Acuse de recibo
Se acerca el inicio del curso 2009-2010, y Ana Ibis Lazo lleva días angustiada. Recorre todo tipo de comercios en la capital, en busca infructuosa de un par de zapatos para acompañar el uniforme de su hija, que comenzará el 11no. grado en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Vladimir Ilich Lenin («la Lenin» para siempre).
Ana Ibis, calle 156 número 6502, entre 65 y 67, La Lisa) vive hoy el mismo drama que el pasado año: en ese centro se exige a los alumnos llevar, junto al uniforme, zapatos cerrados negros, carmelitas o azules, en tonos muy oscuros, en sustitución de los tradicionales colegiales.
La madre, profesora universitaria, recuerda que cuando ella estudió el preuniversitario en esa misma escuela, les suministraban allí los colegiales. Ella comprende que estamos en otros tiempos, bastante complicados económicamente; pero lo que sí no entiende es que se exija un requisito que no pueda cumplirse por medio de la red de tiendas de la capital.
Tanta es la aflicción de muchas madres, que ya muchas tenderas, cuando se les acercan, preguntan consabidamente: ¿Va para la Lenin la niña?, para luego confirmarles que entre los surtidos, bastante caros y llamativos, por cierto, no aparecen prácticamente zapatos de esas características, mucho menos los colegiales (¿Qué se hicieron ellos?)
También, según Ana Ibis, se les exige a las muchachas medias blancas largas, que brillan por su ausencia en el mercado, salvo las que tienen franjas, letreros, símbolos. Les sucede lo mismo que con los zapatos, que no pueden tener adornos, remaches, ojetes ni dibujos u otros colores. Y hay que estar haciendo malabares, disfrazándolos, para que sean aceptados.
«Es completamente aberrado exigir algo que no tenemos en las tiendas», dice la madre. Y este redactor agrega: La observancia en cuanto a normativas y reglamentos, algo para aplaudir siempre, tiene que encontrar una base real para poder cumplirse. No se puede ser drástico con lo que es imposible obedecer. ¿Será esta una realidad generalizada en otros centros escolares?
El pasado 14 de julio, José Antonio Bravo (Manhattan 605, reparto Lumumba, Los Pinos, Arroyo Naranjo, Ciudad de La Habana), contaba aquí que adquirió un par de espejuelos en la óptica Flores, de Playa, y antes de los tres meses se les partió una pata.
Fue a Flores, y el técnico le informó que ni allí ni en ninguna óptica se reparan. José Antonio no concebía cómo vendían espejuelos que después no pueden arreglar. Y este redactor preguntaba: «¿Cómo si los particulares hacen esos trabajos, el Estado se declara incapaz, en un país y con un pueblo que no puede sustituir constantemente sus bienes, como en una sociedad de consumo?».
Al respecto, responde Rolando Abreu, director de la Unidad Presupuestada Provincial de Servicios Ópticos y Auditivos de Ciudad de La Habana, quien informa que se visitó al cliente, y se le explicó que, contrariamente a lo que le informó el técnico de Flores, en todas las ópticas de la capital se realizan reparaciones menores (poner patas, plaquetas, ajustes y tornillos) y en nueve de ellas se presta el servicio de reparaciones mayores, que incluyen las soldaduras.
En consecuencia, al trabajador se le aplicó una medida disciplinaria por brindar una incorrecta información; y se le hizo un señalamiento crítico al subdirector administrativo de la óptica Flores, «por violarse lo establecido en cuanto a la atención a los pacientes».
Agradezco la respuesta, y el hecho de que se hayan tomado medidas. Ojalá que hayan logrado su objetivo aleccionador, porque al final, sanciones y amonestaciones son la autopsia tardía de lo que a tiempo puede preverse, cuando se controla sistemáticamente la calidad de un servicio.