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Un lugar (carísimo) bajo el sol

El fracaso de la telenovela brasileña Vidas ajenas tuvo que ver con las importantes variaciones respecto al folletín tradicional y además con elementos contextuales como la pandemia, y con ciertas incomprensiones y manipulaciones de O Globo en cuanto al horario de transmisión

Autor:

Joel del Río

Es evidente que la trama de la telenovela brasileña Vidas ajenas (Um Lugar ao Sol, 2021) presupone, hasta ahora, que el espectador confirme cierto determinismo clasista, en tanto al pobre de Christian le ha salido absolutamente mal la sustitución de su hermano gemelo Christofer (Renato) y dejar atrás su vida anterior de esfuerzos baldíos por salir de la pobreza, miseria y exclusión. Christian paga carísimo las consecuencias de asumir la identidad de otro para disfrutar los privilegios reservados a los poderosos. 

Con una premisa narrativa que se acerca a otros relatos relacionados con «el doble» o la sustitución de identidades (El príncipe y el mendigo, de Mark Twain, o Con la cruz ajena, de Daphne du Maurier) la telenovela fue creada por Lícia Mazo, que se unió a un equipo de nueve colaboradores. La muy notable guionista ha sufrido un maltrato del público y los especialistas similar al que padeció Du Maurier, etiquetada como autora de novelas románticas, cuando sus novelas, como la muy conocida Rebeca, alcanzaban una penetración sicológica, y unos niveles de oscuridad y tragedia, ciertamente inusuales en la novela rosa. Equivalente profundidad en el diseño de personajes, y enfoque crítico y desencantado causaron el fracaso de Vidas ajenas, con la audiencia brasileña.

A pesar de que plantea algunos de los momentos inverosímiles de todas las telenovelas (la muerte de Renato al principio parece completamente inmotivada, al igual que la desaparición posterior y «casual» de algunos de los sucesivos malos que chantajean a Christian, o la excesiva prolongación de un secreto que ya saben varios personajes), la telenovela manifiesta por lo regular un tono realista, muy crítico con la desigualdad, el clasismo, la dependencia emocional, el racismo, la violencia doméstica y social, además de los excelentes diálogos, y del dimensionado y sensitivo diseño no solo de los protagonistas, que parecen gente compleja, contradictoria, tanto los ricos como los pobres. 

El fracaso de la telenovela también tuvo que ver no solo con las importantes variaciones respecto al folletín tradicional, sino con elementos contextuales como la pandemia, y con ciertas incomprensiones y manipulaciones de O Globo en cuanto al horario de transmisión. Evidentemente hubo cierto rechazo de los espectadores brasileños por un seriado en el que la mayor parte de los personajes sufre, sin remedio ni redención, y en sus vidas tampoco queda mucho espacio para el optimismo, mucho menos para el humor ni para los floridos idilios de que suelen ornamentar las telenovelas al uso. 

Porque los temas principales de la telenovela llegan al espectador balanceándose entre conflictos introspectivos, sicológicos y la crítica realista a una sociedad que discrimina o invisibiliza a los pobres, a los negros, a las mujeres gordas o de cierta edad, a los diferentes y desajustados… todo eso envuelto en una narrativa muy de thriller, con su héroe convertido en víctima, atrapado en su propio delito, perseguido, y decidido a forzar un cambio de suerte que termina siendo su error trágico. Para lograr todos estos matices, dispusieron de un elenco extraordinario, de los mejores que se ha reunido en la pequeña pantalla brasileña desde los tiempos de Vale todo.

Menos mal que Cauã Raymond nunca se conformó con la fotogenia del actor joven de moda, y se ha transformado en un actor convincente y expresivo. Gracias a sus buenos oficios el público puede compartir las crisis de conciencia, sus miedos y dudas, las escasas alegrías de un buen hombre que eligió el camino errado. Nótese que Raymond prescinde del tradicional egocentrismo y jactancia de los galanes telenoveleros para mostrarse, la mayor parte del tiempo, frustrado y vencido, y esas no son estas características que la mayor parte del público adore en un protagonista masculino. A su lado, siempre a su lado, aunque discrepe todo el tiempo de sus decisiones, está Raví (Juan Paiva) un pobre muchacho victimizado casi todo el tiempo, y que provoca en el espectador al mismo tiempo compasión e impotencia.

Sin embargo, donde brilla el elenco por su capacidad de convencer hasta al más reacio de los espectadores es en los personajes femeninos, desde las coprotagonistas tenebrosas y radiantes que son Bárbara y Lara (Alinne Moraes y Andreia Horta, y que emprenden un virtuoso despliegue de recursos histriónicos, sobre todo la primera, porque le toca en suerte darle entidad y calado a una de las brujas más malignas e histéricas vistas en fecha reciente), hasta las actrices que defienden con devoción o arrebato sus participaciones secundarias: Marieta Severo está deslumbrante en el papel de la abuela Noca, hasta el punto de que puede pasar inadvertida su acendrada profesionalidad), al igual que Ana Beatriz Nogueira, en el papel de Elenice, una mujer cuyo afán escalador y oportunista se aparta de la santificación maternal a que recurren la mayor parte de las telenovelas, o Rebeca (formidable Andréa Beltrão) en los altos y bajos lógicos, coherentes, de una modelo y madre de familia en plena crisis de la mediana edad.

Casi nadie en el mundo del cine o la televisión aspira a la perfección, porque es anodina, inverosímil y aburrida. Y esta telenovela, muy cercana a veces al formato serie, dista de ser un producto perfecto, a pesar de que la mayor parte de los capítulos esté, en cuanto a calidad de realización y estética, muy por encima del promedio. Entre los defectos, tal vez el principal tenga que ver con la innecesaria prolongación de la impostura de Christian, y entonces la etapa de las revelaciones que llevan al epílogo es muy probable que se precipite en el último capítulo, cuando hubiera sido mejor y más lógico un desenlace más calmado, que abarcara varios capítulos y permitiera registrar los efectos del engaño en los muchos personajes afectados.

Pero cuando llegue el último capítulo de Vidas ajenas, estoy seguro de que lamentaré la desaparición de la pantalla de una de las mejores telenovelas brasileñas que he visto en los últimos diez años, por lo menos. Porque sus creadores se atrevieron a tratar de parecerse a la vida real de un país real, y sustituyeron carisma, humor grueso y estereotipo, por contemplación pormenorizada, realismo y melancolía, y trocaron la habitual escapada evasiva por el espejo fiel de una sociedad llena de problemas. 

Y, por si fuera poco, el equipo de guionistas y realizadores cambiaron también la habitual oda a los beneficios y el glamour de los ricos y acomodados, por una crítica demoledora de su ética depredadora y egoísta, por un palpitante testimonio de amor al pueblo brasileño, a la gente sencilla, luchadora, la gente que cuenta las escasas monedas que le quedan para llegar al siguiente salario, la gente que vive sus minúsculas vidas iluminadas por anhelos y sueños legítimos, aunque Christian se equivocara pavorosamente a la hora de elegir el camino para conseguir los suyos.

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