El Parque Nacional Yellowstone, EE.UU., da cabida a multitud de microorganismos que viven en aguas a más de 38 grados Celsius. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:09 pm
La Agencia Aeroespacial de Estados Unidos (NASA) centró la atención mundial a fines del año pasado al comunicar que disponía de un relevante descubrimiento para entender la vida fuera de nuestro planeta. «Por fin, ya dimos con existencia extraterrestre», se dijeron muchos.
Durante las horas que antecedieron a la publicación oficial
—suspense mediante, al mejor estilo publicitario—, las más variopintas especulaciones corrieron por doquier. El sitio digital www.technoastur.com resumió algunas de las especulaciones que surgieron entonces:
«No son pocos los que están convencidos de que la revelación está relacionada con el hallazgo de alguna clase de aminoácido en el espacio. Quizá glicina».
«Otros creen que notificarán el descubrimiento de algún tipo de vida bacteriana en los lagos de metano de Titán».
«Una tercera hipótesis apunta que advertirán sobre el descubrimiento de arsénico en Titán e indicios de bacterias capaces de realizar la fotosíntesis basada en dicho elemento químico».
Algunos, más optimistas, sostenían que la agencia comentaría «el hallazgo de vida bacteriana, pero en Rhea y no en Titán».
Más conservador, el redactor de Discovery, Phil Plait, opinaba que «la NASA podría comunicar avances acerca de las condiciones necesarias para que se dé vida en el espacio».
Y hubo quienes, con los pies puestos sobre la tierra, bajaban la expectativa: «Se está exagerando; el hallazgo no será tan relevante como nos han hecho creer», decían. «No es la primera vez que esta agencia anuncia un gran descubrimiento que no lo era tanto», agregaban.
Y así fue. La nueva forma de vida de marras habita aquí, cerquita, en el lago Momo, California. Como recordarán nuestros lectores, se trataba de microorganismos capaces de vivir y reproducirse en arsénico, un comportamiento diferente al resto de las bacterias, que incorporan fósforo en la base biológica de sus moléculas.
«Sabemos que algunos microbios respiran arsénico, pero lo que hemos encontrado es un microbio haciendo algo nuevo: construcción de partes de sí mismo a partir del arsénico», señaló el equipo de astrobiólogos que trabajó el caso.
Destacados estudiosos internacionales se apresuraron a bajarle perfil al informe e incluso cuestionaron algunas de sus afirmaciones. Hubo debate. Trascendió hasta la revista Science, esa especie de oráculo de la verdad científica.
En realidad, no fue un bluff. Si en algo se exageró, fue en el tratamiento informativo que quiso darle la NASA a su importante pesquisa, porque constituyó un nuevo impulso para construir hipótesis sobre la vida en el espacio exterior, en especial en ambientes hostiles para la generalidad de las especies que habitan en nuestro planeta.
Ciencia de la otra vida
Según la copiosa información que empieza a acumularse, el hallazgo en el lago Momo e incluso la polémica que esto generó ha impulsado el desarrollo de la astrobiología, la ciencia que se dedica a estudiar el origen, la evolución y el futuro de la vida en el universo.
La misma NASA —al parecer para no volver a tropezar con la piedra del espectáculo, algo tan ajeno a lo científico— se está encargando de divulgar más al respecto. Recién publicó 90 fotos sobre sitios remotos del planeta donde se realizan una serie de indagaciones sobre el curso de la vida allí: zonas donde comúnmente esta no parece viable.
Constituyen ambientes inhóspitos con cierta similitud a los que existen en algunos cuerpos del sistema solar e incluso en los exoplanetas que en los últimos meses se han descubierto, en una carrera que en breve nos asomará a más cuerpos rocosos parecidos a la Tierra de lo que nos podemos imaginar.
Los actuales estudios de la astrobiología son un esfuerzo más factible y barato que si se hicieran en el espacio exterior. Brindarán respuestas concretas sobre la vida en ambientes extremos y, a la par, permitirán disponer de herramientas y metodologías que más tarde podrían aplicarse en los mundos extraterrestres y la búsqueda de vida en ellos.
Las siete estrellas
Un blog de la National Geographic administrado por la experta Victoria Jaggard, reseñado a su vez por la publicación digital www.abc.es, dio cuenta en estos días de siete sitios extremos de la Tierra considerados como «crisoles de descubrimientos» para la astrobiología.
Son lugares extremos, tóxicos, malolientes a veces. Pero también hermosos, únicos, impresionantes.
El primero es el Shark Bay. Ubicado en Australia, está constituido por lagos interrumpidos por viejas estructuras rocosas en forma de cúpula donde aún habitan microbios cuyos orígenes se remontan a tiempos prehistóricos.
Le sigue el Parque Nacional Yellowstone, EE.UU., que da cabida a multitud de microorganismos que viven en aguas a más de 38 grados Celsius y que surgen según la temperatura que haya en cada período.
También está el ya mencionado lago Momo (o Mono), California, caracterizado por su hipersalinidad, con montañas que impiden al agua salir, a menos que se evapore.
En los llamados High Lakes de la Cordillera de los Andes los astrobiólogos han encontrado a 6 000 metros de altura algas con pigmentos de color rojo que les permiten protegerse de la radiación. Es una capacidad de adaptación que ha llevado a los especialistas a buscar una similitud entre el color rojo de estas elevaciones y el planeta Marte.
En tanto, en los montes Pilbara, Australia, se trabaja con bacterias que se remontan a más de tres millones de años —el registro de vida más antiguo de la Tierra—, las que pueden arrojar luz sobre cómo se originó y evolucionó el planeta.
Un sitio extremo en Europa es el río Tinto, en Huelva, España. Sus aguas tienen un alto contenido de metales pesados y escasez de oxígeno, pero dispone de una vasta diversidad de microorganismos, como algas y hongos. Por sus similitudes geológicas con Marte, un equipo de investigadores perforó la zona en busca de vida bajo la superficie y llegó a la conclusión de que se podría llevar a cabo un procedimiento similar en el planeta vecino.
Y el séptimo lugar extremo está en el norte de Noruega: el archipiélago Svalbard. La confluencia —única allí— de volcanes y aguas termales, es una oportunidad exclusiva para observar la interacción entre el agua, las rocas y las formas primitivas de vida en un ambiente como el de Marte, señala el informe de National Geographic.