: adentro y afuera. La portera estaba allí, pero se hacía la que no veía. Estaba por estar.
«¿Será solo en mi municipio o es generalizado?», pregunta Yennys, y acto seguido se cuestiona por qué en el Banco Popular de Ahorro de Aguada hay tres locales para cajas con todos sus equipos, y solo trabaja una. Ello aletarga el servicio, a punto de desesperar a los clientes, quienes deben resignarse a sufrir, lo mismo para cobrar una chequera, hacer una extracción o pagar un equipo por crédito. Yennys ha estado hasta tres horas en espera.
«¿Le estarán pagando solo a una cajera, la que trabaja; o a varias, aunque funcione solo una?», inquiere la lectora.