Acuse de recibo
Reinaldo Fernández Rivero me escribe desde el caserío El Tomate, en el municipio habanero de Batabanó, y narra la agobiante situación que tienen las personas en ese territorio para trasladarse a cualquier sitio, pues no existe una sola guagua de transporte público, y dependen totalmente de los inspectores populares.
No es la primera vez que llegan noticias de la calamitosa situación del transporte en Batabanó. Refiere Reinaldo que muchas veces pasan horas en los puntos de recogida. Y alerta sobre una nueva modalidad que se está imponiendo entre los choferes de carros estatales, para actuar a su libre albedrío y adaptar a sus gustos e intereses las disposiciones estatales de promover la solidaridad en la transportación.
«Cuando llegan los vehículos —precisa—, los choferes escogen a los pasajeros, diciendo que son trabajadores de su centro. Y si ven a una joven bonita, casi siempre trabaja con ellos».
Asegura el denunciante que eso sucede a cualquier hora del día, y lo califica como una falta de respeto al pueblo, pues entre los que esperan hay mujeres con niños e impedidos físicos, y no tienen otra alternativa que quedarse, luego de llevar horas en la cola.
La gente sabe cuándo hay un engaño de ese tipo, pues «en pueblo chico todos se conocen», expresa.
El problema es que los inspectores desconocen si es cierto o no lo que les dicen, y tienen orientado darles prioridad en esos transportes a las personas que laboran en los centros de trabajo respectivos, explica. Pero eso conlleva a que los «vivos» estén haciendo de las suyas.
El lector se queja también de que los inspectores cobran para depositar en la alcancía, pero si llevas un billete no tienen vuelto. Considera que debe buscarse una solución para que dispongan de cambio.
Todas estas situaciones han generado mucho malestar en las personas que, como Reinaldo, diariamente tienen que trasladarse por su cuenta a sus centros laborales. Él considera que la Dirección de Transporte en la provincia debe tomar cartas en tales asuntos y respaldar los justos derechos de los pasajeros en tal sentido.
«¿Quién tiene la respuesta a este irracional olvido?», pregunta en su carta Omar Ortiz García, vecino de Alfredo Adán 515, esquina a Segunda Paralela, reparto La Vigía en la ciudad de Camagüey.
Omar escribe su carta con una caligrafía sobredimensionada, ya que ve con mucha dificultad. Tiene 60 años y no posee familiares. Todo lo tiene que gestionar por sí mismo, y cuando sale a la calle prácticamente va a tientas.
El problema es que desde 2004 en las ópticas de la ciudad de Camagüey no hay cristales de alta graduación como la que él requiere (9.00 esférico lejos). Y todo parece indicar que este 2007 tampoco podrá resolver su problema.
Omar se pregunta si los que planifican esos suministros no han pensado en las personas que tienen padecimientos visuales a esos extremos. ¿No hay una solución para este señor, que tiene que valérselas por sí mismo, muy solo?
Jesús Valdés Carballo escribe desde el edificio 606, apartamento 22, en la zona 15 de Alamar, municipio capitalino de La Habana del Este. Y lo hace para manifestar su gratitud a los trabajadores de la sala Jakobsen, del Hospital Psiquiátrico de La Habana Bernabé Ordaz.
Cuenta Jesús que tuvo a su hijo ingresado allí y destaca «el trato tan humano, noble y desinteresado, y la admirable profesionalidad con que trabajan».
Recuerda con especial devoción a las doctoras Odalis Díaz y Elín González, las enfermeras Ángela y Yaquelín, los asistentes Armando y Alfredo y al resto del personal que allí labora. También al doctor y a la enfermera Marlén, de la sala de máxima seguridad.
Y contrasta el remitente esta enaltecedora experiencia con lo que lee muchas veces en esta sección, a la cual felicita «por su trabajo en bien de la gran mayoría, que sufre las consecuencias de la indolencia, lo inhumano y la burocracia de los que todavía quedan después de 48 años; pero ya van quedando en el camino arrollador de la Revolución».