Acuse de recibo
Élida Jacomino lo recuerda como si lo tuviera hoy delante: «su brazo fracturado en cabestrillo y en su otro hombro el fusil de combate. Dispuesto a empuñarlo, aunque fuera con una sola mano».
La muchacha no quitaba la mirada de aquellos ojos penetrantes, que parecían otear hacia un sitio lejano. Deslumbrada por aquella aureola montaraz y guerrillera que vino a remover el aburrimiento y la rutina de Placetas, casi se le viró la taza de café que le ofrecía al Comandante Ernesto Che Guevara.
Fue justo al lado, en el hotel Las Tullerías, donde el Che instaló su Comandancia en Placetas. Lejos de allí, en su casa de la calle 5 número 1617, en el habanero Bejucal donde hoy vive, Élida recuerda con nostalgia aquel día. Y se duele.
Sí, esa placeteña ausente visita cada año su pueblo con la esperanza de que aquel rincón de gloria, el hotel Las Tullerías, sea atendido.
Élida clama porque si no pudiera remozarse el inmueble, sí al menos una parte de él, con una placa que atestigüe que allí el Che instaló su Comandancia. Cada día serán menos los lugareños que vivieron aquella jornada luminosa para el pueblo. Sería la única manera en que los niños de Placetas pudieran ver con sus propios ojos, un tanto de imaginación y de historia aprendida, la figura que buscaba el futuro también allí en Placetas, para arrimarlo al presente. Eso sueña Élida cada vez que sorbe un buchito de café, en el silencio de su casa en Bejucal.
Yamilet Acosta Álvarez también sueña que la vida podría ser mucho más hermosa si la gente pensara en el prójimo más con sus actos que con declaraciones de fe y reafirmaciones que luego no practican en la vida (Como molestaría eso al Che).
Yamilet vive en el edificio 18, apartamento 18, en la zona de desarrollo de Güines, provincia de La Habana. Y dos veces al mes debe sortear mil dificultades para llegar a la capital, tal como está el transporte: no puede fallar porque debe recoger los medicamentos que le preparan para la psoriasis de su mamá, en el dispensario farmacéutico de 27 y F, en el Vedado.
Hastiada de tantos percances y asperezas en aquella aventura de Güines a La Habana, en la cual muchos hacen su agosto —más bien ahora su noviembre— a costa de la desesperación de los que quieren trasladarse, Yamilet lo olvida todo cuando llega a ese dispensario. Y es feliz al menos por momentos, con esa pequeña felicidad de los que se sienten colmados de bondad y atendidos.
La delicadeza de los trabajadores de ese dispensario —que es decir su eficiencia y calidad como trabajadores y como seres humanos— es que cuando preparan pócimas, lociones y otras alquimias, siempre piensan con prioridad en los que van allí desde muy lejos. Atestigua Yamilet que siempre cuando llega encuentra las pomadas esperando por ella, para aligerarle el camino como un bálsamo, frente a tantos contratiempos.
Ella no quería quedarse con eso por dentro, y sí revelarlo públicamente. Y claro está que Yamilet también podría recordar a Ernesto Che Guevara cada vez que llega al dispensario de 27 y F.
Pero, lamentablemente, hay quienes se especializan en demoler la confianza de las personas. Eso lo sabe bien Ana Celia Soto, vecina de Máximo Gómez 231, en la ciudad de Bayamo, en Granma.
Cuenta Ana Celia que su casa era de madera y no estaba en buen estado. Y un buen día la visitaron autoridades de la Construcción, de la ECOAI 4 de Granma, para proponerle que se acogiera al plan de construcción, con la condición de que donara la placa para erigir otra vivienda arriba. Y la señora estuvo de acuerdo.
Demolieron la casa, y le dijeron que en un plazo de unos seis meses estaría lista la nueva. Ana Celia se trasladó temporalmente a la vivienda de su hijo. Increíblemente, la promesa quedó detenida en la fase de cimentación. Y la mujer lleva seis años escribiendo aquí y acá, reclamándole a todo el mundo y a todas las instancias. ¿Por qué demolieron mi vivienda?, cuestiona y me solicita que la ayude a encontrar esa luz que no ve al final del túnel. Y mientras reclamo respuestas por una promesa incumplida, también pienso en el Che.