Acuse de recibo
«El polvo nos calcina hasta la propia vida», sentencia con acritud Aidée Cuba Medina, residente en Carretera El Centro número 20, en Gaspar, municipio avileño de Baraguá. Y no es para menos. La historia que cuenta desprende, además de polvo y disgustos, ciertas lecciones como para no darse otra vez con la misma piedra; o mejor con la misma chapucería.
Refiere la lectora que hace tres años, en Baraguá como tarea de choque se inició la construcción de una avenida que ampliaría la vía de acceso a Gaspar, cabecera municipal.
«Aunque personas experimentadas expresaron su desacuerdo con los procedimientos o técnicas para realizar las labores, señala, la obra concluyó en tiempo récord. La senda fue asfaltada y el separador de vías exhibía una excelente colección de amapolas y ficus. En su conjunto, la jardinería consumió una cifra de 50 000 pesos».
Pero la alegría en casa de los de Gaspar duró muy poco. «La obra solo duró unos meses, manifiesta Aidée. La mala calidad convirtió en callejón el camino trazado. Culpables, infractores, derrochadores e irresponsables analizaron lo perdido, pero las víctimas al final fuimos los habitantes de este poblado, quienes ganamos la carta de perder».
Transcurrido un año, una brigada del contingente El Vaquerito retomó el proceso de reconstrucción de la avenida. Movimiento de tierra y demás. «Pero como segundas partes nunca fueron buenas, apunta, la obra no concluye y solo nos quedó un polvoriento camino que traduce nuestras vidas en algo insoportable».
Precisa la remitente que los vecinos viven encerrados en sus casas, y se han incrementado los padecimientos respiratorios y alérgicos. Los planteamientos llueven en las asambleas de Rendición de cuentas, y el asunto hasta ha sido difundido y comentado críticamente en la radio y la prensa provinciales. Pero nada sucede, excepto el polvo en el viento.
«Sume usted cuántos materiales se malgastaron para construir kilómetro y medio de carretera innecesaria, señala, cuando en el poblado de Gaspar no hay una calle que sirva. Y para colmo, ya no existen ni amapolas ni ficus. Todos fueron arrancados o chapeados por Servicios Comunales».
La segunda misiva la envía Ramiro Ramos Julves, vecino de Carretera a Camajuaní, kilómetro 1, número 34, en el reparto MINAGRIC, de la ciudad de Santa Clara.
El caso que denuncia Ramiro bien podría alcanzar lauros y trofeos en un certamen de olvidos y desatenciones institucionales.
Cuenta el lector que en marzo de 1999, y por desperfectos en las líneas eléctricas, el alto voltaje hizo de las suyas en varias viviendas de su barrio, entre ellas la suya, donde se averiaron el refrigerador y el televisor.
De inmediato, hizo la reclamación correspondiente y los técnicos pudieron corroborar y certificar el daño. Se llenaron y entregaron los documentos requeridos.
Entre 1999 y el 2004, visitó en más de 20 ocasiones la sucursal eléctrica, en busca de soluciones que deben darle. Y ya a mediados de ese último año, le plantearon que no fuera más a verlos, pues ellos cuando tuviesen una respuesta le avisaban. Pero hasta el sol de hoy solo hay silencio del lado de allá.
Ha sido tanta la «falta de respeto» —calificativo de Ramiro— que ya tuvo que reparar por su cuenta el compresor del refrigerador, y agenciarse un nuevo televisor. Pero eso no exonera a la entidad eléctrica de cumplir sus compromisos y desagraviar a ese cliente. Desde 1999. No es fácil.
Y las recientes referencias a los guardabolsos en las tiendas tuvo su repercusión. Entre las cartas, hoy destaco la de Arián Jesús Pérez, de calle 113 número 6403, en el reparto Buenavista, de la ciudad de Cienfuegos.
Señala Arián que en Cienfuegos es casi imposible encontrar guardabolsos en las tiendas que operan en divisas, algo que le parece injustificado.
«Quien compra en una tienda no puede hacerlo en otra si no va con alguien que se quede afuera cuidando los bolsos», manifiesta. Y no le parece inteligente ni cordial con el cliente. Vaya a saber el dinero que deja de recaudarse por esa sencilla razón.