Acuse de recibo
¿Por dónde andan el respeto, el tacto y la delicadeza, para no decir la sensibilidad, de percatarnos cuándo estamos afectando al prójimo? A veces me pregunto si es indolencia o falta de luz mental... Lo cierto es que la convivencia cada vez se torna más complicada. Y no pocas veces brilla por su ausencia la autoridad para lograr los equilibrios y hacer prevalecer la norma. Eso es lo más preocupante.
Hoy escribe Juan González Ferrer, de calle I número 353, bajos, entre 17 y 19, en el municipio capitalino de Plaza de la Revolución. Y suscriben la epístola otros vecinos de ese inmueble y del 355, así como del 259 por calle 17, entre J e I. Todos sufren la colindancia con el sitio donde radica el Departamento de Vectores, los de fumigación del mosquito Aedes Aegypti del policlínico Rampa.
El problema es que las «bazucas» de los fumigadores se arrancan y prueban todo el día, de domingo a domingo, pegado a esas casas. Por las ventanas y puertas de las viviendas, a más del ruido ensordecedor, constantemente entra una sobredosis de fumigación.
Juan comenzó a presentar catarros permanentes y falta de aire, y ha terminado siendo un asmático que a diario requiere aerosol. Niños alérgicos han tenido que ingresar en hospitales, muchos vecinos tienen catarro, tos y diferentes malestares. «La fumigación constante comenzó a echarnos a perder los desayunos, almuerzos y comidas, pues el humo invade sin aviso», denuncia el remitente.
Y al ruido de las «bazucas», se une que esos empleados se aglomeran debajo de las ventanas de esos vecinos, formando bulla y profiriendo palabras obscenas. «La tranquilidad ciudadana de cada residencia está afectada patológicamente», sentencia Juan.
La situación la están sufriendo hace más de tres años, asegura. Se le hizo un informe a la dirección del policlínico Rampa, y por mediación del núcleo zonal han tenido reuniones con la misma. Se acordó que el arranque de las «bazucas» se hiciera en el parque de 19 e I, o en la calle. Se decidió también evitar la aglomeración de esos trabajadores, y la gritería en el pasillo interno debajo de las ventanas de los vecinos.
Pero «nada de esto se ha cumplido; no se exige ni se controlan los acuerdos. Todo ha empeorado: continúan arrancando las “bazucas” y fumigándonos constantemente. La gritería es mayor. Y cuando les llamas la atención a los operarios, te salen con faltas de respeto. Los alimentos se nos echan a perder a diario».
Jesús estuvo ingresado hospitalariamente durante 17 días, con una infección. Fue objeto de dos broncoaspiraciones. El día en que me envió la carta se ahogó, y gracias a los golpes en la espalda y el pecho lograron revivirlo. «¿Qué esperan? ¿Qué haya altercados con los “bazuqueros”?», pregunta Jesús.
Paradoja suprema: Personas tan responsabilizadas con la salud ciudadana, atentan contra ella al mismo tiempo.
Salarios retrasadosOrquídea Quesada me escribe en representación de los trabajadores de la Oficina Empleadora del Grupo Empresarial Azucarero (GECA) de La Habana, radicada en la sede docente Manuel Isla, del municipio de Nueva Paz
La lectora, quien reside en avenida 3 número 201, entre 2 y 4, batey Manuel Isla, Los Palos, en ese municipio habanero, refiere que están presentando serias dificultades con el cobro del salario, que se ha llegado a realizar cinco y hasta diez días después de la fecha ya convenida.
La filial docente, recalca, cuenta con la capacidad para efectuar el pago, pero el inconveniente es que el dinero se extrae a favor de la cuenta de la granja agropecuaria Manuel Isla, la cual no cuenta con la solvencia para efectuar esas erogaciones, dada la precaria situación de sus finanzas.
«Pero nuestra función es la docencia en la escuela del MINAZ —precisa ella—. Cumplimos sin dificultad nuestro objeto social, que es calificar a los trabajadores acogidos a ese tipo de estudios. Nuestra preocupación ha sido transmitida al Sindicato azucarero, el cual se ha hecho eco de ella, pero no se ha dado una respuesta a nuestra incierta situación», concluye Orquídea.