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Conmover, pensar y crear desde la escena

Dueña de una sensibilidad aguda y una ética profesional inquebrantable, Verónica Lynn ha dejado su impronta en obras que hoy forman parte del patrimonio fílmico nacional

Autor:

Félix A. Correa Álvarez

En la reciente edición del Festival Internacional del Cine Pobre de Gibara, la actriz Verónica Lynn fue reconocida con el premio Lucía de Honor, un homenaje a su extraordinaria contribución al cine cubano. Con más de siete décadas consagrada al arte dramático, Lynn ha sido testigo y protagonista de la evolución del audiovisual en la Isla, desde sus primeros pasos en el teatro hasta su consolidación como una de las grandes damas del cine. Dueña de una sensibilidad aguda y una ética profesional inquebrantable, ha dejado su impronta en obras que hoy forman parte del patrimonio fílmico nacional.

Graduada en Teatrología por el Instituto Superior de Arte, su carrera comenzó en los años 50 sobre las tablas, donde forjó las bases de una versatilidad que luego trasladó con igual intensidad a la televisión, la radio y el cine. Su debut cinematográfico llegó en 1971, bajo la dirección de Tomás Gutiérrez Alea, en Una pelea cubana contra los demonios. Desde entonces, no ha cesado de asumir personajes memorables en películas como Lejanía, La bella del Alhambra, Las noches de Constantinopla, El encanto de la luna llena y La anunciación, entre muchas otras.

Fue una de las «divas por amor» —como las llamaba Adolfo Llauradó—, de aquellas actrices que hicieron del oficio una entrega total, sin concesiones. Cofundadora del grupo teatral Trotamundos en 1989, su versatilidad la ha llevado a conquistar públicos en todos los formatos, y ha sido reconocida con importantes lauros, entre ellos el Premio Nacional de Teatro (2003) y el Premio Nacional de Televisión (2005). 

«Que hayan tenido en cuenta el trabajo realizado a lo largo del tiempo para conferirme el Lucía de Honor, siempre se agradece. Es una manera de decir: tu trabajo valió la pena. 

«El cine ha sido una parte esencial de mi vida, y este premio lo recibo como un reconocimiento al trabajo constante, silencioso a veces, pero hecho con toda la vocación de servicio que implica el arte. Es emocionante saber que alguien recuerda lo que uno ha hecho, que tuvo sentido, que aportó algo, aunque fuera un granito de arena», compartió la actriz en entrevista exclusiva con Juventud Rebelde

—Mirando atrás, ¿cuáles diría que han sido sus logros o experiencias claves que han definido su legado artístico en el séptimo arte? 

—En el cine, creo que las películas que más me marcaron fueron La bella del Alhambra, Las noches de Constantinopla, y quizá Lejanía. Esas me gustaron mucho porque sentí que me exigieron como actriz y me permitieron aportar algo profundo.

«Mi primer trabajo en cine fue en Una pelea cubana contra los demonios, de Tomás Gutiérrez Alea. Fue curioso porque no estaba en el elenco original. Me llamaron de urgencia para una escena final que faltaba por rodar. Tuve solo tres o cuatro ensayos. Era un personaje breve, pero complejo, que anticipaba el destino de toda la historia. La caracterización externa debía estar muy conectada con lo interno, y eso fue un reto.

«Después vinieron otros trabajos que también valoro mucho: Solteronas al atardecer, El encanto de la luna llena, La anunciación... De las veinte o más películas que he hecho, tanto con el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) como con producciones internacionales —Colombia, Estados Unidos—, hay varias que llevaría en el corazón.

«Incluso recuerdo una experiencia peculiar: doblé a una actriz francesa en El siglo de las luces, basada en la obra de Carpentier. Fue concebida como serie televisiva de tres capítulos y luego fue llevada al cine. Aunque no fue un personaje mío en cámara, el doblaje me permitió vivir la experiencia de trabajar con Humberto Solás, un director cuya obra es inseparable del cine cubano. Hablar de Solás es hablar de una estética, de una ética y de una manera profundamente cubana de narrar. Participar en uno de sus proyectos fue para mí un aprendizaje invaluable».

—Usted es una actriz muy versátil. Además de su carrera en el cine, ha trabajado en teatro, televisión, radio, e incluso, cofundó el grupo teatral Trotamundos. ¿Cómo han enriquecido esas experiencias su trabajo interpretativo?

—Todo eso ha sido trabajo, mucho trabajo. Y disciplina. Yo creo que cualquier personaje, por pequeño que sea, forma parte de una armonía mayor. Siempre digo que una obra dramática es como una pieza musical clásica: cada instrumento debe estar afinado. Si uno solo desafina, se nota. Así también ocurre con los actores. Aunque tu papel tenga tres frases, debes estar a la altura de todos. Porque si no, la «sonata» no suena como debe.

«Así es con la actuación. Si hay tres o cuatro personajes mal interpretados, aunque los demás estén muy bien, la obra se desarma. No llega. Por eso es tan importante el trabajo en conjunto. Todo el mundo tiene que estar en sintonía. Cada papel cuenta. Y todas esas experiencias en distintos medios
—teatro, radio, televisión—, me han ayudado a entender eso: que la interpretación es una orquesta. Y hay que tocar bien, aunque sea una sola nota.

«Esa conciencia del todo, del conjunto, me la dio el teatro. Y la radio, con su precisión sonora. La televisión me entrenó en lo cotidiano y lo inmediato. El cine, en la permanencia. Son lenguajes distintos, pero se alimentan entre sí».

—Considerando los cambios y desafíos actuales en el panorama cultural y cinematográfico, ¿cómo visualiza el futuro del cine cubano? ¿Qué consejo les daría a las nuevas generaciones de artistas?

—El cine, como tantas otras cosas, está en crisis. Es una crisis mundial, y nosotros, con nuestras dificultades económicas, la sentimos aún más. Hacer una película cuesta mucho, y sostener una industria como la nuestra, con tantos talentos, es un verdadero desafío.

«Pero también veo esperanza. Surgen jóvenes con ideas nuevas, con sensibilidad, con rigor. Sí, hemos perdido a grandes figuras como Titón, como Solás, como Barnet…, pero también hay savia nueva, gente con deseo de contar sus historias. El tema es que para aprender hay que hacer. Si un actor hace una película cada dos años, no puede esperar que siempre salga bien. Cada obra es una oportunidad de aprender, de corregirse, de crecer. Y eso solo se logra trabajando.

«Mi consejo a los jóvenes es que se preparen muy bien. Que estudien, que observen, que se cultiven. Porque el cine es un medio muy competitivo.
«Cuando ves una película extranjera te das cuenta del nivel, del talento que hay en el mundo. Tenemos que estar a la altura. Si haces una obra y se queda en tu casa, no sirvió de nada. El arte tiene sentido cuando se comparte. Su función se cumple cuando llega al público».

—Para cerrar, ¿cómo considera que el cine cubano puede contribuir a la construcción de una identidad cultural robusta y a la promoción de nuevos enfoques narrativos que aborden los cambios contemporáneos?

—El cine es un medio poderosísimo. Te permite conocer la cultura de un país que tal vez nunca hayas visitado. A través de una película puedes entender cómo vive esa gente, cómo se relacionan, qué valores tienen. Hasta lo que comen, cómo funciona su familia, qué les importa más.

«Y además, tiene algo precioso: permanece. Aunque el material físico se deteriore con el tiempo, siempre hay forma de restaurarlo. Y ahí está la película, como recién hecha. Eso le da una permanencia que pocos medios tienen. Por eso el cine es tan importante: porque cuenta lo que somos, cómo pensamos, cómo sentimos. Es un espejo de nuestra identidad. Y mientras lo sigamos haciendo con honestidad, con entrega, el cine cubano seguirá aportando al alma de este país».

Verónica Lynn no solo ha sido testigo de la evolución del cine cubano: ha sido parte esencial de su tejido más íntimo, de sus búsquedas, de sus momentos de esplendor y también de resistencia. Su entrega a la actuación, su versatilidad y su profundo compromiso con el arte la convierten en una figura imprescindible para comprender la historia de la cinematografía en Cuba. El premio Lucía de Honor no solo celebra su trayectoria, sino que rinde homenaje a una vida entera dedicada a conmover, pensar y crear desde la escena.

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